Desde que entró en escena, a mitad de los años 70, Holanda ha sido siempre el equipo de todos. El más divertido junto a Brasil. Al que nos abrazábamos desesperados en cuanto a España la mandaban a casa, como si el conjunto tulipán fuera nuestra amante. Estaba el color, naranja, chillón y eterno, un símbolo. Luego su filosofía atrevida y contracultural, aquella que revolucionó el fútbol moderno. Y por último su irresistible y seductor malditismo, su mala suerte crónica. ¿Cómo no adorar a Holanda? Pasaban Eurocopas y Mundiales y todo mejoraba en cuanto aparecían por la tele los once tipos de naranja, alegres y cancheros. Una vez, sin previo aviso, no se presentaron. Ocurrió en el Mundial 2002, el que ganó Brasil. No fue lo mismo.
En la Eurocopa de 2008, bajo el auspicio de Van Basten, Holanda tuvo el último ramalazo romántico. Fue el regreso de la naranja mecánica. Un regreso lleno de color y fútbol trepidante. Pasó por encima de Italia (3-0), revolcó a Francia (4-1) y despachó a Rumanía (2-0) en la primera fase. En los cuartos de final, sin embargo, el diabólico Arshavin frenó la rutilante marcha oranje con una actuación memorable en la prórroga. Daba igual, Holanda había vuelto. El andamiaje estaba asentado y la plantilla era joven y talentosa. En el Mundial de 2010, las buenas vibraciones cristalizaron en un equipo finalista. Para llegar a su tercera final en un campeonato del mundo, eso sí, el seleccionador Van Marwijk, resolvió aparcar el libro de estilo histórico y virar hacia rumbos más pragmáticos que líricos. Y le funcionó, aunque muchos ex jugadores y pesos pesados del entorno holandés criticaron la imagen de dureza que ofreció el equipo en la final de Sudáfrica. Sin embargo, anclada a su malditismo atávico, Holanda volvió a naufragar hincando la rodilla a cuatro minutos del final de la segunda parte de la prórroga, cuando a Iniesta, ese sumiller, se le iluminó la bombilla.
En esta Eurocopa partían como uno de los grandes favoritos después de una fase de clasificación impecable, pero después de lo visto en estos dos partidos nadie apuesta un duro por ellos. Sus posibilidades de pasar a la siguiente ronda son más bien remotas, y en caso de hacerlo, el famoso y estridente doble pivote que conforman De Jong y Van Bommel, y por el que Van Marwijk suspira, no augura mejores resultados. Pero siempre se está a tiempo de cambiar. Igual es hora de volver a los orígenes. Y si los escritos dicen que Holanda no ha de ganar jamás, que por lo menos seduzca a la gente. Un equipo que enamora jugando al fútbol no garantiza títulos, solo la inmortalidad.
* Jorge Martínez es periodista. En Twitter: @JorgeMartnez12
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