"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Es el momento que estábamos esperando, la temporada en la que varios demandantes del cambio generacional han dado un paso adelante para meter la cabeza entre las primeras espadas. Vienen desde Bulgaria, Canadá, Australia o Japón, lugares exóticos con un tenis que arrastra multitudes en las gradas y barre contrarios sobre la pista. Pero este intercambio no sale barato. Las plazas en la cúspide se cuentan con los dedos y conservar el puesto se ha vuelto una tarea solo apta para los grandes. Unos deben salir para que otros puedan entrar, esquema sencillo de cómo funciona este negocio. Y si hay un hombre salpicado por la situación ese es David Ferrer. El de Jávea, en plena crisis de los treinta, ha sufrido un bajón de rendimiento en todos los aspectos: primero en pista, luego en ranking y, por último, en sensaciones. No es ninguna broma, uno de los mejores jugadores del circuito se apaga. Nunca fue famoso por sus golpes de libro, sus movimientos sutiles o sus enormes conquistas. David Ferrer se ha hecho grande desde el fondo, con horas de trabajo y sacrificio, luchando por alcanzar un nivel al que a algunos privilegiados les otorgó la naturaleza. Al él no, y sin embargo lleva compartiendo espacio en la zona noble casi un lustro. Es el triunfo de los valores, del coraje, de la ambición, de un tenista limitado en cuanto a técnica pero infinito en términos de vitalidad y superación. Supliendo saques directos por restos inagotables, golpes ganadores por carreras inexplicables, el talento innato por el esfuerzo diario. Así se fraguó hace muchos años la figura del alicantino, con unos cimientos tan fuertes que hicieron insignificante cualquier debilidad en su raqueta. Pero los años pasan.
Ferrer ha visto cómo su físico ha dado un paso atrás y, con él, sus números. Trascurridos casi siete meses de competición, el español cuenta como máximo logro un título en Buenos Aires cosechado en el mes de febrero, en el que, por cierto, participó casi de rebote tras la baja de Rafa Nadal en el cuadro. En el resto de certámenes, decepción tras decepción. Hablamos del jugador del top-10 que más torneos ha disputado y uno de los que menos ha ganado: se ha presentado en quince ya esta temporada y solamente de uno pudo salir victorioso. Solamente Andy Murray (11) y Milos Raonic (10) acumulan un registro peor, ya que ninguno de los dos ha estrenado su palmarés este curso. El domingo aconteció un nuevo episodio que apoya la tesis del artículo. Leo Mayer, número 46 del mundo, con las vitrinas todavía por estrenar y en su segunda final como profesional, pudo batir al alicantino en Hamburgo con una más que merecida recompensa. No es la primera vez que el de Jávea se ve sorprendido por un outsider en el circuito: Brands (#54) en Doha, Lu (#62) en Auckland, Gabashvili (#55) en Barcelona o Kuznetsov (#118) en Wimbledon ya dieron buena cuenta de ello. Sorpresas inimaginables hace dos temporadas, desconciertos habituales en esta.
Cierto es que Ferrer nunca ha podido traspasar la barrera del trío dominante del circuito (48-11 frente Nadal, Djokovic y Federer), pero nunca le habíamos visto ceder ante rivales de tan baja enjundia. Algunos, incluso, ganándole de manera fácil. Ni siquiera en la gira de tierra batida ha podido el español resolver estos apuros, unas dificultades que con 32 años resultan una carga insoportable para el camino diario. Aunque claro, tampoco era normal de dónde venía. Dos temporadas marcadas por una madurez absoluta habían colocado a Ferrer en el mejor momento de su carrera, en cualquier ámbito. Ganaba más que nunca, era más competitivo que cualquier otro y la clasificación lo reflejaba semana tras semana. En 2012 logró levantar hasta siete títulos (empatando con Djokovic), alcanzó los cuartos de final, como mínimo, de todos los Grand Slam y conquistó su primer Masters 1000. Al año siguiente los números mejoraron, aunque decayó el de trofeos capturados. Con 60 triunfos en el bolsillo, el alicantino llegó a perder hasta siete finales de manera consecutiva, siendo Buenos Aires esta temporada su particular oasis en el desierto. Aun así, pudo finalizar el curso en el podio de la ATP, solamente por detrás de Rafa Nadal y Novak Djokovic. Si lo comparamos con jugadores como Berdych, Murray o el mismísimo Federer, nos daremos cuenta de que estamos ante una auténtica proeza. Pues así lleva desde 2010, con una ficha permanente entre los diez primeros y un porcentaje de victorias que nada tiene que envidiar al de los principales jugadores. Es un laberinto del que nadie puede escapar. Después del último arreón desempeñando el mejor tenis de su vida, llega el año de ostracismo, de realidad, de implosión. En la final ante Mayer vimos hasta algunos gritos de desesperación en mitad del partido, algo chocante en el de Jávea.
Algunos dicen que desde que dejó a Javier Piles ya nada es lo mismo. Con él fue con quien creció, con quien se destapó en el circuito, con quien se hizo un hombre. Aquel 2007 encadenando semifinales del US Open, título en Tokio y final en la Copa de Maestros todavía se recuerda. En ese instante había sobrepasado, por primera vez, el muro de los diez primeros. Hoy, a las órdenes de José Francisco Altur, se encuentra en el sexto escalón, habiendo escalado una plaza pese a su derrota en Hamburgo. Hasta final de temporada, David Ferrer defiende exactamente 1.735 unidades y un puesto en Londres todavía no está asegurado, cita que no se pierde desde hace cinco años. En la Race ocupa el séptimo lugar, con gente como Murray, Nishikori, Gulbis, Raonic, Cilic o Bautista pisándole los talones. La mayoría, hombres que están deseando ver entrar de nuevo en el calendario la superficie más dura del planeta, mientras que Ferrer intenta exprimir los máximos puntos en la ya desfasada arcilla. En Flushing Meadows defiende los cuartos de final, pero el problema viene en octubre, cuando deberá igualar las tres finales consecutivas en Estocolmo, Valencia y París. No sabemos cómo acabará el curso, quizás incluso le veamos fuera del primer vagón de la ATP. Lo que nunca debemos perder es la esperanza y la confianza en Ferru, el tercer tenista con más títulos en la historia de nuestro deporte. Una estrella, que ya es eterna, corre el riesgo de apagarse. Disfrutemos de sus últimas chispas.
* Fernando Murciego es periodista.
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