"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Hay veces que para tener éxito en la vida no es suficiente con estar en el lugar adecuado a la hora exacta, también hay que tomar la decisión idónea. Hablando en plata, lo que viene siendo aprovechar las oportunidades que en tu camino vayan surgiendo, siendo siempre las que dejas escapar las más dolorosas. Nick Kyrgios sabe bien de lo que hablo. Un hombre –dejémoslo en adolescente– de poca paciencia, con mucha prisa y sin intención de desperdiciar ninguna ocasión que se le presente para dar un golpe sobre la mesa. El último ha hecho retumbar todo el inmueble. El joven australiano, con 19 años recién cumplidos, se ha colado en la segunda semana de competición en Wimbledon en la que era su primera participación en el All England Lawn Tennis and Croquet Club. Y no se equivoquen porque diga colado, aquí no ha entrado en juego ni la suerte ni el azar. Lo ha hecho a base de talento y mediante una derecha que pulveriza cualquier superficie que ataque. Sin preguntar, directamente tirando la puerta abajo.
Todo el mundo habla de él, pero pocos lo han visto jugar. Nick Kyrgios, todavía en formación debido a su corta edad, anda quemando los últimos cartuchos en territorio Challenger, el último escalón antes de ingresar en el tenis profesional. Precisamente sus buenas actuaciones en la antesala del gran circuito (títulos en tres superficies diferentes) le han servido para ir escalando en el ranking y darse a conocer en los mejores torneos internacionales, los Grand Slam. Reclamó las primeras miradas a principios de año en el Open de Australia, escenario donde un curso antes se había proclamado campeón en categoría junior. Ahí logró su segunda victoria ATP, la primera data de Roland Garros 2013. Ahora el dardo apuntaba hacia Londres, donde no conforme con sumar un triunfo en su primera cita sobre pasto ha encadenado tres victorias hasta llegar a los octavos de final. Todo esto gracias a una invitación que el torneo decidió concederle como recompensa a su excelente rendimiento. No se equivocaron.
De luchar por levantar Challenger Series a brillar en las mayores plazas de este deporte. Tras dejar por el camino a Robert, Gasquet y Vesely, el de Canberra ya cuenta con un balance positivo en Grand Slam (5-4). En su debut, y primera toma de contacto con La Catedral, se deshizo de su oponente anotando 29 aces (7-6, 7-6, 6-7, 6-2), luego vendría la gran remontada ante el francés, dándole la vuelta a los dos primeros sets y salvando nueve bolas de partido en el definitivo (3-6, 6-7, 6-4, 7-5, 10-8). “El mejor partido de mi vida“, afirmaba el oceánico tras derramar alguna que otra lágrima. Con el checo, en tercera ronda y siendo ambos de la misma generación, el duelo estuvo más igualado. Los dos se encontraban en aquella postal gracias a una invitación de la organización británica. Finalmente, el de las antípodas logró su objetivo (3-6, 6-3, 7-5, 6-2) y desempolvó un nuevo hito en su minúscula carrera: la segunda semana de un gran torneo.
Hacía tiempo que no se veía tales instintos de precocidad en el mundo del tenis. Difíciles en estos tiempos en los que los jugadores tienen unas trayectorias más dilatadas, lo que provoca que las nuevas promesas deban esperar hasta la veintena larga para subir a primera división. Cuestión de espacio. Un tapón en los cien primeros donde la etiqueta más bisoña pertenece a dos joyas de la promoción de 1993: Thiem y Vesely, el segundo víctima de nuestro protagonista en la jornada de ayer. Kyrgios (1995) ya tenía el honor de ser el más joven de los doscientos primeros. Dentro de una semana lo será también de los cien. Solo leyendas como Borg, Becker, McEnroe u otros más contemporáneas como Safin, Hewitt o Nadal empezaron a hacerse un nombre a edades tan tempranas. Precisamente Hewitt es uno de sus ídolos, aunque también siente admiración por otras estrellas de su país como Rafter o Newcombe, los cuales asesoran de vez en cuando al tenista aussie sin reemplazar, ni mucho menos, la figura de su entrenador oficial, Simon Rea.
Nick Kyrgios se ha convertido en la sensación del momento, algo así como el James Rodríguez de Wimbledon. Pero es al verlo sobre la pista cuando te das cuenta que se lo ha ganado con todas las de la ley. Transcurrida la primera semana de competición, el australiano lidera la tabla de saques directos anotados (76), seguido muy de cerca por Dolgopolov, ya eliminado (75) y Milos Raonic (73), del que dicen que tiene el mejor servicio del circuito. Su gran altura (1,93 metros), sus piernas infinitas capaces de flexionar hasta el tallo más bajo del pasto y su golpe por excelencia, la derecha, hacen que sea todo un espectáculo cuando está en acción. Si hay una pelota muerta a media pista, no tengan ninguna duda de lo que Nick hará con ella. Él no las tendrá. Latigazo tras latigazo, algunos precipitados debido a la inexperiencia, el oceánico va construyendo su montaña de golpes ganadores, como los 86 que le propinó a Gasquet o los 63 a Vesely. Todo esto, si le sumamos su tez morena, la cruz de oro inseparable de su pecho y una personalidad conducida por una ambición desenfrenada, convierte a Kyrgios en uno de los platos más exóticos del panorama actual.
Ya nos estábamos ilusionando con la nueva generación que empezaba a pisarle los talones al Big Four (Raonic, Dimitrov, Nishikori, Dolgopolov, Cilic o Gulbis), cuando de repente aparece otra, aún más joven, que no quiere esperar una década para empezar a escribir su expediente. Vesely, Carreño, Delbonis, Thiem, Struff, Schwatzman… solamente con la camada australiana que está por venir podríamos asegurarnos un gran futuro: Tomic, Duckworth, Saville y Kokkinakis. Pero sin duda el que más proyección demuestra es el de Canberra. Finalizó en la posición 840 hace dos temporadas, pasó a ser el 182 al término de 2013, y tras sus últimos éxitos se ha asegurado, como mínimo, un hueco entre los 90 primeros. “No es presión, es motivación. El hecho de que yo lo esté haciendo bien puede motivar a los demás. Saville, Duckworth… todos somos amigos y el éxito de uno nos ayuda a los demás”. Asombrosa madurez para el que está llamado a ser el líder de una cuadrilla que no entiende de jerarquías. Todo esto en tiempo récord.
Insaciable. Pese a no haber logrado nada todavía y contar solamente con 19 primaveras, Kyrgios no entiende de límites ni de sueños imposibles. El australiano lo anuncia abiertamente y sin pudor: “Mi meta es ser el número uno“. Así, sin anestesia. Uno que se conoce todos los recovecos del trono estuvo peloteando con él hace unos meses: “Federer me ha dado algunos consejos. He entrenado varias veces con él y me enseñó varios trucos. Es una gran inspiración para mí”. Pero no es el suizo el que ahora arde en la cabeza del oceánico, sino Rafa Nadal, su próximo rival en los octavos de final de Wimbledon. El de Canberra sueña con llegar a la cima del ranking ATP, para ello tendrá la primera gran prueba ante el actual rey. Nick Kyrgios ya está aquí, se ha adelantado a los expertos y al propio reloj. Inesperado por su anticipación, que no por sus capacidades. Apunten su nombre, el futuro le pertenece.
* Fernando Murciego es periodista.
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