En el legado que dejó Guardiola en Barcelona iba una enseñanza que no ha pasado desapercibido en el club. El vestuario debe mantenerse sano a cualquier precio. La jerarquía establecida en el vestuario debe ir en concordancia con el estatus en el campo y con el salario a percibir.
Cuando Guardiola llegó al Barça, tuvo claro que la jerarquía reinante era lo primero que debía cambiar. Descartó a los tres líderes extranjeros (Ronaldinho, Eto’o y Deco), aunque ante la falta de ofertas por Eto’o –su alta ficha era un hándicap insalvable para la mayoría– hiciera que Pep no pudiera desprenderse del camerunés. La apuesta de Guardiola por dar total protagonismo a Messi hizo que en su segunda temporada la salida de Eto’o fuese prioritaria. Costase lo que costase. Estaba claro que el Inter, sabedor de la necesidad del Barça por colocarlo, iba a sangrar al club culé hasta el límite. No le importó a Guardiola. El Barça pagaba alrededor de 40 millones de euros y regalaba al delantero africano por un jugador de su misma edad que no había demostrado ser superior a Eto’o. Creía Guardiola que se reordenaría el estatus en el equipo, pero el remedio resultó ser peor que la enfermedad. El ego de Zlatan Ibrahimovic es infinito, y donde no llegaban sus méritos en el campo llegaba su afán de protagonismo fuera de él. Guardiola aceptó el error y lo corrigió de inmediato. De nuevo a cualquier precio. Como decía el filósofo Confucio: “aquel que comete un error y no lo corrige comete un error mayor”. El Barça traspasaba al sueco al Milan por 20 millones y fichaba a Villa por el doble.
Ahora Guardiola llega a Múnich, y su primera obsesión de nuevo es ordenar las jerarquías. Seguramente el objetivo de Pep sea acabar jugando sin delantero centro fijo, y sin duda tiene mimbres para hacerlo. Una línea de tres en la media con Javi Martínez, Schweinsteiger y Kroos y una línea de ataque formada por Ribery, Götze y Müller sería lo más reconocible en su estilo. Sin embargo, Guardiola se encuentra con tres nueves de nivel, de los cuales necesita dos para afrontar una larga temporada en la que luchará por seis títulos: uno que pueda ejercer de titular y un suplente que acepte su rol sin reparos. Como titular elige a Mandzukic, más ágil y dinámico que Mario Gómez. Y como suplente, entre Pizarro y SuperMario se decanta por el peruano, veterano goleador en la sombra, comprometido y encantado de formar parte del club campeón de Europa, a la espera de minutos que aprovechar.
Hacer saber a un jugador con galones, de nivel, acostumbrado a liderar a sus equipos que su sitio natural a lo largo de la temporada será el banquillo es un riesgo que puede condicionar una campaña entera. Esta situación es incómoda y antinatural en un vestuario, independientemente del grado de madurez del jugador al que le toca convivir en esta tesitura. El ambiente irrespirable en los vestuarios de Athletic y Real Madrid con casos como el de Fernando Llorente o Iker Casillas en esta temporada ilustran con bastante nitidez esta realidad.
Una vez que se toma la decisión de quitarse una vaca sagrada del vestuario que es suplente y cobra una ficha astronómica, se asume que el comprador tendrá contra las cuerdas al vendedor. El Barça, visto que Ibrahimovic era inamortizable, intentó minimizar los daños económicos y deportivos. Y es, salvando las distancias, lo que ha ocurrido con Villa. El delantero asturiano le ha costado en total al Barça alrededor de 61 millones de euros, 40 de traspaso y 7 de sueldo por cada una de las tres campañas. Su rendimiento, sin ser negativo, está lejos de corresponderse con el dineral invertido en él.
Su primera temporada en el club fue de más a menos. Hasta finales de enero su nivel fue magnífico. Firmó 14 goles en la primera vuelta de la liga –incluidos dobletes ante Real Madrid, Espanyol y Sevilla– y se adaptó rápido al estilo, coincidiendo con algunos de los mejores momentos del Barça de Pep. Al comienzo de la segunda vuelta, Villa se diluyó, sus números se desplomaron y su falta de gol fue alarmante. Ya no volveríamos a ver al mejor Villa. El gol en la final de Wembley ante el Manchester United maquilló un final de temporada decepcionante que concluyó con 6 goles en los últimos 27 partidos. El inicio de la segunda temporada no cambió la situación. La llegada de Alexis Sánchez planteó un pulso que acabó perdiendo el asturiano, que con unos discretos 5 goles en las primeras 15 jornadas fue relegado a la suplencia en el partido del Bernabéu (1-3), antes de que una lesión le hiciera decir adiós a la temporada en diciembre. Tito no volvió a confiar en él y su tercera temporada es difícil de evaluar por su ausencia en la mayoría de partidos trascendentales, aunque dejó partidos de gran nivel, como la remontada ante el Milan en la vuelta de octavos de final de Champions.
El contrato que firmó Villa con el Barça hacía que su salario ascendiese a 11 millones de euros –convirtiéndose en el segundo jugador mejor pagado de la plantilla tras Leo Messi– en esta próxima temporada 2013/14, sueldo inasumible para un jugador suplente. Su sueldo y los 32 años que Villa cumplirá en diciembre incapacitaban al Barça para exigir un precio de traspaso acorde al nombre que se ha ganado el asturiano gracias a su brillante carrera. La solución encontrada beneficia a Atleti, Barça y jugador. Los colchoneros se hacen con un delantero de nivel a corto plazo para el año del regreso a la Champions, aunque sin el margen de revalorización que sí tenían el Kun o Falcao. El jugador, cuya edad practicamente le impide perder un año sin Champions –Fiorentina o Tottenham– en proyectos a medio plazo, jugará en una liga en la que no necesitará periodo de adaptación en pro de alcanzar la última gran meta de su carrera, el Mundial de Brasil. El Barça, por su parte, se deshace de un jugador veterano, cuyo hueco en el banquillo debería ser ocupado por un atacante que sí conozca este rol de suplente y que ambicione ganarse un puesto en una zona del campo saturada de talento en la plantilla culé.
El Barça hace con Ibrahimovic y Villa lo que el Real Madrid debió hacer con Kaká hace tiempo, y lo que parece que intentará Mourinho con Fernando Torres en el Chelsea. Quitarse como sea jugadores cuyo nombre, salario y precio de traspaso no se corresponden con las expectativas creadas con su fichaje, admitiendo el fallo y frenando la sangría económica y deportiva que suponen semejante lastre, porque cuesta creer que es un éxito el triunfo económico que intentan vender algunos, a costa del fracaso deportivo.
* Alberto Egea.
– Foto: EFE
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