"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Agapazado tras el charlatán se esconde un gran entrenador. Sería un grave error valorar a Mourinho exclusivamente por sus palabras, por irritantes que resulten: su inmensa habilidad táctica es irrefutable. Resulta triste que haya tenido que ser el propio Mourinho quien anunciara el finiquito de Pellegrini por televisión, máxime teniendo el Madrid un orador de categoría como es Valdano, pero ni siquiera tamaña chapuza puede ocultar que el entrenador portugués aportará un plus de competitividad a un equipo ya fuertemente acorazado en esta materia, lo que convierte al club merengue en favorito a todo desde ahora mismo.
El Real Madrid da un giro copernicano a su historia poniendo su futuro en manos de un entrenador. Nunca antes fue así. El Madrid siempre se construyó a partir de futbolistas de cuajo: Di Stéfano y Puskas; Pirri y Amancio; Michel y Butragueño; Casillas y Raúl. Sus entrenadores resultaron instrumentales, la mayoría de ellos “alineadores”. En contraposición, el Barça siempre fue obra de sus entrenadores: Samitier o HH; Buckingham y Michels; Venables o Menotti; Cruyff y Van Gaal; Rijkaard y Guardiola. Ni siquiera la presencia de los mejores futbolistas de cada momento evitó esa metodología blaugrana: el entrenador es el “pal de paller” del equipo, el teorema a partir del que se fabrican todas las tesis.
Opuestos incluso en esto, Madrid y Barça han rivalizado durante décadas. El éxito sonrió primero a los merengues, acaparadores de títulos mientras el barcelonismo se corroía de fracaso en fracaso. Pero a partir de los conceptos básicos de Michels y la “naranja mecánica” holandesa, Cruyff erigió una idea fundamental sobre la que se han forjado los incesantes éxitos de las dos últimas décadas, hasta el punto que hoy nadie duda de que para seguir yendo a más el Barça sólo precisa persistir en sus conceptos: balón, toque, posesión y cantera. Enloquecido por el éxito ajeno de una idea tan simple como poderosa, el Madrid suma ya diez años huyendo hacia delante, sumando cada día nuevas estrellas a su colección, quemando entrenadores como quien se desprende de pañuelos de papel, coleccionando fiascos tras levantar expectativas gigantescas. La grandilocuencia ha crecido exponencialmente en el madridismo, al tiempo que se desperdiciaban talentos y se malgastaban técnicos.
Ahora llega el gran volantazo: se llama Mourinho y viene de ganarlo todo. El elegido lo es porque representa el antiCristo culé y reúne toda la simbología con la que goza el madridismo mediático: vencedor en el Bernabéu, de donde apartó al Barça; odiado por los culés, a quienes derrotó en varias batallas épicas; contrapuesto a Guardiola en todo salvo en la excelencia táctica, Mourinho resume cuanto desprecia el barcelonismo y eso basta para que el Madrid le entregue las llaves del club. Mourinho triunfará. Posee virtudes innegables y una capacidad agonística especial. Gestiona de maravilla los vestuarios y no se conoce futbolista que no se haya dejado la piel por él. Tendrá éxito y, a cambio, cada semana protagonizará polémicas encendidas, será expulsado varias veces, odiado con intensidad por aficiones rivales y aportará una crispación descomunal al fútbol español.
Vencerá, pero ¿convencerá?
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