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"La competición no forja el carácter. Lo revela". Imanol Ibarrondo


Deportes / Tenis

Un respiro necesario

por el 10 abril, 2014 • 12:52

murray

Andy Murray no arranca. Transcurrido el primer tercio de la temporada y a punto de empezar la gira europea de tierra batida, el británico ha decidido darse un descanso de un mes para recuperarse física y psicológicamente. El tenista escocés atraviesa su peor momento deportivo, ya que no disputa una final ATP desde que conquistara la hierba de Wimbledon en 2013. Su paso por el quirófano perdiéndose gran parte de la temporada, la ruptura con su entrenador Ivan Lendl y la eliminación en Copa Davis de hace tan solo unos días han significado las últimas gotas de un vaso que ha terminado rebosando. Es urgente un lavado de cara.

Treinta días. Es el tiempo que ha cree necesitar para desconectar del tenis y recuperarse. Después de tres meses donde las sensaciones han sido nefastas y los resultados para olvidar, Murray no participará en el torneo de Montecarlo ni en el de Barcelona, con lo que no pisará el polvo de ladrillo hasta principios de mayo en el Masters 1000 de Madrid. La cabeza del número ocho del mundo necesita hacer borrón y cuenta nueva para sobreponerse a estos últimos acontecimientos. Una lesión que no termina de desaparecer, un entrenador que no llega y un juego que tampoco ayuda a disfrutar sobre la pista ni a obtener resultados. Todo son malas noticias para el británico desde que hace poco más de un año acabara con la maldición de 77 años en el All England Club.

Fue en el jardín de su casa donde todos los relojes se pusieron a favor de Andy. Su hora había llegado. El fantasma de Fred Perry asomaba un verano más sobre Wimbledon asustando a los jugadores oriundos del Reino Unido. El templo más sagrado del tenis esperaba con ahínco al jugador local con mejores cartas para coronarse en la capital inglesa. Ya en el 2012 estuvo a dos mangas de conseguirlo, pero un genio llamado Roger Federer se lo impidió sumando su 17º Grand Slam y escalando hasta lo más alto de la clasificación. Las cosas habían cambiado mucho desde aquella final. Murray ya contaba con Lendl en su equipo y en sus vitrinas brillaba un major (US Open 2012) y una medalla de oro en los JJ. OO. de Londres. Las barreras que señalaban que no estaba al nivel de los tres de arriba se habían derribado y el viento ya soplaba a favor del introvertido escocés. Novak Djokovic era la última piedra en el camino hacia una gloria que no podía dejar escapar de nuevo. Con tres asaltos fue suficiente. Lo había conseguido. La maldición británica en el Wimbledon estaba superada, aquel estadio se postraba ante sus pies, el mundo era suyo. ¿Qué pasó desde aquel 7 de julio?

Dos Masters 1000 y un Grand Slam. O lo que es lo mismo, Montreal, Cincinnati y Nueva York. En ninguno pasó de cuartos de final. Concentración, desidia, apatía, falta de rendimiento. Quizás demasiados pájaros en la cabeza. Detrás de todas estas elucubraciones apareció una razón de peso: la lesión de espalda. La arrastraba desde Roma (mayo), pero las alarmas saltaron a partir de agosto. Después de no poder revalidar título en el US Open, Andy hizo una fugaz aparición en la Copa Davis, pero fue incongruente. El dolor había que tratarlo mediante cirugía y el quirófano era la opción más realista. El último tercio de temporada, por el aire, incluido la Copa de Maestros. Aquí es donde verdaderamente empiezan los problemas para el tenista de Dunblane.

El nuevo año traía a un Murray ya recuperado, o eso se esperaba. Con ilusiones cargadas para volver a ser el de siempre. Una exhibición en Abu Dabi sirvió para una primera toma de contacto y dar el pistoletazo de salida a la nueva temporada. Doha, Australia y Róterdam para empezar. Tampoco en ninguno pasó de cuartos de final. Quitando el major australiano, donde un Federer rejuvenecido le apeó del camino, en los otros dos torneos fue eliminado por Mayer y Cilic, dos buenos jugadores, pero muy por debajo de su categoría. Inapropiado para alguien que ha llegado a ser la segunda raqueta del mundo. Acapulco representó un salto más para el escocés, hasta semifinales, donde fue derrotado por Grigor Dimitrov (quien saldría campeón). Este ha sido su mejor resultado hasta la fecha, unas semifinales en un ATP 500. Suena a broma para los que sitúen a Murray como uno de los miembros del temido Big Four.

