"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Tan mortal, tan quisquilloso. Un talento extraordinario en un recipiente pequeño.
Te perdiste mil veces en tus cosas. Qué se yo, la vida. La espalda, la novia, los viajes de ultramar, las bullas, las broncas, las burlas del público, la tele apretando, la expectativa de la gente, la presión propia. Las ganas, las noches de hotel, las dudas, la desidia, la fatiga normal. Qué se yo, las cosas. Tenías tanto que dar, y bueno, todavía eres joven, pero se espera más de ti, si puedo ser sincero. 28 años y un regusto agridulce.
Me temo que el referente es Navarro. Rudy era el escolta suplente de España hasta que le pusieron de alero. En eso también ha sido afortunado, en la posición y en la coincidencia histórica. ¡La generación dorada del baloncesto español, y a caballo entre las dos quintas! Recuerdo que Aíto le trajo al mundo en el Joventut y le enseñó todo lo que necesitaba. El pelo rizado. El descaro de Sevilla. El cuerpo canijo, los brazos largos, los pies muy altos. Hablábamos de Navarro, sí. Y mira, Rudy estaba llamado a ocupar su lugar simbólico. Regresó de América hecho un hombre –aunque un poco deslucido– y la Europa que iba a dominar por completo se ha convertido en una cuenta pendiente.
Londres puede ser la gran ocasión para dar el último estirón competitivo. Conozco tus números (11º en valoración en ACB y 5º en Euroliga) y son bastante buenos, pero disculpa. Si el tiempo te ha convertido, sobre todo, en el mate de Howard, el balance es pobre. Si los años te han hecho, sobre todo, triplista de ocasión, como frente al Maccabi, el martes pasado en La Mano de Elías (3/10 desde la línea para 9 únicos puntos), eso es quedarse con poco. Perdona que te diga esto. Sorprende verte, por momentos, convertido en simple tirador, cuando podrías liderar casi cualquier equipo del mundo haciendo muchas más cosas. Ibas a ser Alejandro a lomos de elefantes y de momento sólo pareces Wellington esperando tu Waterloo.
En fin, tan popular, el perejil de todas las salsas. Bendecido con el don atlético pero a la vez tan cerca de nosotros. Tan mortal, tan quisquilloso. Un superdotado que no consigue ser magnífico, al menos en la horizontal del tiempo, privado, quizá, Dios no lo quiera, de la pizca diferencial de los elegidos. Como alguien medio divino y medio humano. Un Prometeo arrogante que no encuentra el ascensor, tan cerca de nosotros, pero también de ellos. Perdido en las cosas de la vida, como todos. Qué sé yo. La espalda, la novia, los viajes de ultramar.
* Carlos Zumer es periodista.
– Foto: Euroleague
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