Ahora que ha recaído de su enfermedad, viéndose obligado a abandonar definitvamente su puesto de trabajo, dos son las máximas a las que parece haberse llegado unánimamente respecto a Tito Vilanova: desearle lo mejor en cuanto a su recuperación y correr un tupido velo sobre su trabajo. Como si hubiera sido un pésimo primer entrenador, como si hubiera acabado él solito con la época gloriosa del Barça. O casi.
A quien lo vea desde fuera y juzgue por los números, esto le parecerá una auténtica barbaridad. El Barça de Tito consiguió la liga española frente al Madrid de Mourinho y Cristiano Ronaldo, logrando el récord histórico de puntos de la historia del club e igualando el de la competición; llegó a semifinales de Copa del Rey y Champions League; y peleó hasta el último minuto por la Supercopa. No está de más recordarlo.
Sí, por supuesto, al nivel de juego, durante muchos tramos de la última temporada, le faltó la excelencia alcanzada con el anterior técnico. Se perdió la competitividad frente a los gigantes, llegando incluso al bochorno frente al Bayern. Se abandonó la apuesta firme por la cantera. Pareció haber titulares por decreto. Y la autocrítica quedó reducida a su mínima expresión.
Tanta razón tiene quien esgrime los primeros argumentos como los segundos, así que vayamos más allá: recordemos lo que hizo Tito mientras su estado de salud fue óptimo. Variantes tácticas para recuperar los mejores resultados que acabaron dando paso al Barça que mejor jugó en 2012, la mejor primera vuelta de la historia de la liga y una fase de grupos de la Champions solventada sin apuros.
Tampoco se había mostrado la citada debilidad frente a los clubes más grandes, pues, si bien sólo se enfrentó al Madrid, el balance tras tres encuentros no fue negativo. A saber: baño culé, baño merengue e igualdad máxima sin ninguno de los tres mejores centrales de la plantilla. En cuanto a la cantera, era pronto para juzgar y todo parecía responder a un plan preconcebido basado en la paciencia extrema. Nadie era titular por decreto –en aquellos tiempos, Alexis sentaba a Villa– y sencillamente no había nada que autocriticar.
No exagero lo más mínimo, como se puede comprobar al consultar en la hemeroteca, cuál era el estado de ánimo culé previo a las últimas Navidades: euforia absoluta. Todo era perfecto hasta que Tito recayó de su puta enfermedad, momento a partir del cual se sucedieron los problemas expuestos.
Evidentemente, la cosa no es tan simple. Sería descabellado pensar que, si la salud de Vilanova hubiera sido buena, nada negativo habría ocurrido. Sin embargo, no podemos saber cómo habría sido, qué decisiones habría tomado de estar presente en todo momento, sin tratar de dar a los veteranos una jerarquía aún mayor para suplir su liderazgo, qué riesgos habría asumido si hubiera estado él para asumir sus consecuencias en el día a día… O si hubiera priorizado el futuro al récord del que dependía para, si el cáncer volvía a cebarse con él como así ha sido, dejar su nombre grabado en la historia.
Nunca sabremos cómo habría sido ese segundo año de Tito, pero sí que sabemos que, pese a que en algunos momentos críticos nos pudo parecer lo contrario, merecía ese segundo año. También sabemos que los entrenadores no son sujetos de mentes cuadradas e ideas inamovibles como algunos creen, sino personas con distintos planes –incluso previstos de antemano para cada una de las distintas temporadas de duración de su contrato– y capacidad de aprendizaje.
Lo de que con Tito se redujo la presión, las oportunidades de los canteranos, la exigencia y el hambre competitiva es tan cierto como podía haber dejado de serlo en ese hipotético segundo año. Incluso en cuestiones puramente tácticas. La realidad es que nunca lo sabremos. Que, ausente durante largos periodos y luchando contra el peor de los destinos, se llegó a unas conclusiones muy negativas sobre él a las que, cuando estuvo bien, no hubo lugar; las que, de haberse recuperado, posiblemente habría refutado.
Qué menos que dar el beneficio de la duda a quien ha sido –y es– un extraordinario hombre de club. Qué menos que reconocer su impecable trabajo mientras la salud le acompañó. Y, claro, qué menos que desear lo mejor a una persona cuyo comportamiento humano ha sido intachable. Pero esto último no hace falta recordarlo, por suerte.
* Rafael León Alemany.
– Foto: EFE
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