"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Cuando en el año 2005 se disputó en Túnez el XIX Campeonato Mundial de Balonmano, pocos imaginaban que España se alzaría con la victoria. En el camino hacia la gloria, los españoles se toparon con un último escollo al que sortear: la selección anfitriona. Los tunecinos, envalentonados por una hinchada que los llevaba en volandas, vieron cómo sus sueños de gloria se rompían ante el futuro campeón. Aquel equipo, liderado por Wissem Hman, finalmente quedó cuarto, rozando con los dedos aquellos metales que otros, en su propia casa, se colgaron al cuello.
Hasta el momento, la gesta tunecina de 2005 es el mayor logro alcanzado por los norteafricanos en competiciones fuera de su continente.
En 2013 poco queda de aquel glorioso combinado. La selección tunecina llegaba a Granollers, a la tierra de donde procedían sus verdugos de 2005, con un conjunto repleto de savia nueva. La necesaria renovación de la plantilla que el francés Alain Portes inició en los Juegos Olímpicos de Londres se concretó definitivamente con su lista de convocados para la nueva cita mundialista. Solo cuatro jugadores sobrevivieron a la renovación: Selim Hedoui, Mahmoud Gharbi, Issam Tej y el portero Marouane Magaiez. Portes apostó por los chicos que en 2011 se hicieron con el bronce en el Mundial Junior disputado en Grecia (eliminaron a España en cuartos de final). Diez de los 16 jugadores convocados para el Mundial tienen menos de 23 años.
De este modo, con una selección reconstruida casi por completo, con un enjambre de jóvenes promesas que en su mayoría juegan en la liga tunecina, se presentaba Túnez a su primer partido contra la legendaria Francia.
Durante gran parte del encuentro, los norteafricanos plantaron cara a Les Experts, incluso tuvieron ventaja en el marcador en muchos momentos. Finalmente, un último empujón galo (30-27) evitó la que hubiera sido la gran sorpresa del Mundial. Esta derrota sirvió para que ellos mismos vieran de lo que eran capaces. Acababan de asustar a Karabatic, Omeyer, Abaló y compañía. Todas aquellas voces que hablaban de una Túnez de rasgos típicamente norteafricanos, de defensas abiertas y dolorosas y ataques encasquillados y pesados, vieron que aquel grupo de veinteañeros, bien acompañados por unos pocos veteranos, había sobrepasado la frontera continental de la mano de su seleccionador Alain Portes.
El siguiente partido lo jugaron contra otra selección en proceso de reconstrucción. Alemania llegaba al Mundial como un gigante venido a menos. Con una plantilla que también destacaba por su juventud. Pero esos jóvenes alemanes contaban con la ventaja de estar forjándose en la mejor liga de balonmano del mundo. El partido fue igualado y nos sirvió para ver las armas tunecinas en su máxima expresión.
En defensa formaron con una especie de falso 6-0. Hedoui, un extremo de 2 metros, era el encargado de defender de central. Sin embargo, cuando un jugador contrario se acercaba, su posición pasaba a ser la de avanzado, transformándose tras él la línea defensiva en un 5-1 muy móvil. Cada vez que un alemán pisaba la línea discontinua de los 9 metros, ahí había un defensor tunecino para contactar con él. La agresividad (que no violencia) norteafricana, pese a todo, seguía presente.
Wael Jallouz, en el lateral izquierdo, y Amine Bannour, en el izquierdo, iniciaron pronto su particular bombardeo a la portería defendida por el excéntrico Heinevetter. Jallouz, que a partir de la próxima temporada jugará en el THW Kiel alemán, con su estatura rayana a los 2 metros y sus interminables brazos, mostró una capacidad sorprendente para elaborar lanzamientos en suspensión desde los 9 metros. Su inconfundible porte espigado dibujaba unas preciosas suspensiones mientras su mano se movía circularmente antes de lanzar el balón hacía la red. Acabó con 8 goles. Mientras tanto, su compañero en el lateral contrario, Bannour, mostraba una fuerza descontrolada. La pelota, al salir de su mano izquierda, se convertía en un obús prácticamente imparable, no importaba si se trataba de una simple suspensión, de un lanzamiento en apoyo o de un espectacular rectificado tras impulsarse con ambos pies en el salto.
