"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Un día como otro cualquiera en el Centro de menores donde trabajé durante varios años. Como era habitual cuando llegaba un nuevo ingreso, llamaban a un vigilante de seguridad para que procediera al registro del menor y sus pertenencias, y al educador del módulo donde fuera a ir para que estuviera delante y que todo se hiciera bajo las estrictas normas de seguridad y conforme a la ley.
El niño que entraba ese día no era más que un crio de 14 años que apenas se levantaba del suelo. No pasaba del 1’40 y llevaba mínimo dos semanas sin ducharse. ¡Uff, qué olor!
Cuando trabajas en sitios de estos y lo haces durante años, ves varios chavales, que van creciendo allí mismo, dependiendo la condena; algunos, por desgracia, salen y entran desde los 14 hasta los 23; a otros simplemente los ves un tiempo y nunca más vuelves a saber de ellos, se han reinsertado o fallecido. En fin, cada persona lleva tras de sí un caso, cada cual más especial.
El caso que nos lleva pasaría desapercibido como uno de tantos miles si no fuera porque ese pequeño jovenzuelo de 14 años se convertía en un persona diferente cuando jugaba a fútbol en la hora de actividad después de clases.
Los módulos estaban compuestos por chavales de edades de 14 a 23 años, aunque lo más habitual era de 16 a 19. Por la tarde se iban a jugar el partido de fútbol o la actividad física correspondiente. El día que la actividad no era fútbol todo el mundo pasaba de ese pequeñito, pues no era útil para los juegos de educación física en grupo. Pero los fines de semana o las tardes de fútbol, el pequeñito de 14 años era el más querido por todos; nadie le daba la espalda, todos lo escogían primero, por delante del “líder” de los chavales y de “hombres” de 20 años. Incluso de algunos chavales que estaban jugando en el juvenil de la ciudad o en algunos equipos con fama de tener buena cantera y que estaban allí por 3 meses a causa de un mal momento puntual en su vida pero que ya habían aprendido la lección.
Si le preguntabas dónde había aprendido a jugar te decía con naturalidad que en la calle, con gente mayor que él. Lo veía normal. Había nacido en un barrio humilde en una familia sin posibilidades económicas y con varios hermanos mayores que él. La pregunta le extrañaba, como si no fuera normal jugar en la calle con los amigos y hermanos. “Es lo que he vivido y visto“.
Su hermano, de 16 ó 17 años, que ya se encontraba en el centro desde hacía unos meses, me verifica lo explicado por el hermano menor. Además, todo eso lo apoya un documento que cae en mis manos.
El mayor era un jugador del montón, sin más. Nunca llegaría a profesional, ni siquiera a 2ª B. Solo a regional. Cuando le preguntabas por qué el pequeñito no se dedicaba al futbol y lo sacaba de la mala vida, te decía que la adrenalina de robar un coche era superior a la de driblarse a tres, que eso de driblar para el chico era muy fácil. Un equipo de Segunda División fue a buscarlo por lo menos tres veces para sus divisiones inferiores. (Personalmente, solo sé de una, pero pueden ser las tres, aunque no me fiaría de un delincuente). Hizo una prueba y es posible que aún se encuentre algún ojeador del club babeando… Era lo que me llegó de aquel entonces. La calidad del chaval era descomunal.
Cuando jugaba en el centro era fácil ver trabajadores de otros módulos (educadores, seguridad,…) que si la cosa estaba tranquila se pasaban a verlo jugar. Incluso directivos de dicho centro. Muchos de allí querían ir a ver jugar aquella maravilla de chaval. Era habitual que, si el chaval jugaba, una de las cámaras de seguridad estuviese enfocándole a él y al partido. No todos los días se veía un jugador de tanta calidad: era capaz de coger el balón, driblar al equipo contrario y marcar. Acabar un partido 11-7 y marcar él 9 de los 11 goles. (De los 9 goles posiblemente en 4 ó 5 había driblado a medio equipo contrario). Ir perdiendo su equipo 1-5 y acabar ganando 9-6…
Era explosivo, zancada corta (1’40 m.) pero muchas repeticiones, habilidoso, zurdo, con un disparo muy fuerte, fibrado. Tenía un carácter fuerte y era competitivo. Capaz de tirar de un equipo, su uno contra uno se lo he visto a poquísimos jugadores. Era más bien un uno contra tres o un uno contra cuatro. Tiraba con precisión faltas y penales; era un canchero, un jugador de la calle. Recuerdo que una vez le ordenamos un marcaje al hombre a un chaval que estaba allí durante 3 meses por una gamberrada y que estaba en régimen de semiabierto. Las tardes que tocaba podía ir a entrenar con el juvenil del equipo de la ciudad, donde era el lateral derecho titular. Pues el “enano”, como le llamábamos algunos, se iba de él como quería. Al acabar, el juvenil dijo: “No he visto nunca un jugador así“. Recordemos que había aproximadamente 4 años de diferencia.
Hablé con uno de los responsables del centro para ver si el “enano” podía salir por las tardes a jugar con las inferiores del equipo de la ciudad, pero el régimen que tenía era cerrado y no estaba autorizado. Tenía prohibido salir del centro durante un año completo, si no recuerdo mal (el miembro directivo con el que hablé me dijo que ya habían movido este tema, pero no pudo ser). Acabamos disfrutando de su fútbol en privado. Aunque muchos no valoraron nunca lo que estaban viendo. Nunca se dieron cuenta de que estaban frente a un superclase.
Al cabo del tiempo dejé el centro por otro trabajo y él volvió a la calle a delinquir. Y, como consecuencia, a otro centro. Allí, ya con 17 años, un amigo mío que trabajaba en ese centro me dijo que apenas tocaba el balón, que no tenía ningún interés por el fútbol y que llegó enganchado a las drogas. Ahora no sé donde está, ni si está vivo o muerto. Si vive tendrá 21 años, pero el fútbol perdió un crack. Con toda seguridad.
* Bajo la firma Anónimo se encuentra un funcionario de prisiones, cuya personalidad debemos mantener oculta.
– Fotos: José María Rufo
* Las fotografías que ilustran este texto no tienen ninguna relación con el mismo.
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