«No creo en el proyecto. Desde la primera vez que hablé con el presidente tuve claro que me quería ir”. En estos términos se despidió Roberto Soldado en el aeropuerto de Manises antes de embarcar en el avión que le llevaría a Londres para firmar por el Tottenham. Que un referente abandone el barco siempre es un trago difícil para la afición de un equipo, pero el regusto es aún más amargo si además viene acompañado de un bofetón moral. Le duele a la grada che a pesar de vivir anestesiada frente a estas situaciones y saber que perder puntales es la pauta que marca cada verano desde que estalló la burbuja inmobiliaria: Villa, Silva, Albiol, Mata, Isco, Jordi Alba… El pago por una nefasta gestión en el pasado.
Citando a Samuel Eto’o o a las recientes palabras de Cristiano Ronaldo, nunca es una buena decisión escupir en el plato que te ha dado de comer. Progresar deportiva y económicamente es tan lícito para un jugador como lo es mantener una postura inflexible para una directiva que quiere salvaguardar sus intereses económicos. Dejando de lado las afinidades personales o incluso la relación con el expresidente Manuel Llorente, las declaraciones solo embarran tres temporadas y 82 goles con la camiseta valencianista. De paso, aumentan la incredulidad en un proyecto deportivo que camina entre alambres.
Para la sustitución de Soldado, el Valencia contará con un presupuesto limitadísimo para encontrar un delantero fiable, goleador y, si es posible, al que poder sacarle rendimiento económico dentro de unos años. A falta de estrellas, todas las miradas se dirigen hacia Miroslav Djukic, el entrenador que no solo acepta el reto de mantener en Europa al equipo, sino que además pisó Mestalla con una carta de presentación demoledora: “El Valencia es un gigante dormido al que vengo a despertar”. Palabras de doble filo, osadas y con un efecto contrario a las pronunciadas por Roberto Soldado, pero que no extrañan si se conoce la historia del serbio. Un hombre de fuerte carácter, mirada gélida, que emigró a España empujado por la barbarie que se vivió en los Balcanes y que, como futbolista, se sobrepuso a fallar un penalti histórico.
Como central, Djukic destacó por un fino toque de balón: uno de esos defensores que son el primer engranaje del ataque cuando la pelota transita desde la primera línea. Quiere un Valencia “protagonista, que tenga posesión de balón”, y en la plantilla actual tiene a los hombres indicados. La reconversión del francés Mathieu a central que ideó Valverde ha dotado al equipo de una salida natural en la defensa. En el centro del campo el dúo Parejo-Banega debería asentarse para dominar el tempo de los partidos. El escudero se elegirá entre dos cincos con cualidades muy diferentes: la inteligencia táctica de Javi Fuego para esconder las carencias de los volantes o el despliegue físico y el criterio de Oriol Romeu. La mediapunta espera la recuperación final de Sergio Canales –solo ha participado en 34 partidos en dos temporadas– y el despegue de Viera, marginado por el Txingurri y muy protagonista en la pretemporada con Djukic.
La victoria 4-0 contra la sombra de lo que un día fue el Inter de Milán confirma la idea de fútbol del serbio. Queda claro que Banega es el jugador elegido por el balcánico para cumplir sus planes; contra los italianos, Míchel y Fuego arroparon al jugador rosarino, que disfrutó de la libertad absoluta que le concedieron para moverse en el último tercio del campo. Además, ante la falta de un goleador que pueda rematar el caudal de fútbol, y mientras se espera a que se confirme la llegada de Postiga, la segunda línea tuvo mucha más presencia el área rival que en años anteriores. En un momento de economía de guerrilla y de supervivencia, confiar en el Valencia es sinónimo de tener fe en Djukic y en que los jugadores que se queden sí crean en el proyecto.
*Alex Argelés es periodista.
– Fotos: EFE
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