Erhard Wunderlich, considerado el mejor jugador de de su época y uno de los mayores talentos de toda la historia del balonmano, falleció el pasado 4 de octubre en la ciudad alemana de Colonia, víctima de un cáncer, a los 56 años. Leyenda en el Gummersbach con el que ganó entre 1976 y 1983 dos Ligas, cuatro copas, una Copa de Europa y dos Recopas, tuvo un paso efímero por España, enrolado en un Barça en el que comenzaba a mandar Valero Rivera, que con él al mando conquistó los primeros dos títulos de su colección. Personaje histórico en el Palau, Valero, sin embargo, apenas pudo disfrutar unos meses de la calidad de ese extraño pero excepcional jugador que, cosas de la vida, había nacido en la misma ciudad de Augsburg en la que lo hiciera, tres años y una semana después, un tal Bernd Schuster.
En el otoño de 1982, en plena era Maradona, la sección de balonmano del F. C. Barcelona fichó a uno de los considerados cracks del balonmano mundial de la época: el pivot yugoslavo Petric Fezjula, procedente del Estrella Roja y que llegaba al Palau para fortalecer las aspiraciones europeas del equipo entrenado por Sergi Petit. Aquella temporada, el Barça, que jugaba la Copa de Europa como campeón de Liga, superó con holgura las eliminatorias continentales frente a Benfica, Hapoel Rechovot y Göteborg, hasta que las semifinales le emparejaron con el Gummersbach alemán. El 27 de marzo, en Dortmund, el campeón de la RFA venció por 21-16; en la vuelta, el 2 de abril, venció en el Palau Blaugrana por 22-23. De los 44 goles que marcó el Gummersbach, veinte (trece en la ida y siete en la vuelta) llevaron la firma de Erhart Wunderlich.
La final la venció el Gummersbach al CSKA soviético el 1 de mayo de 1983. Para entonces, Josep Lluís Núñez ya tenía grabado el nombre de su próxima estrella. Wunderlich, que tenía 26 años, ya era considerado como uno de los mejores jugadores, si no el mejor, del mundo. Lateral izquierdo (“con visión de central”, en palabras de Valero Rivera), con una altura superior a los dos metros (entre 2,03 y 2,05 dependiendo de las fuentes consultadas) tenía un lanzamiento descomunal, una rapidez de movimientos impropia y una inteligencia en el juego que le colocaba muy por encima de la media. Núñez ordenó hacer lo posible por incorporarlo, desconocedor, en principio, de las reglas amateurs del balonmano de la época y, cuando se filtró que por su fichaje el Barça iba a desembolsar nada menos que 140 millones de las antiguas pesetas por cuatro temporadas de contrato, el caso traspasó fronteras.
El 13 de mayo de 1983, el portavoz de la IHF, Max Rinkenburger, admitió que el organismo continental iba a remitir un escrito al Barcelona pidiendo explicaciones del fichaje, por cuanto estaba prohibido que ningún jugador de balonmano ingresase semejantes cifras. De hecho, solamente cobraban las dietas y primas autorizadas por la federación internacional. Francesc Ventura, en aquel entonces directivo encargado de la sección del club, llevó las gestiones en primera persona y, de una u otra forma, el 6 de julio Wunderlich fue presentado por Josep Lluís Núñez, con un contrato de tres temporadas por el que iba a tener un sueldo anual de 6 millones de pesetas. Un total de 18 que, en principio, quedaba muy alejado de los 140 que se habían dicho en un principio pero que, en realidad, alcanzaban los 60, una barbaridad, una vez sumados todos los flecos. Y es que su contrato deportivo estaba compensado con otro de trabajo que nunca quedó claro si era de carpintero, oficinista o, incluso, llegó a decirse de electricista. Y sin contar con otros ingresos publicitarios con los que, se dio por hecho, iba a convertirse en el jugador de balonmano mejor pagado del mundo. De esta forma, el amateur Wunderlich desembarcó en el verano de 1983 en Barcelona, dispuesto a acabar con la histórica hegemonía del Atlético de Madrid en España y a convertirse en referencia del balonmano a nivel continental.
Pero a veces las cosas no salen como debieran. Wunderlich se presentó el 25 de septiembre con un amistoso frente a su ex equipo, el Gummersbach, en el homenaje a Quico López Balcells, y comenzó a dejar señales de su calidad, pero los inicios de temporada demostraron, también, su difícil adaptación. A mediados de octubre, Sergi Petit, el entrenador del Barça, ya manifestó su descontento con el fichaje de un jugador al que no “necesitaba” y el enrarecido ambiente en el vestuario estalló pocos meses después. El 5 de febrero de 1984 el Atlético venció en el Palau (16-18) y tres días después el entrenador era destituido, dicen, enfrentado a todo el vestuario. Valero Rivera fue el elegido, interino, para acabar la temporada.
No dejaría el cargo hasta veinte años y 55 títulos después.
En los cuatro meses siguientes, el rendimiento personal de Wunderlich se multiplicó y el Barça comenzó a descubrir sin disimulos el potencial de ese gigantón rubio y con bigote al que se asociaba con su compatriota Bernd Schuster. Y aunque no se pudo conquistar el título de Liga, el Barça cerró el curso ganando la Copa de España (21-17 al Atlético de Madrid en Ferrol) y la primera Recopa de su historia (24-21 al Sloja Doboj yugoslavo). Pero para entonces, el alemán ya había decidido abandonar el club. Desde mediados de abril, su futuro estaba fuera del Barça.
El 16 de ese mes, Wunderlich hizo pública su marcha a final de temporada. La firma alemana BAX-Kopiersysteme, distribuidora en Alemania de las fotocopiadoras Minolta, le ofreció un contrato por diez años prorrogable en otros cinco y un puesto en el modesto TSV Milbertshofen, de la segunda división alemana. Recién casado y esperando un hijo, el jugador alemán argumentó su marcha en su situación familiar, aunque Valero Rivera recuerda ahora: “Cuando me hice cargo del equipo, ya sabía su decisión”.
El entrenador más laureado de la historia recuerda ahora con cariño aquella corta etapa y no duda en calificar al germano como “el primer crack del balonmano mundial que jugó en España”. “Lo tenía todo: un lanzamiento en altura brutal pero es que además sabía leer como nadie los partidos, hacía pases impensables y mejoraba a sus compañeros”, explica. En aquellos pocos meses que le dirigió, Rivera recuerda que su rendimiento “se multiplicó”. “Trabajó con Paco Seirul.lo y aunque no nos alcanzó para ganar la Liga porque el Atlético no falló, ganamos tanto la Recopa como la Copa del Rey”.
Campeón del Mundo en 1978 y subcampeón olímpico en 1984, marcó 504 goles en 140 partidos con la selección de la antigua República Federal de Alemania y aunque tras su salida del Barça su carrera ya no ocupó los focos al marchar a un club de segundo orden, nadie en Alemania olvidó a uno de sus jugadores legendarios. Estaba llamado a convertirse en un icono del Barça pero apenas sí permaneció un año en la España que comenzaba a mostrar al mundo el poder de su balonmano. Cuatro años después, en 1988, desembarcó Veselin Vujovic, procedente de la Metaloplastika. Pero la suya ya es otra historia.
* Jordi Blanco es periodista del diario Sport. En la web: notas-de-un-forofo.blogspot.com.es
– Fotos: DPA – DAPD – Imago – Mundo Deportivo
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