Ayer cumplimos el primer centenario desde el debut de Paulino Alcántara con el Barça. Apenas lucía 15 años de edad y ningún complejo para estrenarse dejando tres goles en las redes del rival, ese Català desaparecido incluso antes de la guerra y derrotado entonces por 9-0. El hispano-filipino, de apasionante biografía, continúa siendo el máximo goleador histórico del F.C. Barcelona, con 357 goles en igual número de encuentros, fueran oficiales o amistosos. En estos tiempos marcados por la inmediatez, diríamos que su fantástico registro produce incluso rechazo. Demasiado antiguo. Nos empecinamos en reducir la situación a una persecución de Messi para superar al gran César Rodríguez, otro ancestro. Cuando ya no quedan testimonios directos de sus proezas, alguien debe vindicar el legado del primer futbolista mediático del Barcelona, héroe admirado por Samitier, forjador de la que nombraron Edad de Oro del club durante los frenéticos años 20. Él firmó el primer gol local en el estreno de Les Corts contra el Saint Mirren escocés. A él le apodaron “El Romperredes” por perforar una en Burdeos durante un Francia-España. El guardameta Friess, víctima aquel día de su fiereza, comparó la fuerza de sus chuts con “la violencia de una bala”.
Optimista y positivo por naturaleza, amateur hasta los tuétanos, su vocación por la medicina le impidió entregarse al fútbol en cuerpo y alma, pese a acumular una extensa trayectoria. Prefirió, sin ir más lejos, presentarse a los exámenes de la Facultad (¡en Manila!) que participar en los Juegos Olímpicos de Amberes del año 20, donde sus contemporáneos obtuvieron la medalla de plata, inmensamente valorada entonces y de la que vivió sesteando la Federación durante casi medio siglo, hasta llegar al gol de Marcelino. Ya saben, allí se acuñaría La furia española y escucharon lo de “a mi, Sabino, el pelotón, que los arrollo…”.
Volvamos a Paulino, compañero de glorias tipo Zamora, Vicente Martínez, Piera, Sagi-Barba o Torralba y líder en una delantera con cinco miembros calificada a la sazón como la mejor de Europa en el sector clubs. Por no ahorrar detalles sublimes, lo descubrió Hans Gamper y publicó su biografía, un best-seller, antes incluso de soplar sus primeras 30 velas. Con el pañuelo atado a la cintura y aquellas bermudas de antes incluso de ser inventadas, Paulino Alcántara cautivó a la próspera Catalunya entre la primera Gran Guerra y el advenimiento de la República. El mejor jugador, todavía hoy, que haya parido Asia. Potente y hábil a la vez, interior izquierda especializado en chuts cruzados en carrera, era admirado y respetado hasta extremos. Más que detallar aquí y ahora su currículum, anhelaríamos reconocimiento explícito del Barça hacia los inolvidables protagonistas de aquella Edad de Oro, responsables de edificar un estadio con capacidad para 35.000 almas, la locura en 1922, y potenciar a su club hasta los diez mil socios.
Por coherencia ante la amnesia general: ¡Grande, Paulino! Sin duda, Alcántara figura entre los diez nombres más importantes en el discurrir de esa institución. Dejar a Paulino Alcántara en el olvido significaría prescindir de los cimientos básicos donde nuestros ancestros edificaron el sentimiento común de pasión por el fútbol y por el club con el que se sentían emocionalmente representados. Y por cierto, Samitier marcó 326 goles. El llamado Mago en España, más conocido por L’home llagosta (‘El hombre saltamontes’) en Catalunya, figura en segundo lugar de la histórica lista del Barça, hecho del que también se prescinde hoy. Como del recuerdo a Paulino, fantástico filipino romperredes.
* Frederic Porta es periodista. En Twitter: @fredericporta
– Ilustraciones: Josep Segrelles – Ricard Opisso
– Foto: Archivo FC Barcelona
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