¿Ya? ¿Se acabó? ¿Paró la tormenta? Eso parece, o al menos de momento. El equipo español de Copa Davis ha puesto un punto y aparte a un inoportuno siniestro párrafo que, por un instante, ensució las páginas más brillantes de una historia irrepetible. Pero claro, ¿cuándo es oportuna una derrota? Imagínense tres consecutivas. Y ante rivales claramente inferiores. Para quien se mantenga ajeno al deporte de la raqueta, lo reconozco, es difícil de explicar. Que si circunstancias personales, que si motivos de calendario, que si cansancio, que si falta de motivación, que si desacuerdo con los altos cargos… ¡stop! Ya está bien. Tanta sangría tenía que concluir en algún momento y Dinamarca fue el lugar escogido para resucitar al enfermo. Allí que acudieron tres de las cuatro mejores raquetas de la actualidad para combatir al 36º combinado del ranking mundial, con solo dos espadas entre las mil primeras. Como si contratas a siete cirujanos para que te curen un catarro. En fin, la cuestión es quejarse. Al fin y al cabo lo importante es que fueron y el objetivo de la permanencia (¡en segunda división!) se cumplió. Toca pasar página y concienciarse de lo ocurrido.
Hablar de la eliminatoria es hablar del tren de la bruja en la feria de verano. Sabes que aquello no debería por qué asustarte y que saldrás de allí indemne, aunque algún ligero susto siempe te acabas llevando. Rafa Nadal, David Ferrer, Roberto Bautista y Fernando Verdasco a un lado del ring. En el otro, Frederik Nielsen, Mikael Torpegaard, Thomas Kromann y Christian Sigsgaard. Esta batalla, por muy injusta que parezca, se dio este fin de semana en Odense. Lo permitieron, sí. He tenido incluso que repasar los nombres del equipo local para no equivocarme, en estas aguas nos movemos. Dentro de la facilidad de la serie (0-5), los de Conchita Martínez tuvieron que superar sus propios miedos (el más grande de todos, ese que te obliga a ganar casi por obligación) ante un equipo danés que jamás había visto a gente perteneciente al top-10 al otro lado de la red. Hubo bolas de break, hubo servicios quebrados, incluso hubo sets en contra. «Sobre el papel era un simple trámite, pero había que venir aquí a pasarlo», subrayaba la capitana tras la conquista. Ya con la manita consumada, la Armada española respiró y disfrutó por fin de una victoria que no degustaba desde septiembre de 2013.
La verdad es que han sido dos años muy duros con varias etapas para olvidar. Àlex Corretja estrenaba capitanía en 2012 alcanzando una nueva final en la competición, ante la República Checa. Las dudas de Almagro y el enésimo renacer de Stepanek nos privaron de aquella Ensaladera, pero lo peor estaba por llegar. Tras un 2013 para olvidar con derrota en primera ronda ante Canadá, en 2014 se abrió una nueva era con Carlos Moyà al timón, el amigo de los jugadores. Tocaba viajar a Alemania y de nuevo con escasez de personal. Descalabro en Frankfurt por 4-1 y, por segundo curso consecutivo, había que salvar la categoría en el playoff. Pero esta vez no era en la arcilla de Madrid ni contra Ucrania. Esta vez el avión partía hasta Sao Paulo, Brasil. El descenso de división se convirtió en realidad en un abrir y cerrar de ojos. Casi dos décadas después. Tanto fue el golpe que Moyà dejó su cargo a disposición de la federación, ofuscado tras la falta de compromiso. Luego llegó Gala León y trescientas páginas de culebrón que poco o nada tienen que ver con el deporte, para acabar enterrando en Vladivostok (Rusia), ya con Conchita de capitana, la poca dignidad que nos quedaba. Y así saltaba la noticia más despiadada: España no volvería a luchar por la Copa Davis hasta 2017.
El episodio en Dinamarca detiene en seco este túnel sin salida en el que nos habíamos metido. Tampoco era normal acariciar cada noviembre la Ensaladera –cinco títulos y dos finales más en este milenio–, pero ¿era necesario este desastre para abrir los ojos de lo que teníamos en las manos? Al final, por mucho desfase que exista en los despachos, si tus mejores soldados no van a la guerra es muy fácil que vuelvas cosido de heridas. Ellos mandan, aunque alguno se niegue a reconocerlo. Por eso, con más razón, hay que saber cuidarlos para que continúen alimentando una leyenda que ha situado a nuestra nación doscientos niveles por encima de lo que nunca hubiéramos imaginado. Pero no se equivoquen, esto ha pasado en las mejores casas. Conquistar la Copa Davis sacia por completo tus ansias de capturarla para, al día siguiente, dejar el contador a cero. En cuestión de horas varía de ser una meta primordial a convertirse en un mal menor. Y por esta ley han pasado Novak Djokovic o el propio Roger Federer. Todavía en construcción está el sueño de Gran Bretaña con Andy Murray a los mandos.
Hace falta una clave, un camino para poder rescatar ese hambre de los jugadores por esta competición mágica, ese voluntad de compañerismo con el resto de La Armada y ese sentimiento de patriotismo por mantener a tu país en un altar donde nadie pueda acceder. Jordi Arrese, que algo sabe de esto, ve la solución en la rotación. Me explico. Ir modificando las convocatorias con jugadores top junto a hombres de la zona media y alguna joven promesa para que se vaya curtiendo en experiencia. Por poner un ejemplo, tres hipotéticas convocatorias: Nadal, Bautista, García-López y Carreño; Ferrer, Almagro, Verdasco y Marrero; Feliciano, Robredo, Granollers y Marc López. Son solo tres potenciales equipos que plantarían cara, y lo digo sin pensar, a cualquier potencia mundial. Y aún me dejo en el fondo de armario a los Andújar, Ramos o Gimeno. Sería un inversión perfecta para mantener la ilusión, repartir la función y mantener la división. Y, por qué no, optar a un nuevo cetro mundial si las condiciones lo permiten.
La gente me pregunta constantemente: ¿volverá Nadal a la selección? ¿Volverá David? ¿Y Feliciano y Verdasco? Preguntas que buscan una respuesta inmediata, pero que dependen de cientos de factores externos. Pese a ello, yo siempre respondo que sí, afirmativo, y para muestra basta con repasar este pasado fin de semana. Vale, quizá no lo hagan con la misma asiduidad que antes, pero no tengan ninguna duda de que si España los necesita y el capitán –en este caso capitana– los necesita, tardarán medio segundo en vestirse de corto y acudir a la llamada de la Roja. Porque si algo nos diferencia del resto de naciones es que los colores los llevamos bien grabados en las venas, y sí, que el pelotazo de convocatorias que llevaban a las espaldas no era normal, lo acepto. Y que cualquier tiempo pasado fue mejor lo compro también. Simplemente propongo dejar una puerta abierta, sin ningún tipo de yugo, preparada para el regreso a carta blanca de todos nuestros representantes. Ojalá en unos años podamos decir que en Odense se dio el nacimiento de esta nueva España. ¿Nueva? La de siempre.
* Fernando Murciego es periodista.
– Foto: EFE
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