Ya no hay excusas

por FERNANDO MURCIEGO el 18 febrero, 2015 • 0:50

Mucho tiempo ha pasado desde la última vez que vimos sonreír a Rafael Nadal sobre una pista de tenis. Quizá demasiado para tratarse de quién es. Una buena parte del público español siempre se ha quejado de que el manacorense ha recibido a lo largo de todos estos años muchos más focos que el resto de jugadores nacionales. Por una parte, comprensible. Por la otra, injusto. Aun así, todo argumento tiene su punto de razón. Si el número 3 del mundo genera lo que genera es debido única y exclusivamente a sus hazañas dentro de la cancha, todo se lo ha ganado inmerso en esas cuatro líneas: trabajo, esfuerzo, pundonor, éxitos, gloria y una lista interminable de retribuciones que le han colocado en lo más alto. Guste o no, tiene algo diferente al resto. Y eso la gente lo nota. Sobre todo, lo nota cuando no está. Ahí es donde quiero llegar, a todo el tiempo que lleva el espectador sin verle gritar, emocionarse, celebrar, seguir haciendo historia. Unos meses en los que el balear ha ido construyendo de nuevo su castillo de naipes para poder jugar la mejor baraja en su superficie favorita. Llegó la tierra, Rafa, ya no hay excusas.

Con la arcilla moldeando sus Nike se abre una nueva brecha en el horizonte. Fusionar la figura del español con el polvo de ladrillo es una fórmula que siempre ha desencadenado grandes resultados, sin distinción alguna. Hablamos de una persona que cuenta con 45 títulos sobre el terreno (a uno solo del máximo histórico, los 46 Guillermo Vilas), de un hombre con más de 300 triunfos sobre tierra batida (más que ningún otro en activo), de un jugador que llegó a encadenar 81 victorias sin freno sobre la arena dejando un registro inalcanzable, o de un ilustre que ha dejado su sello siete veces en Roma, ocho en Montecarlo, otras ocho en Barcelona o nueve en Roland Garros. Números de un extraterrestre del que hemos podido disfrutar. Como siempre, la ausencia nos trae la necesidad, en este caso la de este genio de la raqueta al que los infortunios han intentado hundirle durante toda su carrera. No sabían contra quién se enfrentaban.

Brasil se presenta como el primer eslabón de una larga cadena de plazas por dominar. El torneo, que comenzó su andadura el curso pasado, ya gozó de la presencia del oriundo de Manacor para abrir por todo lo alto su alistamiento en la élite. Para este segundo episodio, el campeón regresa con el objetivo de defender su trono y tocar por fin el cielo en este 2015. Pese a ser el gran favorito, el cuadro no es tan generoso como las nativas que desfilaron hace un par de días en el carnaval de Río de Janeiro. Un hipotético camino hasta el final podría ser el siguiente: Thomaz Bellucci en primera ronda (6-4, 6-1), Pablo Carreño en segunda, Pablo Cuevas en cuartos de final, Fabio Fognini en semifinales y David Ferrer en la final. Batallas fratricidas y asaltos ante referentes del top-20, una combinación escabrosa. Y todos expertos en la materia de lidiar sobre el polvo de ladrillo. Los inicios siempre son los más duros, pero no se equivoquen. No es Rafa el que debe estar preocupado, sino quien se cruce con él.

Atrás queda la decepción de Wimbledon, donde Nadal acabó perdido entre la hierba, del calvario veraniego donde la muñeca decidió cobrarse una factura de tres títulos y 4000 puntos, de la mala suerte en primavera con una espontánea apendicitis que lastró los últimos días de una temporada agridulce, de la frustración invernal en Doha con la primer resbalón oficial y la dosis de realidad consumida en Australia, donde la falta de rodaje le pasó factura frente a Berdych. ¿Algo más? Yo creo que ya está todo. El mal de ojo se ha vaciado a gusto con el balear, con lo que, de ahora en adelante, la parte positiva del karma debería devolverle todo lo usurpado. Esta retahíla de calamidades han llegado incluso a generar dudas en el aficionado sobre el rendimiento de Nadal de aquí a un par de años, unas dudas que reflejan el miedo del seguidor a quedarse sin su ídolo. Pueden descansar tranquilos, a esta estrella todavía le queda brillo.

Olvidémonos de Doha. Olvidémonos de Kyrgios, Olvidémonos de operaciones, de Coric, de lesiones, de recaídas, de Berrer, de cirugías, de mala suerte, de falta de tiempo, de Brown, de Klizan o de la dura competencia. Por enésima vez vamos a dejar atrás los malos recuerdos para empezar a recordar los buenos, el sujeto merece la pena. Se acabaron los problemas. Se acabaron las dudas. Se acabaron los miedos. El navío Rafael Nadal emprende nuevo rumbo en Brasil donde, gracias a Dios, hay tierra a la vista. Allí donde cosechó tres de sus cuatro títulos en 2014 (Río, Madrid y Roland Garros), allí donde se siente como en el patio de su casa, donde se hace fuerte, donde remonta, asciende y dirige. Un polvo de ladrillo que conoce hasta el último detalle de su dueño, aquel que desde 2005 gobierna la arena de manera tiránica. Vuelvan al principio del artículo, busquen la imagen, contemplen su cara. Es el reflejo de la decepción en un rostro acostumbrado a la sonrisa, el desencanto de un individuo creado con una sola misión: ganar. Febrero abre la puerta enterrando las excusas y renovando sensaciones, obligando a que Rafa y la felicidad se vuelvan a encontrar en el tablero. Nada puede salir mal.

* Fernando Murciego es periodista.

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