"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Era día grande en Las Palmas de Gran Canaria. Siempre que juega la Unión Deportiva en casa es especial, está claro, sobre todo para esa pobre gente que tan sólo quería pasar una tarde agradable en los centros comerciales cercanos al Estadio de Gran Canaria y se encuentran con un atasco monumental que les retrasará sus planes durante un buen rato. Los que realmente acuden al campo a ver a su equipo iban este sábado con una ilusión diferente al resto de los inicios ligueros de los últimos años. Las Palmas acabó el curso pasado entre los seis primeros clasificados, lo que le dio derecho a entrar en los playoffs de ascenso por sorpresa, especialmente viendo el inicio desastroso del equipo de Lobera. La esperanza de repetir, y a ser posible mejorar, lo que se consiguió hace unos meses creció de forma exponencial cuando se confirmó el fichaje de Juan Carlos Valerón.
Los aficionados canariones, siempre alegres y festivos como pocos, mostraron una sonrisa inmensa en sus rostros cuando vieron por fin saltar al campo al número ‘21′ de su equipo. El club ha recuperado a muchos jugadores que partieron de la isla en busca de un futuro deportivo mejor, como Momo, Nauzet o Ángel, pero ninguno aceleró el ritmo cardíaco del espectador amarillo como lo ha hecho Valerón en su estreno liguero con el equipo en el que creció, dieciséis años después de su partida. Se iba a corear cada pase del genio de Arguineguín, cada pase de baile creado en su escuela, cada mágica asistencia.
La casualidad del sorteo del calendario de la liga emparejó a la Unión Deportiva contra el Deportivo de La Coruña en la primera jornada de Segunda División. “¡Manda narices!”, pensaría Valerón cuando se enteró de la noticia. Nada más irse de Riazor tiene que volver a enfrentarse contra el club que lo ha hecho grande. Valerón volvió a su isla para disfrutar de su última experiencia en el fútbol en casa, junto a su gente, de la que ha pasado demasiado tiempo separado. Manuel Pablo, sin embargo, está quemando sus últimas naves como capitán del Depor. El de Arucas llegó a La Coruña dos años antes que su paisano, cuando los blanquiazules todavía lucían Feiraco en sus camisetas Adidas, justo antes de ganar la liga. Valerón aterrizó cuando el Depor jugaba Champions y luchaba cada año por volver a ganar un título, en la época en la que vencer en el Olímpico de Múnich al Bayern de Effenberg y Kahn era posible.
Más de una década como compañeros en la que han saboreado la gloria, la parte dulce y sabrosa del fútbol y la más desagradable e indigesta. Títulos y descensos. Semifinales de Champions e impagos. Dos canarios que encontraron un hogar en Galicia, donde los acogieron como en casa. Todo este tiempo, uno en la banda y otro en la mediapunta, desde Irureta a Fernando Vázquez. La última temporada en la que se enfrenaron, Valerón descendió y Manuel Pablo cantó el alirón. Se volvieron a reencontrar como enemigos en el Estadio de Gran Canaria, que no en el Insular, donde sí dejaron tardes de gloria para la UD. Enemigos durante noventa minutos y amigos para toda la vida. Esta vez, la primera ronda se la llevó Manuel Pablo. Valerón ya está esperando ansioso la revancha en la jornada 22, ese día en el que Riazor se pondrá en pie y aplaudirá al que siempre será su ídolo, con Manuel Pablo de anfitrión.
* Jesús Garrido es periodista.
– Foto: Luis Glez
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