Con un homenaje conmovedor, de esos que no gustan a los técnicos, de esos que dejan la sensación de que el homenajeado queda amansado por el estremecimiento, comenzaba la segunda entrega de un duelo que el Chelsea había dejado vivo en Turquía. Drogba era elevado a los cielos por una grada que reconoce en él una deidad absolutamente culpable de la mejor época de la historia del club, y el partido daba comienzo con dos onces sobre el tapete sin novedades llamativas.
Mancini comenzó con una línea de cuatro en defensa, reforzó el centro del campo dando entrada a Kurtulus y escoró a Sneijder a la izquierda. Mientras, Mourinho salió con el 4-2-3-1 más habitual, con Lampard y Ramires en el doble pivote –la baja de Matic en Champions obliga a recuperar la sala de máquinas de la primera mitad de temporada–, con una línea de mediapuntas –donde las posiciones cada vez son menos fijas– formada por Willian, Oscar y Hazard y con Samuel Eto’o en punta en detrimento de Torres, relegado cada vez que su equipo debe o se ve obligado a tomar la iniciativa en el juego.
Salió el Chelsea ejerciendo una presión posicional no demasiado agresiva pero sí bastante adelantada, consciente del déficit de calidad del equipo turco para trasladar el balón a la zona de tres cuartos. Lo que era una toma de contacto inicial se iba a romper en el minuto 3 de partido con un saque de banda del Chelsea en campo propio aparentemente inofensivo. Ivanovic sirvió a Hazard, que recibió solo en el centro del campo ante la pasividad de los de Mancini, permitiéndose girar sin oposición para sorprender a una defensa turca desajustada que vio cómo el belga combinaba con Oscar, que habilitaba a Eto’o para que el camerunés fusilara a Muslera y adelantara a los locales. Aun sin estar en su mejor momento, Eto’o puede presumir de haber decidido encuentros trascendentales ante Liverpool, Schalke, United, Tottenham o Galatasaray, algo que lo define como un competidor nato y como un delantero que rebosa prestigio por los cuatro costados.
El gol fue una bendición para el Chelsea, que sin necesidad de proponer cedió metros y protagonismo a un Galatasaray inoperante en ataque ante el espectáculo que son los de Mourinho en la fase defensiva. El equipo blue se siente más cómodo defendiendo las ventajas en el marcador con un repliegue bajo, que provoca en el espectador –si es hincha sobre todo– una sensación instintiva de angustia que nada tiene que ver con la realidad, donde se combina la contundencia en los balones aéreos, la extrema dificultad que supone para los rivales desbordar a Ivanovic y Azpilicueta en los laterales, la labor impagable de Oscar y Willian, que se han aprendido el libreto de Mourinho como el padre nuestro, y la coordinación entre las líneas para que atacar la espalda de Ramires y Lampard sea poco menos que una quimera.
Lo de Oscar se sabe que no es nuevo. Donde Scolari le limitaba creatividad para que luciera Paulinho, Oscar puso sacrificio, trabajo e inteligencia táctica para ganarse al seleccionador brasileño, y Mourinho solo ha tenido que marcarle sus directrices para hacer suyo un jugador que ya era tenía su perfil incluso antes de ponerse a las órdenes del técnico portugués. Lo de Willian es una transformación en toda regla, y eso es otra historia. De todo un dandi en Ucrania, donde todas las jugadas del Shakhtar tenían su sello, donde su jerarquía ofensiva le permitía desconectarse de todo lo relativo al sacrificio sin balón, Mourinho ha hecho un futbolista de obra nueva protagonista en todas las fases del juego, que defiende con una calidad que ya le gustaría a muchos mediocentros, que acierta en la altura, en el nivel de agresividad y en el momento de las ayudas defensivas, que en ataque lanza contragolpes como nadie, regatea –especie en extinción– y aunque le sigue faltando esa soltura continuada con balón, tener un futbolista capaz en el mismo partido de enfundarse el frac para filtrar un último pase decisivo y de ponerse el mono de trabajo para ejercer de extremo de contención es jugar con doce.
El Chelsea, replegado, buscaba transiciones rápidas tras robar, con poca elaboración y arriesgando en el último pase, mientras que cuando le tocaba atacar en estático el juego lo marcaba la inspiración de Hazard, que a cada tramo de partido que le pilla enchufado activa todo lo que le rodea y provoca que se generen ocasiones de gol en cascada. Sin noticias del Galatasaray, cortocircuitado por un planteamiento indescifrable para ellos, llegó el 2-0 a balón parado. Al borde del descanso, Lampard botó un córner, la defensa turca marcó en zona, pero no al hombre que iba a entrar en la zona, y así Terry atacó la bola llegando desde atrás con una potencia imposible de contrarrestar para alguien que permanece estático. Muslera detuvo en primera instancia, pero dejó el balón muerto para que Cahill empujara a placer y pusiera la eliminatoria en bandeja más por sensaciones que por resultado.
En la segunda parte el Galatasaray no reaccionó. Se esperaba que sacaran amor propio, que empujaran, pero ni los cambios de Mancini –que pasó a jugar con tres centrales y metió a Umut Bulut por Yilmaz– espolearon al equipo ni el espíritu de los jugadores turcos era propio de una eliminatoria de Champions. El Chelsea siguió apoyándose en las exhibiciones de Hazard por la banda y en su tremendo potencial a balón parado para continuar generando peligro sin descomponerse atrás, esperando a que el partido acabara muriendo ante la mirada de un Galatasaray que echó de menos a Sneijder e Inan, cuyo desapego del partido terminó por contagiar a sus compañeros.
Quizá no sea este Galatasaray la auténtica vara de medir para el Chelsea, pero la solidez y la seguridad que mostraron como bloque dejando en cero ocasiones de gol al rival es propia de un equipo que compite de manera excelente. Una pena que Matic no pueda disputar Champions, porque es la pieza que termina por equilibrar el conjunto, aquella que echará de menos ante rivales que exijan un sostenimiento mayor en el mediocampo.
El Chelsea preparará ahora el crucial derbi del sábado ante el Arsenal en casa, donde de ganar se le despejaría el panorama para atacar el título, dado que solo la visita a Anfield a tres jornadas para el final del campeonato debe suponer una piedra en un calendario que se le suaviza en este tramo final, cosa que le beneficia de cara a la disputa de los cuartos de final de la Champions en la primera semana de abril.
* Alberto Egea.
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