Tres no son multitud

por el 3 noviembre, 2014 • 11:32

 

Todavía no había llegado y ya nos quiso asustar: “Cuando sea padre, el tenis dejará de ser mi prioridad”. Ese fue el contraataque de Novak Djokovic en el momento en que su futura paternidad empezó a ocupar más protagonismo del deseado en las ruedas de prensa. El serbio deshizo el entuerto con una respuesta que para nada logró cerrar el debate, todo lo contrario. Con 27 años y en lo más alto del ranking mundial, muchos nos preguntamos si volveríamos a ver al Dojokovic más competitivo dentro de una pista de tenis. Incluso si le volveríamos a ver. Tan cortantes sonaron sus palabras que la posibilidad de que no jugara hasta 2015 dejó de representar una locura. Mientras Jelena gestaba, el de Belgrado seguía jugando (y ganando), hasta que apareció Stephan, el primer hijo en la vida del matrimonio balcánico. Nació apenas unos días antes del comienzo de París-Bercy, fecha ideal para disfrutar de su llegada y poder subirse al carro de los dos últimos torneos del año. Solo siete días después, el mundo de la raqueta celebra que aquellas amenazas a principio del verano no se hayan convertido en realidad, reflejando que, por suerte para el bebé, tres no son multitud.

Tampoco causó multitud en las vitrinas de Djoker, quien se convirtió en tricampeón en París (6-2, 6-3 sobre Milos Raonic) sin apenas sudar. Con este ya puede darle una copa a cada miembro de su recién ampliada familia. Fue una guerra limpia, sin roces, con un claro ganador que no dio tiempo ni a que sangrara su rival. Al lado del trofeo, la recompensa espiritual: 600 victorias como profesional y el lujo de igualar a su entrenador, Boris Becker, como el jugador con más copas en Bercy: tres cada uno. Tres nunca es multitud para alguien que ha conseguido crear un caballo ganador de su triángulo con Becker y Vajda. Sexto título de la temporada y la opción de terminar el curso como número uno en la palma de su mano (aventaja a Federer en 1.310 puntos, con lo que tres triunfos en el 02 Arena de Londres le valdrían). No le hizo falta ni cruzarse con el suizo esta semana –ya se encargó Raonic de fulminarlo–, aunque su camino hasta el domingo tampoco fue nada sencillo: Kohlschreiber, Monfils, Murray y Nishikori. Uno tras otro fueron cayendo sin ni siquiera apuntarse un set al marcador. Tampoco el canadiense lo logró.

París siempre fue un torneo fiel a las alternativas: Davydenko, Nalbandian, Tsonga o Soderling tocaron el éxito en la capital francesa aprovechando el maratón de final de temporada que hace que los grandes lleguen con la lengua fuera. El siguiente pudo ser Raonic, quien solo tuvo un error en toda la semana: elegir a Djokovic para la final. Cuatro enfrentamientos ante el serbio y siempre el mismo lado de la moneda sobre su suerte, cruz. Como las cuatro bolas de ruptura que tuvo y que no supo transformar. En sets, el balance es más desalentador si cabe: 10-1. Mientras el canadiense recogía su segunda bandeja en este tipo de torneos, Nole levantaba su vigésimo Masters 1000, el cuarto de la temporada. Injusto reparto si tenemos en cuenta que solo se llevan tres años de edad. Lo bueno, como cada domingo en este deporte, es que en una semana tienes una nueva revancha.

En Londres –del 9 al 16 de noviembre– se volverán a encontrar junto al resto de guerreros con billete para el Masters, y sería absurdo no admitir que Djokovic es, un noviembre más, el máximo favorito al título, algo que ya consiguió en 2008, 2012 y 2013. Tres nunca es multitud. El balcánico llega tras coronarse en Pekín y París, además de caer eliminado en Shanghái ante Roger Federer en semifinales. Balance de 13-1 más que suficiente para situarle un ligero escalón por encima que el suizo (12-1). En cuanto a porcentaje frente al top-10, el de Belgrado también arrastra la mejor marca, con quince victorias y cuatro derrotas, muy cerquita de las trece y cinco con las que llega el helvético. Nadie imagina que el último trofeo individual de la temporada pueda caer en unas garras diferentes a la de estos dos, de largo, los que mejor se desenvuelven cuando el techo hace acto de presencia.

París, la ciudad del amor, el lugar de donde vienen los niños colgando de la célebre cigüeña. No podía dibujarse una estampa mejor para cerrar este círculo perfecto para Novak Djokovic. Ser tenista de élite sería un sueño para millones de personas, aunque solo los que viven de ello conocen realmente sus inconvenientes. Uno, dicen, es la dificultad para formar una familia, sobre todo para disfrutarla. Viajes, torneos, compromisos, entrenamientos, cansancio, actos publicitarios… no debe ser fácil, y para muestra un botón: del top-20 actual solo tres tenistas tienen descendencia (Djokovic, Federer y Wawrinka). ¿Es esto un verdadero obstáculo? ¿Es imposible compaginar esta profesión con la vida privada? ¿Es el tenis un deporte egoísta?

Podríamos preguntarle a Federer, quien con cuatro criaturas a su espalda ha cosechado una temporada para enmarcar, digna de sus mejores años en el circuito. Sí o sí, tener un hijo es algo que te cambia por completo. Del egoísmo del jugador se pasa al orgullo del padre. De jugar para ti, a jugar para él. “Se lo dedico a mi hijo”, afirmó el serbio tras levantar su último trofeo en forma de árbol. Bonita metáfora para aquel que ha ampliado también sus raíces este mismo mes. Como se diría en el fútbol, Stephan salió y marcó, demostrando que ha venido con un título bajo el brazo.  Hay veces que, en el tenis, el secreto para triunfar no depende de lo mucho que entrenes, lo fuerte que saques o lo rápido que corras. En ocasiones especiales, la importancia de la familia cobra su verdadero valor, dejando de ser un imposible para convertirse en una necesidad. Tres son multitud, dice el refrán. Si Federer siendo seis está como está, permítanme que dude.

* Fernando Murciego es periodista.





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