1.- La noche y el día. Dos apuestas antagónicas en argumentos con balón, en la presión, en talento. Grecia y República Checa no se parecieron en nada. Una parte fue para cada uno, pese al dominio absoluto del ritmo que ejerció Rosicky en el primer tiempo. Su desaparición explica multitud de factores para que su selección regalara la segunda parte.
2.- Grecia trató de tener el balón sin activación, sin ritmo, con un Chalkias (posteriormente cambiado por lesión) absolutamente intranquilo. Contagió al resto de compañeros e hizo creer y crecer a los checos, que bajo la batuta efervescente de Rosicky impusieron un ritmo alto de transiciones y presión. Grecia quedó noqueada y cada parón en el juego fue un alivio. Un momento para respirar del sometimiento.
3.- República Checa carga por orden premeditada el sector izquierdo. Holebas, la gran grieta griega en defensa, recibía, prácticamente sin ayudas a Gebre y Giracek, ambos muy activados, desordenándose con coherencia, lanzando diagonales y estirando verticalmente al lateral. Al sector derecho del ataque checo se sumaban Rosicky y alguna aparición de Plasil, dejando a Pilar en la izquierda para el uno contra uno con Torosidis.
4.- La lona griega se ensanchó para cerrar bandas y descubrió el centro. Todos los espacios ocupados, laterales incorporados y los carriles interiores excepcionalmente interpretados por Plasil y Rosicky con Hubschman desde la base. Armonía, coherencia y ritmo. La inmersión diagonal de Giracek estremecía a Papadopoulos y Halebas. Si saltaban, aparecía Gebre en la espalda; si no, el checo tenía el escenario ideal para ser decisivo.
5.- Grecia superada por actividad, incisión, hambre y una jerarquía táctica. Probablemente, los 45 minutos de la Euro donde un rival más superó al contrario. Al descanso, con una ‘sonrisa’ porque solo recibieron dos.
6.- La ubicación de Katsouranis como central hacía pensar que Griega saldría más cómoda. Nada más lejos de la realidad. El central se acomodó y la referencia de Samaras atraía un serial de globos. Tras el descanso, Samaras se volcó a la izquierda y Gekas ocupó la posición de ariete. Grecia continuó ancha, pero esta vez atacando. Pidió el balón y Karagounis, auténtico jefe de la selección, tomó el mando. Se desgastó y dio solidez al inicio del balón. Guste más o menos el estilo, sostuvo a Grecia, le dio calma y, pese a la lentitud, comenzó a argumentar razones para marcar.
7.- La República Checa, sin Rosicky en el campo, bajó el peldaño de intensidad, dejó de elevar la presión y permitió a Katsouranis –bastante mejorado– salir con balón. Toda la segunda parte fue griega, desnudando sus carencias con el balón, pero demostrando, como siempre, ese gen competitivo especial que le permite llegar a un nivel más de lo que su técnica le permite.
y 8.- Grecia acabó con cuatro puntas repartidos a lo ancho del campo. De izquierda a derecha: Samaras, Mitroglou, Gekas y Salpingidis. Los recursos técnicos (Fetfatzidis y Ninis) se quedaron en el banquillo para dar paso al juego absolutamente directo. Dominaron el ritmo y el juego, incluso, a pesar de los balones en largo, la posesión, pero no atinaron. Los balones frontales se hicieron previsibles y Cech, recuperado del clamoroso error del 1-2, anduvo seguro. Cuando se pide algo más que carácter, a Grecia le cuesta Dios y ayuda; todo lo contrario que a la República Checa, talento con cuentagotas por esa intermitencia de corazón y fe.
* Fran Alameda es periodista. En Twitter: @Fran_Alameda
– Foto: Reuters
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