"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Sábado, 8 de agosto de 2015. El ecuador del fin de semana se instala en este último mes de verano mientras una persona amanece en Suiza con una cana más en su cabeza. Se cumplen 34 años desde que un hombre llamado Robert y una mujer de nombre Lynette trajeran al mundo, precisamente un sábado, al niño que con el paso del tiempo cambiaría la historia del tenis profesional. “Roger tenía que hacer deporte, si no se movía se ponía insoportable”, recuerda su madre. “Teníamos siempre una pelota, y si se la pasábamos, la devolvía enseguida, mientras que los otros niños la lanzaban en múltiples direcciones”, rememora una mujer que ya de joven entrenó a un grupo de adolescentes talentos, aunque finalmente el diamante en bruto terminaría siendo su propio hijo. Pues bien, romanticismos aparte, este genio de Basilea se despertará un día más en su mansión de Bella Vista, territorio helvético, sabiendo que su pasaporte ha sumado una nueva unidad, la que hace 34 años. Dice el refrán que, en toda meta que te propongas, es más difícil mantenerse que llegar. En esta ocasión vamos a otorgarle mucho valor a ambas premisas.
Ser Roger Federer es un distintivo que acarrea una autoexigencia que nada tiene que ver con la edad. Mientras el de Basilea siga en activo, la gente le seguirá pidiendo que compita ante los mejores, pero no solo, también que continúe ganándoles. La idea resulta tan angustiosa –aunque él la domine a la perfección– que impide echar la vista atrás para comparar esta vigencia junto a las de otros compañeros de vestuario, como por ejemplo, los 24 números uno que, junto a él, han copado alguna vez lo más alto de la clasificación. ¿Qué hacía esta gente con 34 años en los talones? ¿Seguían ganando? ¿Seguían compitiendo? ¿Seguían siquiera activos? Ignorando, obviamente, a Rafa Nadal y Novak Djokovic, que todavía se encuentran en sus años mozos, si estudiamos el resto de los casos bien podemos decir que lo del suizo es un caso que roza lo extraordinario. Hasta diecisiete hombres de nuestra lista (81 % del total) les llegó antes la jubilación que su 34º aniversario, mientras que dos de ellos decidieron colgar la raqueta justo al alcanzarlo (Ivan Lendl y Carlos Moyà). Solamente cinco exnúmeros uno pueden dar buena cuenta de que el tenis, a tan avanzada edad, todavía puede ser una realidad, pero, ¿en qué condiciones?
Ilie Nastase, hasta los 39. John Newcombe, hasta los 37. Jimmy Connors, ¡hasta los 44! Andre Agassi, hasta los 36. Lleyton Hewitt cumplirá los 35 el próximo febrero, pero tiene su fecha de caducidad un mes antes en el Open de Australia. Roger Federer, una auténtica incógnita. Desplazando a Hewitt por su inminente despedida, descubrimos a cuatro leyendas del tenis que estiraron sus carreras más allá de la edad que cumplirá el suizo este mismo sábado, unos datos que son engañosos debido a la diferencia entre la época contemporánea y la de los años 80. Eran otros tiempos, otro ritmo, otra intensidad, otros materiales, en definitiva, una era donde podías mantenerte en la brecha sin aspirar a los grandes títulos, enunciado que también tiene mucho que ver con el carácter de cada uno. Newcombe, por ejemplo, durante los siete últimos años de su trayectoria disputó una sola final de Grand Slam, al igual que Nastase en sus últimos nueve o Connors en sus últimos trece. Longevidad, sí, ¿pero a qué precio? Sin llegar vivo al domingo, sin disfrutar de imponentes victorias, sin contar en las grandes citas… pasajes tranquilos y sin tensiones para unas travesías excesivamente moviditas. ¿Aguantaría Roger un final de carrera así?
Ya os lo digo yo: no. Sería insoportable para un campeón de 17 Grand Slam verse luchando por cruzar hasta la segunda semana en torneos como el Open de Australia o el US Open. Demasiado empeño puesto en un objetivo como para conformarse con tan diminuto premio. Pero sigamos cincelando el tema de la edad, ese juicio tan apasionante que se empeña en restarte oportunidades según vas soplando velas. Si desgranamos el top-100 actual, el único vagón de la ATP donde los jugadores entienden el tenis, además de como una pasión, como un trabajo –es decir, que viven de ello–, solo encontramos cuatro raquetas con más arrugas que la del helvético: Ivo Karlovic (nº 23), Víctor Estrella Burgos (51), Benjamin Becker (63) y Jarkko Nieminen (90). Los dos últimos son de la misma quinta que Federer, un calendario más joven que el dominicano y dos menos que el croata. Guardando las distancias de genialidad entre Federer y el resto y, por supuesto, sin hacer demérito del tremendo estado de forma del gigante de Zagreb, ganando títulos con 36 primaveras, los límites del tenista varón a estas edades están mucho más cerca de la despedida que del éxito. En esas aguas se mueve el número dos del mundo, endeudado con un público que le ruega un último major para sellar un recorrido inmejorable.
La verdad es que el 18º Grand Slam de Roger Federer empieza a ganarse la categoría de mito después de toda la tinta que ha corrido acerca del tema. Pasó también con la Décima del Real Madrid, ese botín que parecía que nunca llegaría, pero se hizo realidad. Once años después, pero se hizo realidad. En este caso, no tenemos tan claro que suceda, con el hándicap añadido de que el reloj avanza y está en contra de nuestro protagonista. Es el momento de hablar de Andre Agassi, el tercer jugador más veterano de la Era Abierta en levantar un Grand Slam. El de Las Vegas conquistó Melbourne a tres meses de cumplir los 33, solo superado por Andrés Gimeno en Roland Garros (34 años y dos meses) y Ken Rosewall en Australia (37 años y dos meses). Desde Wimbledon 2012, último gran logro del de Basilea, ha habido más ruido que nueces, maquilladas con un par de finales en el All England Club con un serbio empeñado en que el sueño de Federer siga siendo eso, un sueño. Con la temporada de hierba finalizada y un nuevo golpe en la moral del suizo, las dudas vuelven a formar parte de un tablero donde cada vez está más cerca la meta y en el que interesa sacar el número más alto posible del dado. No hay tiempo de rodeos.
Esperanzas aparte, los números dicen que los últimos doce Grand Slams han ido a parar a manos ajenas a las de Roger Federer, tres temporadas que incitan a pensar que, quizá, el suizo necesite de un pequeño milagro para engordar su saco de trofeos a costa de un Novak Djokovic que pronto tendrá que hacer reformas en sus vitrinas. El que no para de sumar es el carné de identidad, 34 años. Parece que fue ayer cuando, con tan solo 21, un bisoño Roger con coleta y perjudicado por una incipiente pubertad apeaba a todo un Pete Sampras en octavos de final de Wimbledon. Por aquel entonces el Real Madrid todavía soñaba con la Novena, imagínense. Y ahora, el dato desgarrador. De todos los números uno que el tenis ha dado desde 1973, una tendencia marca que el intervalo mínimo entre tu último grande y la retirada son tres temporadas (chillidos en la sala). Solamente un hombre tuvo opción de retirarse entre laureles, un año después de levantar su quinto US Open. Exacto, Pete Sampras, un ejemplo de ejecución a la hora de bajar el telón que podría servir de espejo al basiliense en caso de abrazar ese 18º major tan deseado. Pensadlo por un momento: “Roger Federer conquista su 18º Grand Slam y anuncia su retirada para final de temporada”. ¿Os imagináis? Por si acaso, yo firmo que siga perdiendo finales ante el serbio.
* Fernando Murciego es periodista.
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