Había cuatro grados de temperatura y pronto se supo quién iba a resfriarse. El Barcelona manoseaba la bola sin inspiración mientras el Madrid esperaba silbando y acariciando la canción de Mourinho. Y casi a la primera racha de viento, premio. Ronaldo hincando la boca donde el Barça no sabe abrigarse. Un estornudo y el virus ya había mordido. Quizá venido para quedarse, era la crónica de una muerte probable y en el Camp Nou parecía sentirse ese sentimiento invernal de lo inevitable.
Con todo, el partido no estaba acabado. El Madrid seguía castigando a la contra con viento huracanado. Y no sólo el Barça no atacaba bien sino que además dejaba muchas ventanas abiertas en su avance –quizá precisamente por eso–, propiciando tras pérdida las corrientes de aire que lo dejaban temblando. Aguantó la tiritona hasta el segundo gol, cuando otra estampida les sacó los colores definitivamente. Y dieron gracias de que no fueran más, pues parecía un partido de caballería contra infantería. Conducido con vértigo, el balón pasaba en un santiamén de área a área. En lo que dura un suspiro los atacantes eran los agredidos. En un pestañeo, la debilidad del Barça era patente. En un estornudo.
El equipo de Tito no parece vacunado contra la transición ofensiva. Se compensa con más goles y con rezar rosarios atrás, pero nada de eso les salió anoche. Acatarrados, mustios, perdieron la batalla mental al primer ave maría. El Madrid jugó mejor y se supo mejor, sobre todo se supo mejor. Y queda claro que el cambio de hegemonía insinuado la temporada pasada ya es una realidad en esta, al menos en los enfrentamiento directos. Solo las batallas internas en Valdebebas han demorado la puesta de largo del orgulloso equipo blanco. Ahora, unos dispondrán y los otros replicarán. Es la dinámica clásica. Toda época pasa y en un segundo terminó el verano. En un estornudo.
* Carlos Zumer es periodista.
– Foto: Gustau Nacarino (Reuters)
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