Hay una pregunta que todo el mundo está deseando hacerle a Jordan Spieth: ¿cómo lo haces? Y esa pregunta tiene que ver con la asombrosa historia que le rodea. Es un chico de veinte años, está en su primer Masters y ha conseguido empatar en el liderato, a falta de una jornada, con Bubba Watson. Es una historia loca, maravillosa y carente de mucho sentido.
Verán: no ha habido ningún primerizo en Augusta que haya conseguido la victoria desde que Fuzzy Zoeller, de algún modo, consiguiera imponerse en un playoff a Tom Watson y Ed Sneed en 1979. Nunca nadie lo ha hecho con veinte años. El concepto más valorado esta semana, repetido hasta la saciedad en cualquier medio de comunicación, es la experiencia. Prácticamente no se puede escuchar otra cosa: la estrategia para este campo, la importancia de minimizar los errores, una sensibilidad necesaria para caminar por esta parcela… Todo eso es necesario si quieres tener una oportunidad. Seis jugadores mayores de cincuenta años superaron el corte esta semana. El Augusta National es una tierra para hombres adultos.
Así que las preguntas giran en torno a eso. ¿Cómo lo consigue Jordan Spieth? La referencia más clara con la que contamos es Tiger Woods, que llegó como amateur a los diecinueve años y, al ser preguntado por lo valioso de esta experiencia en un major, contestó: “He venido aquí a ganar”. Algunos pensarían que no hablaba en serio, pero el número uno no bromeaba. Le habían convencido desde pequeño de que cambiaría este deporte para siempre. Había llegado para conquistar. Nunca ocultó el hambre, la confianza, la ambición, esa creencia de que nadie, nunca, podría vencerle. Dos años después, se convirtió en el campeón más joven de la historia del Masters. Ganó por doce golpes de ventaja y todo el mundo, sin excepción, creyó en esas primeras palabras.
¿Pero qué hay de Spieth? No tenemos declaraciones tan evidentes. Es peculiar, respetuoso y agradable. No habla del destino, ni siquiera de ganar. Trata a los jugadores más experimentados que él (todos) de usted . Le ves paseando por el recorrido concentrado, serio, diciéndose cosas que se dice a sí mismos los más veteranos: “Va a salir bien”, “como mucho será un bogey”, “sé inteligente”. Woods nunca se comportó así porque quería crear un aura de invencibilidad a su alrededor. Él sabía que nadie podía toserle. Lo consiguió, y se convirtió durante unos diez años en el mejor golfista que se haya visto nunca. Los niños querían ser como él. Rory McIlroy, en muchos sentidos, se parece mucho a él.
Pero no Spieth. Jordan se parece mucho más a Jordan. Tuvo una carrera como amateur espectacular, en su primer US Open finalizó vigésimo primero, fue el jugador más joven en ganar en el PGA Tour en prácticamente toda su historia. Y llegó a Augusta como bien lo podía haber hecho otro chico de veinte años. El lugar soñado por un jugador de golf. Sí, vendría para competir, confiado en hacer un buen papel y cargado de una ilusión desbordante. ¿Cómo lo hace? Es una cuestión de pequeñas diferencias.
En este deporte, al igual que en cualquier otro, apenas se puede distinguir entre un gran jugador y otro más mediocre. Solo se puede contemplar el cuadro desde la lejanía: títulos, número de top 10, estadísticas, carrera… En una vuelta, sin embargo, todas esas cosas son mucho más difusas. Un golpe cuesta abajo, como el que tenía Jordan en el 10 durante la tercera jornada, con un green cuesta arriba y poco espacio para frenar la bola reduce toda su habilidad a un espacio de veinte centímetros, los mismos por los que pasa la cabeza del palo antes de hacer contacto. La brillantez de Jordan es su capacidad para aprender, una calma antinatural y una sensibilidad especial alrededor de los greenes. Su juego es un principio de simplificación para este deporte: ve el golpe y lo ejecuta. Ese, en el 10, terminó a medio metro del hoyo.
Y así, mientras el Masters giraba sin un eje con unos greenes duros y rápidos, con golfistas consiguiendo un buen puñado de birdies para a continuación comenzar a errar; mientras Gary Woodland firmaba un resultado récord de treinta golpes en los primeros nueve hoyos; mientras Bubba Watson no conseguía meter un solo putt… Spieth se mantuvo firme como un faro. Cuatro birdies, dos bogeys, todo bajo control. Alcanzó a Bubba en el menos cinco y lidera a falta de dieciocho pruebas.
Fue, en definitiva, la tercera jornada de este campeonato, impredecible, nerviosa y abierta. Un chico en lo más alto y un buen puñado de hombres más experimentados siguiéndole la pista, como Matt Kuchar o Jonas Blixt desde el menos cuatro o Rickie Fowler desde el menos tres. Algo comenzó a sonar en un campo lleno de tradiciones y formalidades. Comenzó de un modo suave con Spieth y alcanzó un volumen atronador cuando Miguel Ángel Jiménez consiguió su segundo birdie del día en el hoyo 5. El Pisha, ese cincuentón con tantas aventuras en la mochila, escondido tras las gafas de un cantante de los sesenta, entonó un rock and roll que hizo temblar los cimientos de la tabla. Invocó al diablo, a la eterna juventud y maldijo a todo aquel que un día le susurró que lo mejor había pasado. Menos seis en el día, menos tres total y a dos del chico. Las televisiones están en éxtasis. Los comentaristas dan botes en sus asientos.
* Enrique Soto es periodista.
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal