Disfrutó Jamie Carragher. También Kenny Dalglish. Y seguro que, ocultos entre los numerosos aficionados que hoy llenaron Anfield, también lo hicieron Elvis Costello y Roger Waters. El Liverpool ha vuelto. Y lo ha hecho a lo grande, dando una auténtica exhibición de intensidad sobre el terreno de juego ante un Tottenham que se convirtió en el saco de boxeo de un equipo que, esta vez sí, ha encontrado un camino para volver a reinar en la Premier tras varios años de travesía por el desierto. El resultado: a falta de seis jornadas para el final de la competición liguera, el Liverpool es líder con 71 puntos, dos más que del Chelsea y con cuatro de ventaja respecto al Manchester City, que acumula dos encuentros menos.
Lo cierto es que Daniel Levy, presidente del Tottenham, va a tener complicado olvidar el día de hoy, y a eso contribuyeron, curiosamente, no solo los hombres de Brendan Rodgers, sino también los eternos rivales del Merseyside. El Everton, que a primera hora de la tarde vencía al Fulham en Craven Cottage por 1-3, se colocaba quinto en la clasificación con 60 puntos. Sin embargo, y pese a que esto suponía una presión añadida para los hombres de Tim Sherwood, no sirvió para espolear a un conjunto del que solo se salvó el empeño puesto por Christian Eriksen.
El Liverpool –que no ha perdido ningún encuentro de liga desde Año Nuevo–, y Coutinho en particular, pareció detectar las debilidades del Tottenham desde el principio. Nadie va a descubrir al elegante centrocampista brasileño a estas alturas, pero Bentaleb y Sigurdsson tardarán en olvidarse de él y, concretamente, de sus cambios de orientación y pases entre líneas. Así llegó el primer tanto del Liverpool, cuando apenas habían transcurrido dos minutos de juego. Una apertura a la banda derecha del joven virtuoso de Río de Janeiro derivó en una internada de Glen Johnson, que esquivó el marcaje de Eriksen y lanzó un pase al interior del área que Kaboul introdujo en su propia portería tras no lograr controlar el balón.
Sobre Coutinho habrá tiempo de hablar más en profundidad en otra ocasión, pero uno de los motivos de que este Liverpool funcione en la medular es la transición de galones de Steven Gerrard al exjugador del Inter de Milán, y que Rodgers ha ido gestionando con tranquilidad. El legendario centrocampista inglés ya no tiene el mismo recorrido de antes, pero su posicionamiento por delante de la defensa, además de facilitar la salida de balón, también da libertad para que el juego de los reds orbite en torno al futbolista carioca, un pequeño mago en crecimiento que también se beneficia del ímpetu y constantes permutas posicionales de sus tres compañeros en ataque: Sturridge, Sterling y un Luis Suárez al que el calificativo de genio se le comienza a quedar pequeño. Quizá la descripción más acertada del atacante uruguayo la realizó en su cuenta personal de Twitter el periodista de Canal+ Gaby Ruiz, que durante el transcurso del partido comentó lo siguiente: «Luis Suárez es talento más intensidad. Lo primero es natural, se tiene o no. Lo segundo es una actitud: está al alcance de todos«. Esa actitud, ese instinto innato de querer siempre más, fue lo que dio paso al segundo tanto del conjunto entrenado por Rodgers. Ni medio minuto llevaba Michael Dawson sobre el terreno de juego cuando un malentendido entre el zaguero de Northallerton y Kaboul derivó en una nueva carrera de Suárez hacia su otro reto de este año: superar los 31 tantos de Shearer y Cristiano Ronaldo que colocan a ambos en el podio de máximos anotadores en una temporada desde la creación de la Premier League. Tras el tiro cruzado ante Lloris que supuso el 2-0, el charrúa lleva 29. Y aún quedan seis partidos.
Entre medias, flashes intermitentes de un Eriksen demasiado solo en ataque, únicamente acompañado en ocasiones por las arrancadas de Chadli y algunos detalles de Bentaleb. Así, en el minuto 40, Luis Suárez pudo volver a sumar otro tanto al marcador tras un remate de cabeza que primero Lloris y después el larguero evitaron que el balón se colase en la portería. La acción, iniciada por Sterling, fue un fiel reflejo del planteamiento inicial de Rodgers, buscando insistentemente balones a la espalda de Danny Rose. Mientras tanto, en el banquillo rival, la cara de Tim Sherwood era un calco exacto de la actitud de los spurs sobre el terreno de juego. Impasibles, quizá sorprendidos ante la brega del conjunto local, lo cierto es que el paso por los vestuarios no supuso cambio alguno. Salvo en el tramo final del partido, el Tottenham no llegó a ejercer con claridad la presión sin balón, y con Coutinho sin la correa puesta en el centro del campo eso pasa factura. El 3-0, obra suya tras una conducción previa de Flanagan, llegó tras un tiro desde la frontal del área en el que el futbolista brasileño avanzó sin prácticamente oposición hasta la ejecución del disparo.
Sherwood intentó revitalizar a su equipo introduciendo a Townsend y Dembélé en la zona ancha, pero tampoco sirvió de mucho. Al igual que en el partido de la primera vuelta en White Hart Lane, al Liverpool le salió todo. O casi todo, porque un taconazo de Sturridge tras una jugada de Sterling fue salvado por Lloris en primera instancia. El internacional francés no pudo, sin embargo, detener el libre directo ejecutado por Henderson que, a la postre, se convirtió en el 4-0 final. En el minuto 74, el centrocampista inglés botó una falta a media altura que se coló entre la numerosa maraña de jugadores que había dentro del área y, sorprendentemente, no tocó en nadie, alojándose en la red ante la cara de incredulidad de Lloris. Rugió The Kop como en sus mejores días. El Liverpool, líder de la Premier League, devolvió la sonrisa a una grada donde, al final del partido, se pudo ver una pequeña pancarta recordando que, ese equipo que hoy pelea por recuperar la hegemonía en el torneo casero, ganó en su día cinco Champions League. Solo quedan seis jornadas, pero una cosa es segura: el Liverpool ha vuelto.
* Pablo Varela.
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