«De todos los garitos de todas las ciudades del mundo ella entra en el mío». Esa frase la pronunció Rick Blaine, inmortal personaje interpretado por Humphrey Bogart en la no menos inolvidable Casablanca. Dicha cita podría ser aplicable al aficionado francés que hoy poblaba las gradas del bello de Saint-Denis y fue testigo de cómo Víctor Valdés neutralizaba las armas, los batallones y toda la artillería del once del gallo para dictar su ley en hogar ajeno.
El guardameta catalán volvía a terreno propicio, a un césped otrora regado por una lluvia intensa que percutía en su pelo de pincho. Aquél Valdés contaba con 24 años y jugaba la primera final de Champions League de su vida. Fue Víctor quien no pudo hacer nada ante un salto imperial de Sol Campbell y que fue testigo, desde la lejanía, de cómo Lehmann era el primer portero expulsado en la historia de las finales de ese torneo. Ese mismo Valdés fue el que leyó la mente de Henry no una, ni dos, sino tres veces, tiñendo de blaugrana las cintas que adornaban una copa que Eto’o y Belleti se encargaron de lustrar. Aquella noche, Víctor se hizo hombre en París, en una ciudad que dio a luz a un portero que había debutado cuatro años antes en una posición gafada para el barcelonismo, teniendo que apartar de su camino innumerables cráneos y huesos para encontrar su sitio bajo los tres palos.
Esta noche, la capital francesa volvió a ser otro punto de inflexión en la carrera del guardameta de L’Hospitalet, maldito en la selección por ser coetáneo de uno de los mejores de siempre y que necesitaba consagrarse en un gran escenario con el escudo nacional. En el candelero desde el anuncio de su no renovación con el Barcelona, Valdés respondió a todas las insinuaciones hablando en el campo, bajo palos, poniendo orden a todo intento de profanación de su mausoleo de madera y red. Dos intervenciones magistrales desactivaron a los franceses, mientras Casillas en la grada voló de súbito a Sudáfrica el tiempo que duraba el galope de Ribery y Henry revivió la noche en la que clamó venganza y postergó un año más el compartir vestuario con la doble V.
Las manos de Valdés fueron las manos de las grandes noches, esas que quedan grabadas a fuego en la retina de todo aficionado. Víctor, con 31 años, atesora mando y poderío, con un gesto endurecido por un largo periodo de lucha sin cuartel y cuyo reconocimiento parece tardío. Cada parada es una punzada de nostalgia en el corazón del seguidor barcelonista, que sigue sin entender la decisión de un guardameta atípico que se ha convertido en codiciada pieza de mercado veraniego. El número de candidatos a sucederle aumenta exponencialmente, deseando todos ellos un París en su horizonte, mientras bajo una niebla intensa ven despegar un avión que se aleja con rumbo desconocido bajo los acordes de un piano triste y solitario, y una canción, que por mucho tiempo que pase, jamás podremos olvidar.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: Benoit Tessier (Reuters)
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