Es un alivio que Tito Vilanova sea un hombre sin carisma. De lo contrario ya le habrían fundado iglesia con los asuntos del dedo en el ojo, la maldita enfermedad y los 18 puntos en enero como símbolos de la congregación. Hay razones de peso para adorar a Tito, los números le contemplan, pero el entrenador del Barcelona carece de la pegada mercadotécnica suficiente para que se funden movimientos a su paso. Afortunadamente, Tito no mueve plebes como hacía el Guardiolismo, furor trascendente mucho más allá de su profeta y con algún menoscabo hacia él. No habrá Vilanovismo con la seguridad de que no hay religión que crear en la persona de un hombre escueto y simple como un plato de lentejas.
La intriga de Pep, de menos intensidad que la de Mourinho, parece haberse evaporado de Can Barça tras su marcha. Cuatro años son mucho tiempo al lado de los escasos 6 meses de Vilanova, pero el cambio de tercio es evidente. El sucesor no sólo ha mantenido la excelencia deportiva sino que además ha sumido al entorno y al mentidero blaugrana en un limbo austero de declaraciones sin doblez y decisiones parcas. Ahora más que nunca no parece pasar nada en Barcelona que no sea lo del verde, las verdades del campo. Se marchó Guardiola y se acabó la Guerra de las Galaxias con Mourinho. Vino Vilanova y el periodismo no supo qué hacer con Pito, al decir del portugués, con el que nadie se anima –también porque gana– a lanzar un dardo, deslizar un chisme, urdir una conspiración. El puente aéreo ya no es el que era desde que Francesc Vilanova i Bayo, señor de Gerona, regenta el banquillo del mejor equipo del mundo. Poco misterio y buen fútbol los domingos para el que lo desee.
En efecto, Tito morderá si es preciso porque tiene casta y pocas ganas de cháchara, pero difícilmente entrará al trapo de los portadistas. El resultado es una política pública tan plácida y burocrática como el trabajo les permita y las victorias vayan allanando. La ausencia de credo oficial en torno al entrenador, ya no tan protagonista, deja sin milonga a los que pontificaban sobre la verdad suprema de un Barcelona supuestamente inventor del fútbol único. Marchado el maestro, quedó Vilanova con el marrón inimaginable de hacerle olvidar o versionarlo de la mejor manera posible, pero Tito no se amilanó ni tiró de herencia más de lo debido. Incluso dio al equipo un sello propio más arrebatado y vertical, con Cesc como gran depositario de la nueva música.
Y sin embargo, el Vilanovismo no va a llegar, difícilmente lo hará nunca, porque el Barcelona es un equipo más allá de su fase adolescente y porque el entrenador culé no genera la pasión y la controversia de otros compañeros de profesión. Al fin, ver a Vilanova obrando una rueda de prensa como la del “puto amo” de Pep, necesaria para ganar la tercera Champions del club, es tan improbable como encontrarse una noche a Valerón robando una gasolinera de Coruña.
* Carlos Zúmer es periodista.
– Foto: Mundo Deportivo
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