Tiempo de clásicas. De carreras apasionantes que se deciden en el mismo día. De viento, de nieve, de lluvia. Tiempo de piedras y de adoquines, de cunetas rebosantes de gente, de afirmaciones sociales a través del ciclismo. Tiempo de clásicas. Y desde aquí vamos a intentar presentarte las cinco más importantes, los cinco grandes monumentos del ciclismo. Con un punto de vista diferente, propio.
Damas y caballeros, silencio. Llegan las clásicas.
Y la primera de ellas es Milán-San Remo, la classicissima, la primavera. Porque el mundo del ciclismo es diferente, un universo aparte con su propia mitología, su propio martirologio, sus cuentos mitad verdad mitad invención. Incluso con su propia forma de contar el tiempo. Porque si en ciclismo los años se datan a. C. y d. C. (antes de Coppi y después de Coppi, por supuesto), las estaciones tampoco siguen el ritmo normal del resto del mundo. No, en el mundo del ciclismo la primavera empieza, por ejemplo, cuando el primer corredor sale del túnel del Turchino durante la Milán-San Remo.
Desde hace más de un siglo, la Milán-San Remo es la primera gran clásica del calendario internacional, el primer monumento, la primera de esas metas que existen en el ciclismo y que por sí solas justifican toda una vida dando pedales. Una carrera con casi 300 kilómetros de recorrido y poca dureza aparente para los estándares actuales, signos de otro tiempo, de uno en el que los ciclistas atacaban también en el llano, donde pequeñas tachuelas como el Poggio, apenas tres kilómetros muy suaves, servían para romper un pelotón.
Pero no importa, quien gana en San Remo siempre es un fuoriclasse, como dicen los transalpinos. Como Freire, como Zabel, como Girardengo. Como Coppi y Bartali. Como Merckx, el mejor de todos, que se impuso en siete ocasiones. Historia brillante, momentos épicos de furiosas nevadas, de ciclistas buscando refugio en alguna cabaña al borde de la carretera, de Christophe hospitalizado después de su victoria en 1910, de Coppi dando a luz a la nueva Italia en 1946, de vehículos militares protegiendo su esfuerzo durante la Primera Guerra Mundial. Pero también estampas casi idílicas, con un grupo multicolor de ciclistas descendiendo por carreteras colgadas sobre el Mediterráneo, el gris del asfalto jugueteando con el blanco calizo del acantilado y el azul verdoso de la mar. Aroma a clásicas, a tradición. Aroma a mito. La Milán-San Remo.
* Marcos Pereda es profesor universitario.
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