Hace poco más de tres décadas, en L’Hospitalet de Llobregat, nació Víctor Valdés. No tuvo una infancia tranquila, como la de cualquier niño, ya que con 9 años, jugando de portero, tomó su primera decisión: no quería ser portero. Quería evitar los gritos que sufría cada vez que encajaba un gol y, sin embargo, suspiraba por una celebración como las que veía en sus compañeros de campo. Poco tiempo le duró, pues acabaría fichando por el F.C. Barcelona tras convencer a los ojeadores y entrenadores del fútbol base.
Desafortunadamente, con apenas 10 años y tan solo cinco meses después de ingresar en la cantera blaugrana, abandona su ciudad natal y pone rumbo a Tenerife por motivos familiares. No pudo soportar la lejanía de sus padres, necesitaba sentirse protegido. No obstante, durante uno de los famosos torneos de alevines retransmitidos por TV, su padre se fijó en el pequeño Víctor y le observó llorando. Sintió rabia al pensar que él había formado parte ese equipo y se estaba perdiendo tal privilegio. Su padre le dejó llorar pero supo que era el momento en que ambos tenían regresar a casa. Y para ello antes debían entrenar duro, muy duro.
De vuelta en Barcelona, Víctor experimentó una madurez impropia. Tal madurez que algo enigmático rondaba alrededor de su figura pero que nadie podía haber intuido nunca. No era feliz bajo los palos. Cada fin de semana tenía esa misma sensación agónica, de pánico, de infelicidad. Había perdido la ilusión por jugar. Pero había tomado una decisión y no podría defraudarse, como tampoco quería hacerlo con su familia tras el paso que habían dado poco antes. Nada se supo de ese capítulo hasta los 18 años. Era la confirmación de que Víctor no era un chaval normal y corriente como los demás. Su propio entrenador, Frans Hoek, jamás sospechó, señal de la introversión del joven meta. Hasta que un día, por segunda vez en su corta carrera, decide dejarlo definitivamente. Tras dos o tres visitas al psicólogo, Víctor nota una mejoría, quiere vivir y disfrutar con el fútbol.
“Esa terapia psicológica me abre la posibilidad de que yo vea la portería, el mundo del fútbol y mi vida personal de una manera diferente”. (Víctor Valdés en Informe Robinson, abril 2010)
Dos años después de ese suceso, Valdés debutó, precisamente, en la portería en la que un día su padre, con 13 años, le señaló. Fue ante el Atlético de Madrid en septiembre de 2002. El resultado final fue 2-2 y seguramente nunca olvidará a Otero, jugador por entonces del equipo rojiblanco, quien marcó desde la banda derecha gracias a un centro que desconcertó a Víctor. Desde luego no había aterrizado en la mejor época en el Barcelona. Su presencia en el once titular no hace sino incrementar las dudas en la portería y, por ende, en su persona. Soberbias paradas van de la mano con actuaciones irregulares, penaltis innecesarios, acciones propias de un portero nervioso, novato, inmaduro y presionado para soportar la exigencia de un club como el catalán. Más aún en mitad de la crisis en la que anda sumergida la entidad. Y es que el fantasma de la portería era un peso que había que saber sobrellevar.
Su primer contratiempo vino de la mano de su principal valedor, Louis Van Gaal. Tras un titubeante inicio de campaña, el holandés decide devolver a Víctor al filial, hecho que el propio portero no acepta con resignación y se declara en estado de rebeldía. No se presenta a un entrenamiento y se ve obligado a pedir perdón en público. Demasiados vaivenes para un chaval que apenas llevaba media temporada en la élite. Tiempo después, reconoce que ese momento le ayudó a ser aún más fuerte y le agradece el gesto al “míster“, como sigue llamándole. La introversión de Valdés evolucionaba hasta transformarse en temperamento.
En 2003/04, con la llegada de Frank Rijkaard al banquillo, encontró un nuevo obstáculo. El club se hizo con los servicios del turco Rüstü Recber, pilar fundamental de la Turquía revelación del Mundial de 2002 en Corea y Japón. Poco le duró el cartel al otomano pues Valdés, tras alternar titularidad y suplencia, se hizo con la portería a mitad de temporada y nunca la abandonó. Desde ahí, todo son éxitos con el guardameta como uno de principales protagonistas. Y se dijo adiós al fantasma de la portería porque desde la marcha de Zubizarreta hasta el asentamiento de Víctor la han defendido diez porteros diferentes: Lopetegui, Busquets, Vitor Baia, Hesp, Arnau, Dutruel, Reina, Bonano, Enke, Rüstü… y diez porteros son demasiados para encontrar la estabilidad bajo palos y, por extensión, en el equipo.
Un año después, en la 2004/05, gana su primer título de Liga de la mano de los Ronaldinho, Deco y compañia, y Valdés consigue su primer Zamora. Sin embargo, fue la temporada siguiente la de mayor felicidad. A pesar de cometer algún error con el balón en los pies, a su segunda Liga hay que sumarle su primer título europeo, el más importante, y su participación en la final de Champions League de 2006 en París le consagró como uno de los mejores porteros del momento en Europa. Es lo mínimo cuando desesperas a un delantero de la talla de Henry, quien se topó en repetidas ocasiones con el cancerbero. El proceso evolutivo estaba cumpliéndose: su temperamento pasó a ser madurez.
Tras dos años de debacle deportiva, Frank Rijkaard abandonó Can Barça y regresó el ‘hijo pródigo’, Josep Guardiola. Con él, en 2008/09 el equipo volvió a lo más alto y Víctor experimentó una evolución claramente visible en confianza y técnica. El balón en largo ya no estaba en su cabeza y, como uno más, formaba parte del juego blaugrana. Se le veía como un jugador de campo más, con el privilegio de poder utilizar las manos y demostrar sus dotes con el balón al pie. Mientras tanto, seguía siendo decisivo en los partidos claves. Da Luz, San Siro, Saint Denis, Emirates Stadium. Apoteósico en Stamford Bridge, bien vale el reconocimiento y la segunda Champions en su haber, fue protagonista indiscutible de esa edición (Roma fue testigo y el Manchester United su última víctima en la final). A su vez, consigue su segundo Zamora y posteriormente logra el único titulo que le faltaba a nivel de clubes: el Mundialito. Pero su felicidad no era plena y Juan Carlos Unzué, entrenador de porteros en esa época, lo resumió de la siguiente forma:
“Creo que sería desagradable, injusto que un portero de su nivel y su categoría no tuviera en su currículum un Mundial o una Eurocopa”. (Juan Carlos Unzué en Informe Robinson, abril 2010)
Con todo ganado en su club, le faltaba la internacionalidad con la selección española. Tras ver al combinado nacional alzarse con la Eurocopa de Austria y Viena en 2008, Vicente del Bosque consideró necesario que integrara la lista del Mundial 2010 de Sudáfrica. Y su aterrizaje no pudo ser más oportuno. A pesar de las polémicas suscitadas alrededor de su figura y la de Iker Casillas, aceptó profesionalmente su rol en el equipo y se vio reflejado en la dinámica del propio grupo. Fue la consecución del un año redondo en lo deportivo y en lo personal.
El curso siguiente fue, sin lugar a dudas, la temporada más exitosa del portero. De nuevo campeón de Liga (quinta y, de momento, última), volvió a tocar la gloria en Wembley al levantar su tercera Champions (cuarta de la historia azulgrana) y se hizo con el Zamora en cuarta ocasión con el segundo mejor coeficiente de la historia de la Liga (0,5 goles/partido frente al 0,47 de Liaño de la ya lejana 93/94). Se convirtió en historia al igualar a ilustres como Cañizares, Acuña y se quedaba a un solo trofeo de uno de sus ídolos, Ramallets. Fue Pep Guardiola quien mejor definió la frialdad y la seguridad de Víctor Valdés tras su error en el Santiago Bernabéu en diciembre de 2011:
“Víctor tras encajar el gol, ha seguido jugando el balón. Ésta es la demostración de su fortaleza. En otro portero, después de encajar un gol le hubiera venido el balón y hubiera empezado a tirarla larga, pero él no, él ha seguido dándole continuidad al juego”. (Pep Guardiola, rueda de prensa Santiago Bernabéu, diciembre 2011)
Como portero reúne todas las facultades: regularidad, oportunidad, templanza, juego con los pies. Ha sabido revertir sus defectos en virtudes. Ese progreso lo hemos visto y nos hemos percatado. Transmite seguridad.
La pasada temporada, a pesar de no sumar a su palmarés otro titulo liguero, consiguió algo que llevó a ser considerado una leyenda. Cuatro Zamoras seguidos y quinto en su haber. Asombroso. Hasta ahora, puede presumir de multitud de títulos a nivel colectivo e individual: 5 Ligas, 2 Copas del Rey, 5 Supercopas de España, 3 Champions League, 2 Supercopas de Europa, 2 Mundial de Clubes, Eurocopa 2012 y Mundial 2010. A sumarles los cinco trofeos Zamora conseguidos hasta la fecha. Pero pueden ser más.
Casi nada. Ahora, pocos días después de cumplir los 31 años, ha anunciado que abandonará el club al vencimiento de su contrato en 2014. Seguiremos disfrutando de él aunque durante un tiempo limitado. De ese chico que no quería ser portero y hoy es el mejor de la historia del F.C. Barcelona, algo impensable para un jugador que de pequeño sentía pánico, pavor y temor a ser gritado por encajar algún gol. Suerte en el camino y muchas gracias por todo, Víctor, el jugador nº 11.
* Esteban Carrasco.
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