A veces seguimos mirando al fútbol con ojos antiguos, de cuando las alineaciones de un equipo se conocían de memoria y los niños las recitaban durante todo el curso. Pero ahora ya no es posible escribir canciones como la de Serrat porque no hay equipo fijos, se juegan partidos cada tres días, los entrenadores saben que ya no son once sino catorce los futbolistas a manejar y, además, los entrenamientos son a puerta cerrada, lo que no solo es un problema para la industria periodística, obligada a buscar donde no hay información, sino también para cualquier análisis. ¿Por qué no viaja un determinado jugador? ¿Por qué ha sido desconvocado? ¿A qué obedece su suplencia? ¿O su titularidad? Son enigmas más que preguntas, dado el imposible acceso a la fuente primaria de la información que es la observación. Sin observar no hay nada que se pueda analizar, comprender y, mucho menos, valorar. No digo que esté mal esa política de los clubes. Son libres de adoptar la que quieran, pero es indiscutible que convierten los análisis en deducciones bastante más aleatorias, lo que en ocasiones acaba redundando en su propia contra. Posiblemente se habría evitado cualquier crítica a la no utilización de Bartra como central si se hubiera observado su rendimiento en los entrenamientos y también el de Song. O quizás no.
Pero como todo esto no va a cambiar, uno debe ocuparse de analizar a base de reunir datos, indicios y pequeñas observaciones, a fin de componer el retrato general de lo que sucede. De este modo podemos relacionar una serie de hechos que ocurren alrededor del Barça de Tito, a saber: elevada competitividad, demostrada en los momentos difíciles de los partidos; importante recuperación de jugadores que la temporada pasada tuvieron flojo rendimiento o fueron baja más o menos continuada; disminución de las jerarquías existentes, otorgando mayor peso al rendimiento puntual (salvo en los dos “intocables”, Messi y Valdés); continuidad en el criterio de polivalencia, con jugadores que se amoldan a situaciones y posiciones inesperadas (Adriano como paradigma máximo); notable velocidad de reacción del entrenador para modificar sistemas de juego poco fluidos, lo que contrasta con algunos planteamientos iniciales quizás no muy acertados (véase Bernabéu o el primer tiempo ante el Celta); capacidad camaleónica del equipo para transitar por distintos sistemas de juego y distintas velocidades y sentidos sin sufrir excesivamente en los cambios; menor control -salvo excepciones- de los partidos, líneas más separadas, recuperaciones más difíciles de completar y transiciones defensivas más frágiles; ataques más veloces, tanto en lo físico como en el desplazamiento del balón, con mayor capacidad para encontrar desorganizado al rival.
Seguramente encontraríamos otros varios hechos relevantes, pero los anteriores me parecen indiscutibles y significativos para comprender por donde circula el nuevo Barça, con sus virtudes y sus problemas.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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