Nos la coló. Lo hizo de una manera inteligente, paso a paso, sin generar grandes portadas, pero ocupando extensos párrafos. Escalando a buen ritmo, sin prisa pero sin pausa, colocando su imagen en la lista de favoritos a la misma velocidad que ascendía su nombre en la clasificación mundial. Todo el mundo hablaba de él, todo el mundo le esperaba. Tuvo tropiezos en el camino, algunos desagradables, otros repugnantes. Aun así la esperanza se mantenía, el voto de confianza debía conservarse hasta que llegara el momento clave. Y llegó, Roland Garros, y con él la gran mentira: Fabio Fognini.
“Rafa Nadal tiene un nuevo rival en el asalto de su noveno entorchado en París”. Palabras de un servidor hace cuatro meses, justo el día después de que el italiano se coronara en Viña del Mar. Sí, a mí también me engañó. Una mentira que sucumbió ayer en la Suzanne Lenglen donde el protagonista de este artículo dijo adiós al torneo parisino siendo derrotado ante Gael Monfils (5-7, 6-2, 6-4, 0-6, 6-2). Aposentado en el decimoquinto escalón de la ATP y con unos números en tierra batida superiores al 90 % del elenco, Fognini se despidió en tercera ronda de Roland Garros, de la gira de tierra batida y de la posibilidad de cerrar miles de bocas que empezaban a cambiar su discurso respecto al italiano. Finalmente los críticos tenían razón, al de San Remo le venía demasiado grande este traje.
La cuestión es que esta falacia no viene de hace unos días, comenzó a engendrarse a mediados de la pasada temporada, cuando el perspicaz transalpino se adjudicó sus dos primeros cetros ATP de golpe: Stuttgart y Hamburgo. La semana siguiente, además, haría final en Umag. De la noche a la mañana había surgido un nuevo clay courter de debajo de las redes y todas las miradas se abarrotaron sobre él. Sus próximos movimientos estarían ya vigilados muy de cerca, aunque el cierre de temporada fue discreto, al alejarse el polvo de ladrillo del calendario. Pese a ello, le sirvió para celebrar la Navidad entre los veinte mejores del ranking, algo que multiplicaba las expectativas para el año nuevo.
La tierra roja volvió a situarse bajo los pies de Fabio y su raqueta reactivó la función de automático. Campeón en Viña del Mar y finalista en Buenos Aires. Una racha de 23 victorias en sus últimos 25 encuentros sobre arcilla le colocaban como una amenaza sobre la superficie más lenta del circuito, incluso como el hombre que podía llegar a toser a los Nadal, Ferrer o Djokovic siempre que fuese arena lo que interpusiera entre ellos. Todo esto se vio endulzado con su papel de héroe en la Copa Davis, donde ayudó a Italia a llegar a semifinales del torneo treintaitrés cursos después tras someter, él solito, a Argentina y Gran Bretaña (con victoria cómoda incluida ante Murray en el partido definitivo). El país estaba a sus espaldas, los números volaban de su parte y su nombre empezó a filtrarse en las mejores quinielas. ¿Qué pasó entonces?
Cuando en el tenis el éxito te llega a los 26 años es porque algo has hecho mal. Quizás empezaste tarde, puede que la causa fuera un mal entrenador, probablemente no te respetaron las lesiones o tal vez el problema resida en algo más íntimo que todo esto: la mentalidad. Se sabía que Fognini era un jugador con carácter, temperamental, a veces incluso rozando lo violento, en ocasiones bordeando lo extravagante. La fama tiene sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas, pero hay una que viaja dentro de las dos mochilas: todo lo que hagas verá la luz. Esto lo sabía bien el de San Remo, pero dentro llevaba un demonio incapaz de domesticar. Insultos a los jugadores, raquetas destruidas, amenazas a los árbitros, improperios a la grada, faltas de respeto al público, abandono de partidos… incluso la llegó a tomar con su padre en medio de un encuentro donde el resultado le estaba siendo desfavorable. Demasiado ruido fuera de la pista. Tan grotesco era el espectáculo que el personaje acabó engullendo a la persona.
A partir de aquí todo fueron lamentaciones: en Montecarlo dejó escapar el partido ante Tsonga por culpa de una bola que le cantaron fuera; en Barcelona fue despachado por Giraldo tras una actuación lamentable carente de actitud; en Múnich llegó a la final, pero en un exceso de confianza fue golpeado por Martin Klizan (111º del mundo). Para rematar, en Madrid y en Roma ni siquiera fue capaz de franquear la primera ronda. El tiempo se acababa y las ilusiones se iban dilapidando por el camino, un camino de tierra que acabó convirtiéndose en barro. Aunque el tenis, si algo tiene impagable, es que al lunes siguiente siempre tienes una nueva oportunidad. En este caso, Roland Garros significaba el clavo ardiendo del italiano, el último cartucho, la prueba de fuego capaz de hacer olvidar todas las lamentaciones pasadas, allá donde en 2011 unos cuartos de final le hicieron asomar la cabeza al mundo por primera vez. Beck en el debut, Bellucci en la continuación y Monfils en la conclusión. Tres pantallas aguantó. El jugador entrenado por José Perlas acabó tirando la toalla ante el francés tras 81 errores no forzados y cinco mangas de alta tensión. La gira que tantos meses había estado esperando se saldaba con siete victorias y seis derrotas. Irrebatible.
Su personalidad ha sido la culpable de todo. Ella lo llevó a la primera línea de salida y ella le desprotegió ante la cruda realidad. Pese a todo, las estadísticas siguen ahí y marcan que el italiano es, junto a Nadal, el jugador que más triunfos sobre polvo de ladrillo ha sumado en estos cinco meses de competición: 21. Un récord que, si no hay sorpresas, dejará de compartir en un par de días. Por delante quedan todavía muchos meses de hierba y cemento, alberos en los que Fabio se desenvuelve con menos destreza y donde los malos resultados no caerían tan de sorpresa como estos. La hora punta ya pasó y el tren se escapó. La cabeza díscola del italiano ordenó las ideas de los pacientes espectadores. El cuento de Fognini resultó ser todo humo, falso, un auténtico farol, y si el tiempo me quita la razón, para nada me avergüenzo. No sería la primera vez que escribo un artículo del que luego me arrepiento.
* Fernando Murciego es periodista.
– Foto: Roland Garros
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