A la hora de planificar y confeccionar una nueva plantilla para la siguiente temporada, todos los entrenadores buscamos talento. Talento que a veces confundimos con números: máximo goleador, minutos jugados, goles encajados, tarjetas, regularidad… Quizás el talento es algo más complejo, algo que seguramente le diferencia del resto de jugadores.
Paradójicamente al título, trabajo en un centro penitenciario como técnico deportivo. Tengo la suerte de estar en contacto con el mundo del deporte y más concretamente con los deportes colectivos dentro del penal. A lo largo de todos estos años de trabajo he visto infinidad de chicos jugando al fútbol, chicos con experiencia y muchos sin ningún tipo. Sobre todo me he fijado mucho en los participantes que nunca han tenido experiencias en el mundo del fútbol o simplemente con los deportes colectivos. Estamos hablando de una población que puede rondar los 25-40 años de edad, donde todos tienen un nivel técnico flojo y, lo que es más notorio, un nivel bajo de conocimiento del juego. El deporte es una fuente de integración y relación muy importante dentro de un centro penitenciario, es una forma potente de interactuar. El fútbol es un fútbol sin barreras, fútbol sin condicionantes, fútbol callejero. En todos los chicos que he visto pasar he notado una evolución brutal, no solo en sus condiciones de dominio del balón, sino también en la comprensión del juego. Se empieza por relacionarse primero con los compañeros y conforme va pasando el tiempo los jugadores son más capaces de resolver situaciones de uno contra uno, de interpretar dónde se crean espacios, dónde se cierran…
¿Y quién le ha enseñado todo eso? Han sido ellos que han tenido la capacidad de irse adaptando al entorno e ir adquiriendo nuevas habilidades a base de experiencias competitivas. La propia competición hace que las capacidades de los jugadores se vayan adaptando. Aquí hay unas necesidades muy claras: si un equipo recibe un gol, se va del partido y entra otro, por lo que la exigencia es grande. Pasa en fútbol y pasa también en tenis de mesa. Un practicante con apenas coordinación con la pala y que con suerte empieza a devolverla, al cabo de unos meses puede competir de forma bastante regular. ¿Se le ha hecho un curso específico de mejora? No, simplemente ha acumulado un sinfín de episodios competitivos que le ha hecho autorregularse y mejorar exponencialmente sus recursos. «El instrumento del juego, combinación de curiosidad y placer, es el arma más poderosa del aprendizaje» (Ana Díaz).
¿A qué me refiero con la experiencia anterior? Todos nos adaptamos y mejoramos aspectos coordinativos y de comprensión del juego, por muy nuevo que sea el deporte que practiquemos. Hemos perdido esa libertad de competir, ese juego libre, sin restricciones. Hemos perdido el fútbol de calle, las horas de juego después de la escuela, el saltar la valla del colegio el fin de semana para verte con los amigos y jugar infinitas horas de pachanga. Se ha perdido los triangulares a un gol, como pierdas el balón quedas eliminado…
En cambio, ahora tenemos en la base una serie de técnicos muy bien preparados, unas escuelas de entrenadores dotadas con docentes apasionados, de cambios de enfoques, de revolución de contenidos, de profesores atrevidos que se separan de temarios vetustos. Parece que lo estamos haciendo bien, por lo tanto. Quizás la competición nos está haciendo ser más exigentes con nuestros jugadores. Nuestro punto de mira está en los equipos de alto rendimiento que ganan campeonatos y marcan historia, pero creo que la formación y el alto rendimiento no van cogidos de la mano.
Queremos que nuestros equipos jueguen de memoria, que sea una oda a la belleza, que seamos intensos, que dominen todos los aspectos del juego, que no cometamos fallos… Ahí está el error. Estamos convirtiendo a nuestros jugadores en meras piezas de un engranaje, piezas exactas, que todo vaya al milímetro, deportistas que no fallan. Piezas que si fallan se sustituyen por otras. Estamos creando futbolistas con miedo a fallar. Sesiones de entrenamientos con demasiadas premisas, objetivos, consignas, normativas, prohibiciones… Nos estamos cargando el talento. Estamos tirando por tierra la capacidad emotivo-volitiva de nuestros jugadores, perdiendo la pasión del fútbol sin fronteras. Muchos chicos disfrutan más cuando ha acabado el partido y se juntan con sus compañeros para jugar un taquigol que del propio partido. En este juego callejero ellos pueden regatear, chutar, pasar, perder el balón, defender, jugar de portero… Te sorprenden con sus habilidades y capacidades. Están liberados, no hay limitaciones, hay creatividad, se crea talento.
Está claro que es imprescindible un conductor de capacidades, pero siempre partiendo de los propios jugadores como ya comenté en un artículo anterior: «El modelo de juego serán, pues, las relaciones que se establecen entre los jugadores dentro del terreno de juego. El jugador por sí solo no hace nada, son las sinergias creadas entre los futbolistas las que hacen que el juego fluya de una manera u otra»
Los periodistas llevan tiempo hablando de que si los jugadores provocan con sus regates. Pues para mí no hay debate. Me gustan los jugadores atrevidos, los que esconden el balón, los que fintan, los que marean al rival, los que tiran caños, los que se anticipan, los que roban infinidad de balones, los que son capaces con un pase de engañar al contrario. ¿A qué aficionado al fútbol no le gusta todo esto? El fútbol es magia, desparpajo, comunión con tu afición, divertirte con tus compañeros, ser feliz, el descontrol… El fútbol es un estado de ánimo y no hay mejor ejemplo actual que el Leicester City.
Para mí, uno de los jugadores más descarados que hay es Sergio Busquets, capaz con un pase de cargarse toda una línea de presión, engañar al rival con la mirada, vas a hacer esto, pero al final la cuelas por allí. Decimos que el fútbol es un juego de errores, pero quizás es un juego de provocaciones, de desajustes. Parece ser que si haces un gol es más demérito del rival que mérito tuyo. Vamos a mirar el fútbol como lo que es: un juego, así de simple. Un espacio donde emocionarte, vibrar, saltar, ver cómo se desajustan líneas, cómo recuperas la posesión, cómo se resuelven duelos individuales, etc.
Tuve un profesor de baloncesto que nos decía que el baloncesto es un juego de caraduras, de listos, de atrevidos, y al final es así, necesitas jugadores que te den un plus más. Jugadores regulares hay muchos, pero pocos que tengan algo especial. Queremos jugadores que persigan el balón, que quieran responsabilidades, que asuman riesgos, sin condiciones, sin tapujos. Un fútbol de talento, fútbol libre.
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal