Tiempo de descuento

por el 8 febrero, 2014 • 10:59

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Hace un año en este mismo espacio hablábamos del fútbol de los entrenadores, de la trascendental importancia que el medio le daba a los directores técnicos, potenciado esto por la constante fuga de talentos. Además, resaltábamos cómo Boca y River tenían a sus dos DT más exitosos en sus bancos de suplentes, volviendo luego de mucho tiempo, en ambos casos, para comenzar su tercer ciclo en sus respectivos clubes.

Sin embargo, doce meses más tarde el margen de error de Carlos Bianchi y Ramón Díaz parece casi nulo. El 2013, sin dudas, lejos estuvo de colmar sus expectativas. Por supuesto, los casos son diferentes, sin embargo algo los une: si no se tratara de dos referencias, ninguno de los dos continuaría en su cargo. Al menos, tomando los parámetros habituales del fútbol argentino.

La primera mitad del 2013 arrojó resultados opuestos. Mientras que River, casi son el mismo equipo con el cual Matías Almeyda había hecho una campaña mediocre, peleó el campeonato hasta las últimas jornadas (certamen que quedaría en manos del Newell’s del Tata Martino), Boca fue uno de los peores conjuntos de aquel Final 2013. Frágil de local y goleado de visitante (entre otros por San Martín de San Juan, 6-1, equipo que luego perdería la categoría), a los Xeneizes les quedó el consuelo de haber llegado a cuartos de final de la Copa Libertadores, donde cayeron por penales ante Martino y compañía.

Se esperaba que con el mercado abierto en junio, River se potenciara y Boca rearmara el plantel en busca de un equipo. Lo que ocurrió fue que los Millonarios terminaron sumando jugadores como pudieron (era el último semestre de la presidencia de Daniel Alberto Passarella), los refuerzos tardaron en debutar y además se terminaron trayendo algunos jugadores por descarte, como el caso del uruguayo Rodrigo Mora. Del lado otro lado, Bianchi dejó ir a varios jugadores. Santiago Silva, Leandro Somoza y Lautaro Acosta marcharon a Lanús y terminaron festejando a nivel continental. Parecían ser otros. Erviti, uno de los mejores activos del xeneize, se marchó a México y como muchos otros una vez que se van del club, habló del clima insostenible del vestuario.

Si se pensaba en que el Virrey lograría solucionar las cosas puertas adentro, todo indica que no dio en la tecla. Su pecado original en este tercer ciclo fue el consentimiento al desplante de Riquelme. Juan Román es un crack con todas las letras (aunque cada vez marque menos diferencia y rara vez supere el 60 % de presencias en los últimos campeonatos), sin embargo, su ausencia en la pretemporada y el posterior retorno –con arrepentimiento y algunas frases desafortunadas– enrarecieron el clima de un vestuario que hace tiempo no tiene paz.

Falcioni se había ido ante una Bombonera que le dio la espalda a finales del 2012. Valoraciones estéticas y de gustos al margen, ese equipo tenía un valor innegable: era sólido en defensa. Con el Virrey, Boca fue una invitación constante a ser agredido. La distancia entre defensores y volantes fue enorme y las transiciones de ataque-defensa parecieron un problema sin solución en todo el ciclo.

Además, ese mediocampo de Falcioni parecía ser el futuro de Boca, ya que Pol Fernández, Cristian Erbes, Juan Sánchez Miño y Leandro Paredes –sumados a Nicolás Blandi en ataque– comenzaban a ganar importancia. Todos ellos son sub-23. Ninguno logró despegar en el 2013, pese a que Sánchez Miño y Erbes hayan jugado regularmente.

Sí tuvo el conjunto de Bianchi sus dos series ante Corinthians y Newell’s como marca de la cual tomarse. Podría haber sido semifinalista de América, ya que cayó en penales. Si logró que ambos cruces fueran parejos se debió en especial a que los planteó partiendo desde la inferioridad. Pese a eso, el puesto 19º (con 18 puntos en 19 juegos) era indisimulable.

Si desde lo numérico la cosecha de puntos de Boca fue mejor en la segunda mitad del año (séptimo, 29 puntos en 19 juegos), la realidad futbolística distó de ser mucho mejor que en la primera parte del 2013. Sí, ganó el Superclásico ante un River que comenzaba a caerse. Sumó más unidades y hasta estuvo cerca de pelear el irregular Torneo Inicial. Pero en cancha los problemas se exhibieron en casi todas las fechas.

En Núñez, las cosas decayeron. Teófilo Gutiérrez cayó desaprovechado en un equipo con falencias notorias para construir juego. Ramón Díaz probó y modificó jugadores en más de una ocasión, pero ni los nombres ni los nuevos esquemas le daban resultado. Pareció haber perdido la unanimidad e incluso los candidatos presidenciales no lo respaldaron de una manera clara y concreta.

Con la nueva presidencia, los superpoderes del riojano parecen haberse acotado. De hecho, se volvió atrás con una mejora salarial que se le había otorgado en una renovación de su vínculo y su injerencia en la llegada de los refuerzos fue mínima. No solo le marcaron la cancha a Ramón, le indicaron que había dejado de ser un intocable.

De todas formas, los Clásicos de Verano le dieron crédito a Díaz. Dos triunfos y un empate ante Boca –con pasajes de buen juego– lo ubicaron en un lugar algo más cómodo. Está claro que esa tranquilidad no es total y que un mal arranque vuelve a ponerlo en jaque.

Lo contrario en Boca. Si las críticas (que fueron con sordina durante los primeros seis meses) a Bianchi comenzaban a ser cada vez más populares, hoy habría que decir que es cuestionado abiertamente por el medio argentino. Al haber estado siempre del bando vencedor (al menos en Argentina), las primeras respuestas del DT han sido torpes y hasta a destiempo. Su enorme palmarés le dio margen de maniobra, pero sus pedidos de refuerzos (exigió la llegada de Grana, un gris lateral derecho de All Boys, pero rechazó la incorporación de Banega) a lo largo de todo su ciclo, sumado a sus malos resultados y coronado por un pésimo nivel de juego no hacen más que dejarlo en una situación incómoda.

Ramón Díaz y Carlos Bianchi comienzan un semestre que no hubieran imaginado hace un año. Con el crédito minado, los hinchas, los dirigentes y la prensa les exigen resultados. También les podrían pedir un mayor nivel a sus equipos, River y Boca, los más grande del país, que no pueden exhibir una pobreza futbolística tan grande como lo hicieron en el último tiempo.

* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web «Cultura Redonda».

– Fotos: Fotobaires




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