"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
A pesar de cuanto puedan sostener sus detractores, que los tiene, como cualquier excelso no exento de padecer envidia ajena, Pep Guardiola no pega jamás una puntada sin hilo. El pasado miércoles, mientras el mundo del balón intentaba cerrar la boca ante la exhibición, el gran cómplice en las travesuras futbolísticas del astro soltó en rueda de prensa otra de sus certeras sentencias: “Messi sólo compite contra sí mismo”. Habrá quien quiera discutir la frase. Otros nos limitamos a recordar su autoría y procedencia: Paavo Nurmi, el sensacional atleta de los años 20, autor de tan redonda herramienta de reflexión hecha palabra. Sólo dudamos en un aspecto, no sabemos si Guardiola conoce la fuente original o ha situado la frase a fuer de leerla en aplicación sobre otros fueras de serie. El legado de Nurmi parece dedicado a quienes dudan de la capacidad pedagógica del deporte. El llamado finlandés volador merece por sí solo una extensa rememoración, pronto y aquí. Pero ahora, Leo Messi.
Hay algo en Messi que resulta una anormal normalidad jamás conocida antes. En la reciente historia del deporte hiperprofesional, apenas le hallaríamos punto de comparación ante Michael Jordan, por la vertiente del competir y el ansia de ganar. Aunque Leo presenta otras credenciales inéditas y desconocidas: Pase lo que pase, digan lo que digan, presionen como deseen presionar, él no deja de ser un niño que se realiza con el balón en los pies y prescinde del resto. No me vengáis con mayores complicaciones, yo hago esto para ser feliz y punto, resume su leit motiv vital. Así, tal cual, como si fuera lo más normal del mundo, que lo es… siempre que no te llames Messi. Air Jordan pasó a la posteridad por su descomunal, mítica, capacidad de superación. En cada duelo hallaba un aliciente. Y si no, su único trabajo íntimo consistía en buscárselos. Cuando le faltaron, busco refugio para sus legítimas ambiciones en el béisbol profesional con el único fin de homenajear a su padre, trágicamente desaparecido, y demostrarle que también lo podía conseguir con sólo seguir sus propias pautas de conducta, talento, afán de superación y esfuerzo por bandera. Messi parece no tener límites más allá de los causados por su propia condición humana. Por tanto, mortal y supeditado al progresivo desgaste de su físico, el único elemento que le frenará en el futuro, sea por edad, sea por los impuestos a pagar acumulados tras tantos y tantos azotes contrarios que no comprenden su predestinación como artista y desean pulverizarlo a base de violencia lanzada desde la inferioridad y su precariedad moral.
Al margen de tales elementos, imposibles de eliminar al no hallarse bajo su control, el resto sobra. Si bien dicen que la infancia es la patria de cada cual, él no quiere abandonar este territorio, emperrado en el próximo partido. Al crío que juega no le importa nada más que la pelota, estar a gusto con los compañeros que forman el equipo y el entorno que le brinda el papel de guía y apoyo, su propio cuadro técnico, ya que figura entre profesionales de máximo nivel. Él, a su aire, ajeno a las debilidades humanas, a que cualquiera desee buscarle las cosquillas con ánimo de descentrarle y adivinar si, realmente, existe en ese cuerpo algún talón de Aquiles. No lo tiene. A sus 24 años y en este sofisticado fútbol del Tercer Milenio, ya ha presentado evidente candidatura a ser considerado el mejor jugador de la historia. Con ventaja: Messi guarda vídeo donde documentar y certificar el trono pretendido. Los otros -Pelé o Di Stéfano -, pueden disimular, qué suerte la suya, dada la falta de archivo y la precariedad tecnológica propia de sus eras de dominio. Maradona o Cruyff, se pongan como se pongan, lo acepten con mayor o menor gracia, ya no le aguantan parangón sobre los platos de la balanza. Y espérate a ver, con el carrete que le queda por delante hasta hilvanar mayor grosor para las páginas de su leyenda. En seis, ocho temporadas de margen hasta completar su personal bagaje de experiencia y aprendizaje, en tantas campañas venideras donde aprovechar su cuerpo en perfecta madurez, todo hace pensar que seguirán las arias de Messi entre las óperas del Barcelona. Porque ahora, se habrán fijado, el príncipe ya emula a Xavi en el arte de los pases invisibles o firma cinco de golpe cuando le parece oportuno hacerlo. De aquí a colgar las botas, teniendo como tiene el fútbol entre ceja y ceja, como enorme, preferente, aliciente vital, aún quedan largos años de exhibiciones y recitales. Para deleitarnos con ellos, al margen de cuáles sean los colores en el corazoncito futbolero de cada cual. Si no disfrutas de la gloria por no llevar tu escudo, lo siento, tienes un problema emocional o no has entendido realmente nada sobre los principios básicos del deporte y su aportación para el progreso de los pueblos.
Tan sencillo como abrumador y desarmante. Messi juega en el Barça por agradecimiento, placer y saber que no se hallaría mejor en ningún otro lugar, en ningún otro patio de colegio. No se trata de dinero, por favor. Y le puedes pinchar, si así lo deseas: Se hace el ciego, el sordo, el mudo y todo el resto le sobra. Él es él con el balón sobre una alfombra verde. El resto de los mortales, a disfrutar, a admirarle y a sorprendernos que sea tan sencillo y fácil. Y como los niños, juega el partido, mete cinco goles y busca la bola para llevársela a casa, que se la ha ganado y es suya….
* Frederic Porta es periodista. En Twitter: @fredericporta
– Fotos: Miguel Ruiz (FC Barcelona) – NBA
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