"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Cuando llegó Antonio Conte a la Juventus sintió la necesidad de otorgar al equipo norteño de su corazón un estilo diferente al del resto de conjuntos de la Serie A. Quería jugar un fútbol verdaderamente ofensivo, fuera de los mitos ligados históricamente al italiano medio, un calcio en el que tener la pelota no fuera un problema sino una bendición, que se convirtiera en un deseo de sus jugadores más que en una obligación causada por los vaivenes propios del juego. La idea revoloteaba por su cabeza como una mariposa ansiosa por encontrar una rendija a través de la cual catapultarse hacia el mundo exterior. En su mente leccese, Conte veía a su Juve jugando en un claro 4-4-2, con dos extremos bien abiertos y profundos y un mediocentro creador –llamémosle Pirlo– al que escolta un hombre de confianza y muy voluntarioso a la hora de trabajar –Marchisio–. Dos laterales y dos extremos hablan de la importancia que tenía desde el primer momento para Conte la profundidad del campo, la amplitud hacia las líneas de cal con la que obligar al adversario a ocupar más terreno y, por lo tanto, abrir más espacios invisibles con el campo más cerrado.
La verdad es que la idea no iba mal del todo. La Juve volvía a estar arriba de la classifica, luchando por el liderato como cualquier capo grande de Italia; había perdido la costumbre victoriosa después de no encontrar sitio en Europa el año anterior. Pero Conte no estaba contento, sabía que podía sacar más jugo, que apenas había exprimido los enormes recursos que le otorgaba su plantilla. Miró a su banquillo y vio a un central con enormes capacidades para ser líbero –Bonucci– y a otro escolta más para su desprotegido base –Vidal–. Había que hacerles hueco de cualquier forma, porque se lo merecían y porque el equipo ganaría en consistencia y en ocupación de espacios. La nueva disposición le obligaba a jugar con carrileros, dos jugadores de banda capaces de un despliegue físico casi inconmensurable para tan pronto ver de cerca de su portero como situarse en el área contraria para aparecer por sorpresa. En la izquierda tenía un problema: ni De Ceglie ni Giaccherini tenían las características necesarias de un carrilero experto.
En cambio, en la derecha Conte descubrió la penicilina. Se trajo de la Lazio a Stephan Lichtsteiner, un suizo que había rendido a buen nivel en el equipo de Delio Rossi que fue campeón de la Coppa en 2009. Sin embargo, no tenía un gran nombre en Italia, a pesar de ser indiscutible en la selección suiza. Y de hecho, dos años y pico después de llegar a Turín, Lichtsteiner no tiene ni la mitad del cartel que por rendimiento y trabajo se merece. Al menos a mí me parece hasta emotiva la voluntariedad del suizo de no cejar nunca en su empeño de subir y bajar la banda derecha de la Juventus como si en vez de césped hubiese una cinta transportadora automática, lo que le convierte en uno de los jugadores más peligrosos en el entramado ofensivo de la Juventus. Y sí, era un simple lateral.
Gracias a su inteligencia posicional, como si de un jugador de tan famoso juego se tratase, ve antes que nadie el espacio vacío, el hueco necesario para crear superioridad, aparecer por sorpresa para centrar, dar el pase de la muerte o incluso rematar, como hizo, sin ir más lejos, en la Supercoppa contra su exequipo. Se incorporó raudo al campo contrario, cuero al pie, lanzó una pared que lo plantó solo ante Marchetti. Con temple de ariete, levantó la cabeza, miró al portero véneto, al que sentó con un ligero amago, y con elegancia y suavidad golpeó la pelota con la puntera derecha para que entrara mansa en la red. Esa fue sólo una de las innumerables veces que subió la banda derecha, haciendo que la tarde noche romana se hiciera insoportable para el bueno de Ştefan Radu.
Me resulta cuando menos curioso (por no decir injusto) que el nombre de Lichtsteiner no haya sonado más, mucho más, para protagonizar uno de los traspasos del verano. Sonó mínimamente para el Real Madrid, que pronto miró hacia Alemania para repescar a Dani Carvajal. Pero nadie más preguntó a Beppe Marotta por el suizo. Y tanto él como Stephan o Conte están encantados de que no se haya movido de la ciudad de la Molle. Bueno, todos, menos Mauricio Isla, que ve imposible quitarle el puesto al que podría ser el mejor carrilero del planeta.
* Jesús Garrido es periodista.
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