Empezaba la semana y el cielo del Valencia Open 500 amaneció despejado, dando la bienvenida a una nueva edición del torneo, la sexta desde que en 2009 Juan Carlos Ferrero y compañía decidieran hacer las maletas rumbo al Ágora. El martes el tiempo empeoró, desapareciendo el sol y recibiendo las primeras nubes. Llegó el miércoles y la lluvia ya se hacía notar sobre la Ciudad de las Artes y las Ciencias, a sabiendas de que el jueves los relámpagos y un frío intenso inundarían las oficinas del certamen. Reuniendo noticias, entrevistas y algunos cálculos objetivos, todo el mundo apuntaba a que el domingo sería la última vez que Valencia vería tenis en directo, una bomba de relojería que amenazaba con explotar a lo largo de toda la semana. Dicen que en la vida nadie te regala nada, mucho menos hay dinero de por medio. Y pese a que la crisis mantenga su yugo sobre proyectos tan enriquecedores como este, aquella muerte que tantos anunciaban terminó siendo un simple infarto. Por suerte, el bisturí de la ilusión salvó a un paciente que se moría por vivir.
Había ganas de hacerlo bien, de cumplir, de dejar a la gente satisfecha con un producto elaborado gracias a la pasión de un colectivo que ama lo que hace. Se vio nada más salir a la luz el cartel del torneo con cuatro jugadores top-10 y un Andy Murray cerrando el elenco como número 11 del mundo. Pese a las bajas de última hora de Cilic y Nishikori –que aunque no compitieron viajaron a Valencia para llevar a cabo actos promocionales–, la receta seguía siendo apetitosa, con varios ingredientes que salían calentitos del horno enfrascados en su lucha por estar en Londres. De menos a más, así trascendió la semana en Valencia rematada con una final apoteósica en la que dos titanes rindieron un homenaje a su profesión y nos regalaron uno de los encuentros más brillantes del curso, además del más largo a tres sets.
Un paso hacia delante y dos hacia atrás. Así es como llegaba el Valencia Open 500 un año más después de faltarle dedos en las manos para contar adversidades. Los patrocinadores, sobre los que gravita cualquier idea deportiva, seguían cerrando el grifo sangrando los números internos: del 40 % de apoyo habían pasado a un 12 %. La Generalitat tampoco tenía claro si seguir poniendo el hombro en un esquema que parecía abocado a la desaparición. El terremoto tocaba su punto más alto con la ausencia de Rafa Nadal en las pistas valencianas. El máximo referente de nuestro tenis, al contrario que el resto de jugadores español del top-100, decidía partir hasta Basilea para luchar por una corona de la misma categoría. ¿Se imaginan a Roger Federer disputando una prueba que no fuera la de su país? ¿Es comprensible defender el apoyo al tenis base y el producto nacional pero luego no acudir a jugar a tu tierra? Un cheque con múltiples ceros volvió a provocar que, a más de 1000 kilómetros de distancia, Valencia volviera a llorar la falta del mejor deportista de nuestra historia.
Pero ni con esas pudieron echar abajo tanto esfuerzo. El torneo se saldó con más de 180.000 visitas a lo largo de toda la semana más los dos días de fases previas, con 85.000 entradas únicas vendidas al aficionado, con más de 400 periodistas acreditados que mostraron hasta el último detalle de un certamen que regala una cercanía y un trato cinco estrellas. Por supuesto, luego llegó la final entre Andy Murray y Tommy Robredo y los números pasaron a ser insignificantes. Un partido que nada tuvo que envidiar a cualquier batalla de Masters 1000 o Grand Slam, con dos jugadores en su mejor momento de forma luchando a pecho descubierto y arrancando en cada bola el aplauso del espectador. Imposible no aclamar aquella exhibición. Improbable que se vuelva a repetir tal demostración de clase y corazón. ¿Cómo iba a desaparecer un torneo que reunía el componente más insólito de conseguir? La magia.
A raíz de esta propia magia, un comunicado el viernes por la mañana anunciaba que aquello era demasiado grande como para destruirlo. La apuesta por el tenis había sido contundente y la confianza de las instituciones se vio reflejada ante tanta insistencia. Lo celebró Andújar realizando una semana fantástica; lo celebró Carreño, llegando por primera vez a unos cuartos de final de un ATP 500; y lo celebró Robredo, pese a perder cinco bolas de partido en una final que todavía retienen las retinas de los 6.000 presentes en la tarde-noche del domingo. Después de horas y horas de diálogo y presiones, Ferrero y compañía consiguieron una pequeña prórroga de una guerra que ya parecía vencida. “Es una noticia que nos lleva de alegría, poder mantener el tenis en nuestra Comunidad y contar con una fecha del ATP World Tour es algo positivo para el territorio, para el tenis de la Comunitat y para el tenis español en general”. Esto. Esto es preocuparse por nuestro deporte, no se confundan.
Recibida la confianza de la Generalitat y oficializado el contrato por dos años más, los amantes de este deporte residentes en la ciudad de Valencia ya pueden respirar tranquilos. El calendario 2015 volverá a reservar un papel protagonista a los ciudadanos del río Turia durante el esperado mes de octubre. No sabemos si volverán a superarse, si darán un paso atrás, si pasará a ser un 250 o si en 2016 se celebrará la última edición. Tranquilidad, no es momento de agobiarse. Es el turno de empaparnos de lo vivido y de ilusionarnos con lo que venga. Volver a soñar con ese torneo que una vez al año aterriza en la Ciudad de las Artes y las Ciencias para demostrarnos que con trabajo e ilusión nada es imposible. Disfrutemos del momento, simple y llanamente. Del querer al poder solo hay un paso, la voluntad. Y nos sobra. Podemos dormir en paz, aquí nadie se va quedar sin tenis.
* Fernando Murciego es periodista.
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