No es la primera vez que un futbolista no es capaz de recordar su nombre tras sufrir un fuerte golpe en la cabeza. John Lambie, un modesto entrenador escocés retirado, por ejemplo, inscribió el suyo con letras doradas y mayúsculas en la leyenda eterna del fútbol mundial aprovechando una situación bien semejante. Tras un duro encontronazo en lance propio de un fútbol jugado al choque como el escocés, uno de sus jugadores perdió el conocimiento y permanecía tumbado en la banda, atendido por el masajista del equipo. Cuando comenzó a incorporarse, el galeno se giró hacia Lambie y le comunicó que el muchacho era incapaz de recordar quién era. “Perfecto”, respondió el flemático míster, “dile que es Pelé y que vuelva de inmediato al campo”.
El caso más reciente, y quizás el más llamativo de cuantos se han documentado hasta el momento, viene a ser el del joven Rory Curtis, jugador del Stourport Swifts, un modesto equipo de la Midland League inglesa. En una entrevista concedida al diario The Telegraph, el muchacho resumía así lo sucedido: “No puedo recordar mucho, pero sé que pensaba que era Matthew McConaughey”. En su caso, el brutal impacto no se produjo dentro del terreno de juego, sino en una carretera que no logró arrebatar su vida, pero la sepultó durante un tiempo en el coma más profundo. Al despertar, Rory hablaba francés con soltura, asegura, pese a no haber recibido más lecciones que las elementales durante la infancia. También había algo diferente en su mirada, como si no reconociese a toda aquella gente tan vulgar y mal vestida que lo colmaba de atenciones y aseguraba ser su familia. “A veces estaba allí, pensando: no puedo esperar a salir de aquí para irme a grabar”.
Rory Curtis no dejará impronta alguna en la historia del fútbol, y sin embargo, como Lambie, será leyenda. La leyenda del futbolista que se despertó en el pellejo de una celebridad y exigiendo a las enfermeras, con cierto despotismo, sus manuscritos originales de Molière. Sería maravilloso, desde luego, pudiendo evitar los dolores y riesgos correspondientes, claro está, golpearse muy fuerte la cabeza y despertar siendo Johan Cruyff, por ejemplo; con suficiente tabaco en la casa, un abono premium a Digital Plus y alejado de cualquier amenaza que pueda quebrar mi sueño de disfrutar el fútbol con sus mismos ojos como, por ejemplo, los espejos. “Cuando fui al baño y me miré en el espejo me sorprendí porque mi cara no era la suya. Con el tiempo me di cuenta de que no era él”, declaró el abatido rapaz. Comprendo que no parece esta la mejor manera de cerrar un texto por muy ligero que pretenda presentarse, pero, les advierto, tampoco esperen que un servidor arriesgue demasiado el pellejo por levantarse un día de la cama, afrontar el folio en blanco con un pitillo en la boca y creer que está sentando cátedra cada dos o tres oraciones, como si de golpe y porrazo cualquiera pudiese convertirse en Alvite.
* Rafa Cabeleira.
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