Probablemente los anteriores sean los diez mejores partidos decisivos del Barça en los últimos cinco años. De todos ellos, solo en uno Messi fue el que más goles marcó, habiendo otro jugador que marcara los mismos o más goles en todos los demás. Sin embargo, en la mayoría de ellos fue el mejor. La conclusión es clara: en los grandes días, el mejor Barça se ha visto con el mejor Messi, sin que este fuera imprescindible en la finalización.
Del mismo modo, ni siquiera hace falta remontarse tan lejos para contrastar esta afirmación. La pasada temporada, el único periodo en el que el Barça alcanzó un juego brillante estuvo marcado por un comportamiento totalmente colectivo de Messi. Con un socio más y un facilitador menos, se alió con Busquets e Iniesta para disimular que Xavi ya no era el mismo. Esto último es clave: para poder ser iguales o parecerse, quienes aún están en su plenitud o cerca de la misma deben conjuntamente suplir a quien ya no lo está.
Además, está el peso de Messi en el colectivo. Como dijo Guardiola: si él presiona, ¿quién no va a hacerlo? Lo mismo se podría aplicar a pasar el balón, a buscar al compañero, a jugar juntos para así ser mejores. Messi ha seguido siendo el mejor cuando lo ha hecho. La diferencia es que, en estos casos, su equipo también lo ha sido.
Incluso puede que esta manera de jugar sea positiva para el estado físico del argentino. Yo no soy médico ni conozco sus hábitos en el ámbito privado, pero sí que le he visto jugar siempre. Y, limitándonos al juego, la clave que encontró Guardiola para acabar con sus problemas musculares fue reducir sus esfuerzos explosivos. Lo que pocos habrían esperado es que así llegaría a ser incluso mejor, pero vaya si lo fue. Ahora que estos problemas se han repetido, esta se antoja como una excelente receta para volver a olvidarlos y de paso poder disimular que su estado no es el mejor hasta que lo sea.
De hecho, para mí este es el factor diferencial que convierte a Messi en el número uno. Marcar una cantidad ingente de goles lo pueden hacer también otros. Marcarlos, aunque sean unos pocos menos, y ser el elemento definitivo que convierte un gran juego colectivo en colosal y casi invencible e inigualable es algo que solo está a su alcance.
Sin embargo, no es tan fácil. No podemos caer en el error de hablar de Messi como si fuera un robot. Él tiene su propia manera de pensar y su infinita jerarquía, las cuales obligan a que todas las instrucciones que reciba deban ser consensuadas. Es decir, la cuestión no es ordenarle, sino convencerle. Y ello es sumamente difícil, tanto como para que el mismísimo Guardiola, en su tramo final, no consiguiera que Messi efectuara los movimientos idóneos para el juego colectivo.
Esto último da a entender que cualquier análisis externo que podamos hacer siempre será incompleto, pues es Martino el que trata con Messi y el que sabe que, si él no quiere hacer una cosa, no la va a hacer. Por tanto, hay que ser prudentes a la hora de quizá reprochar su decisión inicial de tratar de alejarle de la circulación para que, de este modo, recibiera menos vigilado y pudiera definir. Al fin y al cabo, Messi es tan bueno que puede convertir en buena casi cualquier decisión que se tome respecto a él.
No obstante, la que se antoja como la mejor, como la imprescindible para que el Barça pueda volver a alcanzar el más alto nivel, es su máxima integración en el juego colectivo. No sabemos si Martino querrá o podrá convencerle, pero sí que debería intentarlo. Porque con Messi jugando y haciendo jugar, el equipo puede volver a ser imparable.
* Rafael León Alemany.
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