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Una Francia desatada pone rumbo a Brasil

por el 20 noviembre, 2013 • 10:26

Sakho

Cada uno aportó lo que supo. El fin único era estar en Brasil y el drástico lavado de cara futbolístico y mental que necesitaba Francia después de no haber comparecido en el duelo de Kiev, no entendía de probaturas del entrenador, ni de indolentes en el campo, ni de nada que no fuera alentar en la grada. Así, Deschamps aplicó el sentido común que se había dejado en París cuando viajó a Ucrania, cambió cinco piezas y las dispuso en el lugar que mejor se desenvuelve cada una sobre el tapete. El técnico de Bayona invirtió el triángulo del centro del campo, sacando a Nasri de la posición de teórico enganche –la realidad del partido de ida le obligó a retrasarse demasiado para buscar el balón–, colocando a Cabaye –un pivote que se conoce la profesión– como ancla que permitiera dar vuelo a Matuidi y Pogba. En los extremos, más abiertos que nunca, Ribéry ocupaba la izquierda y Valbuena sustituía a Remy en la derecha. Por último, Varane, recuperado para la ocasión, y Sakho formaban como pareja de centrales en detrimento de Eric Abidal y del sancionado Koscielny –villano en la ida–.

Saint Denis se había vestido de gala para la ocasión, engrandeciendo esa aura mística e intimidatoria que tienen escenarios tan abrumadores en semejantes situaciones. Francia entera olvidó disputas entre jugadores, broncas y desacatos que tanta factura deportiva le han pasado en los últimos tiempos, guardó la guillotina que muchos veían sobrevolar la nuca de Deschamps, y ejerció como el pueblo unido y ejemplar que la historia se encarga de recordarnos que siempre fue.

Los jugadores franceses ya no tenían excusa. Todo era óptimo, pero del cambio de actitud respecto al bochorno del viernes anterior iba a depender las opciones de un combinado que rebosa calidad en todas las líneas. Y los bleus cumplieron con nota. La puesta en escena de Francia llevó la intensidad a un extremo que hacía más denunciable si cabe la desidia mostrada en Ucrania. El empuje de Francia enseguida metió a los visitantes en los últimos 35 metros de campo, donde Ucrania dibujaba en fase defensiva una línea de cinco zagueros, y dos ocasiones nada más comenzar desvelaron claramente lo timorata y encogida que estaba la selección ucraniana el día de la verdad. Los de Fomenko contaban con las sensibles bajas de Fedetskiy –que había maniatado a Ribéry en la ida– y Kucher, y el técnico ucraniano dejaba además a Stepanenko en el banquillo para dar entrada a un mediocentro más ofensivo como Bezus. Francia olió el miedo, y el goteo de ocasiones hacía que el gol fuese cuestión de tiempo. De poco tiempo. Justo cuando parecía que Ucrania se animaba a salir de la cueva, una falta botada desde la derecha salía rebotada hacia Ribéry, cuyo disparo desde la frontal era rechazado por Pyatov, y rematado en boca de gol por Sakho, que adelantaba a los locales.

El ritmo del partido, que amenazaba con descender instantes anteriores al gol, volvió a subir. Francia continuaba volcada y el segundo gol no se hizo esperar. Debió llegar en el minuto 29, con un remate de Benzema a centro de Ribéry desde banda izquierda que el árbitro señaló como fuera de juego –que resultó no ser–, pero llegó tres minutos después tras otro disparo rebotado caído en el pecho de Valbuena que asistió a Benzema para que, esta vez sí en claro fuera de juego, igualara la eliminatoria. Francia estaba haciendo un despliegue ofensivo brillante, en el que Cabaye lo cortaba todo con la elegancia que le caracteriza, Matuidi se ofrecía, Pogba rompía al espacio y los extremos ejercían de puñales, demostrando Valbuena –magnífico a balón parado, por cierto– que encaja mucho mejor que Nasri en el modelo de juego que exige esta selección, y ejerciendo Ribéry de torbellino, al que nada ni nadie podía detener en banda izquierda.

El descanso llegaba con la sensación de que el resultado era demasiado corto y de que mucho tenía que cambiar Ucrania para meter un poco más de miedo de otra forma que no fuese a balón parado. Que aparecían Yarmolenko, Konopylanka y Zozulya o el Mundial de Brasil se esfumaba para los ucranianos. A los cuatro minutos del segundo tiempo, las ilusiones ucranianas se desvanecían con la expulsión de Kacheridi, que se ganó la segunda amarilla tras una fuerte entrada a Ribéry. Ucrania dio otro paso atrás y los bleus siguieron coleccionando ocasiones, destacando una clarísima de Benzema, que mandó a la grada un disparo franco desde dentro del área, hasta que llegó el gol a 20 minutos del final. Una larga jugada con paradón de Pyatov incluido, acababa con un centro-chut de Ribéry que Gusev en propia puerta empujaba a la red y daba a Francia el billete para Brasil. La piña francesa formada en el banquillo y el estallido de Saint Denis reflejaban una sólida comunión, impensable antes del inicio, pero sin la cual también era inimaginable pasar la eliminatoria. Ucrania estaba superada y su partido había parecido desde el inicio la crónica de una muerte anunciada, pero un gol aún les seguía llevando a Brasil, y esa intranquilidad no entendía de superioridades numéricas. Los últimos 10 minutos, aun sin ocasiones clamorosas, fueron un suplicio para todo el estadio, producto de un último intento de arreón ucraniano y de la inconsciente manera de recular de los franceses, presos del pánico hasta el final. Hasta que hartos de esconder la pelota en el córner escucharon el pitido final, que los manda al Mundial con lecciones aprendidas, con un bloque que hoy se vio que tiene ingredientes para cuajar, y con varios jugadores damnificados y señalados, unos por su arraigada pasividad y otros por lo mal que los empleó su técnico el día que más partido debió sacar de ellos.

* Alberto Egea.




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