El Barça compitió mal en Múnich. También jugó mal, pero compitió peor. En muchas ocasiones puedes jugar mal, pero arreglarlo a base de competir bien. La historia del fútbol está repleta de partidos con esas características. En la capital de Baviera, el equipo de Tito fue infeliz en ambas facetas, pues de haber competido como acostumbra, con frialdad, cabeza, temple y cohesión, probablemente habría perdido en el marcador pero no en el espíritu. Ahora, el Barça es un equipo emocionalmente frágil, quebrado, consciente de haber perdido la jerarquía que le hizo dictador de Europa. Desde fuera, todos apreciábamos las crecientes flaquezas e incluso algunos jugadores especialmente sensibles lo habían reconocido: Mascherano, Iniesta, Alves… Desde el martes, hasta los futbolistas más reticentes a la autocrítica son conscientes de esa fragilidad: han comprobado en sus carnes que ya no mandan ni se imponen.
Múnich ha desnudado las debilidades, “humanizado” al tirano y sumido al equipo en la desconfianza y al aficionado en el túnel del tiempo. Competir bien también significa “salvar” los momentos en que se juega mal. El Barça lleva tiempo jugando mal. Bastante peor a como lo hacía. Las causas han sido ampliamente enumeradas y no es cuestión de repetirse. El equipo posee las mismas aptitudes que cuando jugaba de manera impactante, pero no lo consigue, sea esto un paréntesis, un interregno o el anuncio de una revolución. Cuando juegan mal, los grandes equipos intentan compensarlo compitiendo bien. Si no puedes volar, corres. Si no puedes correr, caminas. Si no puedes caminar, arrástrate, pero continúa avanzando. Ni los jugadores comprendieron lo que hacía falta en cada momento, ni el entrenador acertó en moldear la competitividad que exigía el combate.
¿Remontar? Suena a verbo equivocado. La visita del Bayern no es una semifinal, sino un problema y competir es el verbo que toca conjugar. Si no puedes jugar bien, compite bien. Las escasas, ínfimas o reducidas posibilidades pasan por la competencia feroz: la externa frente al rival y la interna, tan olvidada y diluida en los últimos meses. Este Everest no se remonta con palabrería. No el Barça. Quizás el Madrid lo consiga a base de esa receta que lleva cocinando durante décadas: espíritus, testosterona, miedo escénico… Pero muchísimo antes que remontar, el Barça ha de volver a competir. Más que épica necesita sensatez y atrevimiento. Que en lugar de palmaditas en la espalda, el entrenador sea hábil con su plan, valiente con las decisiones y firme en la tensión. No digo que sea imprescindible hacer autocrítica en público pero, desde luego, resulta bastante peor querer convencernos de que Múnich solo fue un accidente: no lo fue, sino el penúltimo paso de una caída anunciada que se ha ido radiografiando a diario.
Hay mucha gente que me pregunta cómo es posible que en Madrid se hable de remontada factible y en Barcelona de misión imposible. Eso no tiene importancia alguna. Las palabras previas no ganan partidos ni redimen trayectorias. Lo que importa de verdad es volver a competir como antes, incluso jugando peor.
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