Atrás, una espectacular defensa ahogaba a los alemanes y, tras la muralla, Magaiez se encumbró como un bastión difícil de batir. La victoria final (25-23) confirmó a Túnez como la revelación del Mundial. El eje del equipo también quedaba confirmado: Magaiez, Bannour y Jallouz, excelentemente acompañados por el incombustible y bravo Tej.
Las expectativas para el siguiente partido eran altísimas. Quedaba ver cómo reaccionarían los jóvenes tunecinos. Ya no contaban con el factor sorpresa, así que el entrenador montenegrino preparó una defensa 3-2-1 muy abierta, con el claro objetivo de neutralizar los lanzamientos de Jallouz y Bannour. Consiguieron desquiciar al primero y desdibujar al segundo. Pese a la poca fluidez ofensiva, en defensa, un 5-1 con el veterano y agresivo Gharbi en el avanzado permitió contener el empuje montenegrino.
En la segunda parte, Alain Portes reaccionó a las mil maravillas. La pista se convirtió en un inmenso tablero de ajedrez y empezó a mover sus fichas. Sentó a Jallouz y Bannour, y a la pista salieron los centrales Alouini y Ben Salah. Este último mostró una lectura clarividente del partido. La movilidad de ambos jugadores permitió contrarrestar a la defensa tunecina, mientras el veloz Toumi percutía una y otra vez desde el extremo derecho. A pocos minutos del final volvió a aparecer Bannour con una serie de goles consecutivos que servirían para llevarse el partido (27-25). Sin embargo, en una desafortunada jugada, Bannour cayó al suelo y sufrió una dolorosa lesión en su mano izquierda, la que utilizaba para proyectar los misiles que acababan en la portería contraria. Al acabar el partido se confirmaron las malas noticias: Amine Bannour se perdería lo que quedaba de competición.
Sin el lateral derecho titular, uno de sus ejes fundamentales, cabía esperar una reacción anímica negativa, y así fue. Contra Brasil, pese al buen hacer de Ben Salah, cayeron derrotados (27-22). Jallouz jugó muy pocos minutos y en los que jugó volvió a mostrarse gris. La defensa hizo aguas y ni siquiera Magaiez pudo evitar la debacle. Túnez, que había sido la unánime revelación del Mundial, estaba contra las cuerdas.
En la última jornada se jugarían su pase a octavos ante la emergente Argentina, comandada por los hermanos Simonet. Les valía el empate, pero una derrota los dejaba fuera. La revelación del torneo podía quedar apeada a las primeras de cambio. La primera parte fue farragosa, lenta y difícil de digerir para el aficionado (6-7 en el marcador). Diego Simonet estaba incómodo, Ben Salah apenas aparecía, y lo único positivo de ese primer acto fue su final. En la segunda parte, un resolutivo Ben Salah llevó en volandas a su selección hacia la victoria. Estuvo acompañado del menudo extremo Boughanmi (mejor extremo izquierdo de aquel Mundial Junior de Grecia), que anotó los últimos goles de su equipo. Magaiez fue designado MVP del partido, pero la labor del conjunto había sido encomiable. Los tunecinos saltaron a la pista extasiados mientras su afición celebraba con ellos su pase a octavos.
Ya clasificados, los norteafricanos conocieron al cabo de unas horas a su rival en octavos de final: Dinamarca. La selección danesa es, entre las favoritas, quizás la que se está mostrando más en forma. Túnez, una revelación atenuada por la lesión de uno de sus pilares, se enfrenta a un reto de proporciones gigantescas. La lógica dice que quedaran apeados en esta ronda, pero ello no nos debe llevar a pensar en el fracaso. Alain Portes ha empezado a construir su proyecto, una selección joven y competitiva que en los próximos años debe confirmarse como algo más que una revelación: una realidad. De Magaiez, Jallouz, Bannour, Ben Salah, Toumi, Sanai y compañía depende el futuro éxito de su país. Fue España quien ahogó las esperanzas del balonmano tunecino en 2005, y es en España donde vuelven a resurgir.
* Eric García.
– Foto: handballspain2013.com
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