En Indian Wells las cosas se volvieron a truncar en cuartos de final, esta vez ante Milos Raonic, lo cual provocó que salieran los trapos sucios del británico con su entrenador, algo que llevaba callándose mucho tiempo y que acabó suponiendo la ruptura entre ambos. “Estoy eternamente agradecido a Ivan por su duro trabajo durante los últimos dos años, donde he logrado el mayor éxito de mi carrera hasta el momento. Como equipo hemos aprendido mucho y sin duda será beneficioso en el futuro”. Son las palabras del propio tenista hacia su extécnico, Ivan Lendl, quien también mostró su agradecimiento: “Él es un tipo de primera clase. Después de haber ayudado a lograr su objetivo de ganar títulos importantes, siento que es hora de que me concentre en algunos de mis propios proyectos, que incluyen jugar más eventos en todo el mundo, algo que realmente estoy disfrutando“. Juramentos de cariño y gratitud que ocultaban sentimientos de desengaño y distanciamiento. El checo había estado cada vez más lejos de su pupilo hasta el punto de que era raro verle en las gradas cuando disputaba un encuentro. La leyenda de los ochenta y noventa estaba cada vez más centrado en el circuito senior y dejaba volar en solitario al británico. Pero eso Murray lo llevaba mal. Él lo que necesitaba era alguien a su lado cada semana, como lo habían hecho en 2012, como lo haría cualquier otro tenista. Y más aún viendo a Djokovic y Federer armados con otros dos clásicos como Becker y Edberg. La competencia era máxima y no podía aguantar una relación así. La separación ya era una realidad.

Todo esto llegó en el peor momento. Justo unos días antes de empezar Miami, el primer gran título donde Murray defendía corona. El ranking situaba al escocés en el sexto escalón, con lo que un tropiezo prematuro podría incluso sacarle de los diez primeros. El monstruo de Novak Djokovic le visitó en cuartos, la ronda maldita, y entre el serbio y una acción polémica en la red que marcó la psicología del partido consiguieron descolocar al vigente campeón. Eliminado en Miami y relegado al octavo puesto ATP, el más bajo desde agosto de 2008. Con Lendl y sin Lendl, la cosa no funcionaba. No había entrenador, la espalda seguía sin dejarle desarrollar su juego y cada torneo era un lamento imposible de aguantar. Pero entre todas estas penas, todavía existía un rincón en el que Murray depositaba todas sus esperanzas: la Copa Davis.

Tras eliminar a EE. UU. en primera ronda, el sorteo había emparejado a los británicos con los italianos. Murray había sido el héroe en la fase anterior ganando sus dos partidos individuales y llegaba a la arcilla de Nápoles con la intención de volver a proclamarse héroe nacional. Enfrente había un equipo similar, con un jugador como Fognini que representaba al líder de la manada y luego una serie de cachorros que intentarían ladrar en la misma dirección. La cosa no pudo empezar mejor. Victoria ante Seppi sin titubear sustentada por un nuevo triunfo al día siguiente con su compañero Flemming en el dobles. Reino Unido mandaba 1-2 al finalizar la jornada del sábado y solo un punto les separaba de clasificarse para semifinales treintaitrés años después. Pero hubo un hombre con más hambre que ninguno. Fognini tumbó a Murray en el cuarto punto, igualó la serie y dejó todo en manos de la segunda línea de batalla. Lo habían tenido en las manos y lo habían dejado escapar. De tocar el sol a la profunda oscuridad. Gran Bretaña eliminada, Andy Murray señalado por ese cuarto punto donde no supo rematar la faena y otro disgusto más a una maleta que ya no soportaba más carga emocional.

Demasiado sufrimiento, era necesario parar. Calmarse, meditar, dejar la mente en blanco y respirar hondo. Desconectar. Eso es lo que hará nuestro protagonista en este mes de abril. Sin compromisos, sin rivalidades, sin estadísticas, sin nada que le pueda atormentar. Él ha dicho que tiene casi atado a su nuevo coach, solo le falta anunciarlo. La espalda se irá fortaleciendo con el paso de las semanas, es cuestión de tiempo, mientras que la mente sigue en proceso de reconstrucción, despreciando cualquier recuerdo de estos últimos ocho meses y visualizando momentos de felicidad como su primer grande, su coronación en Wimbledon o la solemnidad de la medalla olímpica que le hizo ser por un día amo y señor de su país. El circuito echa de menos al escocés y él se echa de menos a sí mismo. En mayo tendremos la nueva versión del británico, ya descansado, relajado y sin presiones. Volverá en tierra batida, la superficie que más problemas le causa, pero seguro que sabrá sobreponerse. Como hará con la lesión, con la polémica de su entrenador y con el mal trago de la Copa Davis. Mañana faltará un día menos para recuperar a Andy Murray.

* Fernando Murciego es periodista.


– Foto: Australian Open




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