Yo quiero ser quinto árbitro

por el 6 abril, 2013 • 6:29

La humana aspiración por la felicidad, pasando previamente a través del glorioso estado de no dar golpe y percibir nómina a cambio, ha generado muchísima literatura. Incluso cercanas canciones de pegadizo estribillo. Loquillo y los Trogloditas canturreaban lo de “yo, para ser feliz quiero un camión”, mientras otra banda contemporánea, Los Ilegales, berreaban aquello tan tremendista de “quiero ser millonario para olvidarme de los amigos”. En tono menos rockero, Sabina deseaba ser “una chica Almodóvar” para llegar al estrellato por el atajo más corto y directo entre los dos puntos que marcan el anonimato y la gloria, salida y llegada del recorrido. Y así, hasta el infinito y más allá, vamos. En terreno menos artístico y mucho más pedestre, no insistiremos aquí en la fama de los funcionarios como anhelo de aquellos que nacieron con la fervorosa voluntad de no dar palo al agua por ser el gráfico ejemplo tan injusto como generalizado, fácil y abominable recurso. A quienes el vivir de rentas les tienta desde su más tierna infancia y han rumiado miles de maneras, se acabaron las vacilaciones. Gracias a la FIFA, la UEFA y compañía hemos dado con la tecla en la diana, todo junto y al tiempo.

Antes, podíamos darle vueltas a cualquier posición por tentadora que fuera. Al final, siempre salían peros. Por ejemplo, sexador de pollos, que puede molar por exención de responsabilidades. Pues no. Bien mirado, vaya curro y qué agobio trajinar todo el santo día con polluelos que pían sin descanso, voltearles y examinar sus partes pudendas para definir sexo y condición. Por ejemplo, notario. Echas una firmilla, lees textos ininteligibles ante testigos y sacas un pastizal. Bien mirado, tampoco, que primero debes fundir millones de neuronas memorizando enciclopedias que, franca y básicamente, no sirven para nada en el buen gobierno de la propia existencia. Por último, el Euromillones, buena herramienta en origen, pero desechable en cuanto algún cenizo tiene a bien recordarte aquello tan fastidioso del cálculo de probabilidades. Y como, encima, no te llamas Fabra, antes te llamará Angelina Jolie para que la saques de paseo por tu pueblo que te caerá el premio gordo de la lotería continental. Todo es demasiado lío, ya ven. Ahora ya no, eureka, viva el bendito hallazgo del ayudante del auxiliar del asistente del colegiado de turno. Qué importa la lapidaria sentencia de quienes apuntan eso de que si el primero ya era malo, imagínate cómo será el último de la fila.

Por tanto, seamos prácticos en la pesquisa, imaginativos si perseveramos en darle vueltas a este asunto del vivir del cuento si es que, acaso, tanto nos ocupa y preocupa. Es nuestro placer comunicar, aquí y ahora, el hallazgo de la piedra filosofal que nos permitirá existir plácidamente tumbados a la bartola hoy, mañana y pasado. Vamos a ello sin mayor dilación: yo quiero ser quinto árbitro y se ruega que no todos los lectores opten a lo mismo, a ver si al final no vamos a caber en el chollo y se agota tan fantástica cornucopia de la abundancia. Sí, quiero ser ayudante del referee porque han sabido sublimar la esencia del invento hasta límites insospechados. Cuando sacaron de la chistera aquello del cuarto árbitro, ya eran ganas, reconozcámoslo, pero aún resultaba fácil encontrarle su aquel. Al pavo en cuestión se le plantaba entre banquillos para regañar a los técnicos que parecen enjaulados en su área técnica si traspasaban fronteras de cal, alzar la tableta con los números de cambio en flamante rojo y verde y sustituir al principal en caso de lesión o máximo apuro. Bien pensado y analizado, un estrés, oiga. Noventa minutos a la semana, con suerte, pero tienes que aprenderte antes cómo va el pizarrín electrónico y para eso no sabemos si alcanza con una licenciatura en Exactas, tesis incluida. O aguantar a Mou, imagínate, no ganas para terapia.

En cambio, la darwiniana evolución de las especies balompédicas nos ha regalado el no va más en la materia de vagos empedernidos. El quinto árbitro. O el sexto, según se mire, ya nos entendemos. A ver, en confianza, entre nosotros: ¿qué leches hace ese menda? ¿Qué se supone que debe hacer, el tío? Por lo visto y comprobado hasta la fecha –basten los últimos ejemplos–, nada de nada, nothing from nothing. Ná. Bueno, sí, unas carreritas al lado de la comparsa para que parezca que has calentado antes de meterte en hipotética faena y basta. Después, te colocas cerca de la portería, con lo cual incluso te ahorras la entrada, centrado en el único e intransferible objetivo de dejar transcurrir el tiempo y venga, a casa, que falta gente. Antes de la obligación, este nuevo oficio sitúa la devoción, como debe ser. Estás tan tranquilito en tu hogar de Dusseldorf o Pisa y sólo tienes que contestar al móvil si llama la UEFA o revisar tu cuenta de correo. Próximo destino: París, un suponer. Oh, la, la. Pues vale, pues venga. Billete en primera clase, que aquí no nos estamos de nada, hotel de cinco estrellas, comido, bebido, servido y otros participios que nos hacen salivar con sólo imaginarlos y llegada la hora, al estadio, tras haber gastado las horas previas en condición civil de turista de rechupete. Y todo gratis, chaval, por la patilla.

Llegada la hora de la verdad, no te calientes los cascos, no te agobies. ¿Que hay fuera de juego? Nada, que lo señale el linier, que para eso le pagan. ¿Que se pegan en los córners? Tampoco, para eso el árbitro cobra más y va de máximo responsable, no te fastidia. No, tú allí, como si estuvieras plantado por el ayuntamiento aunque decidas moverte un poquitín, más que nada para estirar las piernas, no entumecerte y no pasar demasiado frío. Tranquilo, aquí nadie te pedirá responsabilidades, qué importa si juzgan tres, seis o el gremio de remeros del Volga al completo. Seremos igual de malos que siempre y si braman, apelaremos a nuestra evidente condición de humanos en la persistencia por fallar. Hasta luego, Lucas y aquí paz y después, gloria. Una duchita, a tomar algo con esos amiguetes de ocasión para comentar las particularidades del lance y venga, avión de regreso al hogar mientras sueñas con el próximo destino. Múnich, que llevo rato sin pisarlo. O mejor Madrid, con su jamoncito y su cosita zalamera. Cocido, no, que ya sería abusar y no cae bien cuando toca trote cochinero. Yo quiero ser quinto árbitro porque se me ocurren ventajas hasta bloquear el servidor de esta web y ningún inconveniente que equilibre la hipotética balanza de pros y contras. Mucho mejor que el tráfico de poder, dónde va a parar. Mejor que guardar los ahorros en paraíso fiscal, donde te descuidas y aparecen las complicaciones con el fisco que va de justo y tal. Quinto árbitro, siento la llamada urgente de la vocación. Hay que ver cómo son de listos, lo que llegan a inventar. Ni una complicación, ni una jaqueca. Si alguien sale ahora con el temario dedicado a las funciones y obligaciones del cargo, desde luego no pienso leerlo, ni atender a gaitas. He aprendido ya de la pura praxis y es evidente que han alcanzado la sublimación, el trabajo ideal y bien remunerado. Ahora, falta que alguien dedique una cancioncilla dedicada a nuestros nuevos ídolos, venga. Con lo que cansa escribir, oiga usted, sin ir más lejos…

* Frederic Porta es escritor y periodista.





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