"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Hace menos de un año, Mourinho y Bielsa eran los entrenadores sensación en Europa. Pese a ser sus estilos personales y futbolísticos diametralmente opuestos, la fuerza de resultados incontestables hacía tanto a uno como al otro excelentes. A día de hoy están entre los personajes más cuestionados, tanto en su dirección técnica como en su estilo personal. Ello al margen del ingente número de seguidores y detractores incondicionales que atesoran, claro. Mas, aparte de los mismos, dicho cambio en la percepción general es evidente y debido únicamente a los resultados. Pero, ¿por qué han cambiado los resultados si sus métodos de trabajo son prácticamente idénticos?
Lejos de querer dar una respuesta única a tan complicada cuestión que, por otro lado, responde a una ingente cantidad de causas, tal vez la principal sea esa: que todo es prácticamente idéntico –en dura competencia con el elevado desgaste emocional, sí–. Mientras los contrarios han evolucionado sus tácticas de manera constante al enfrentarse a Real Madrid o Athletic, la propuesta de estos últimos no ha variado demasiado, o al menos ni muchísimo menos tanto como lo han hecho las de sus adversarios.
Sin embargo, esta situación es relativamente común en el fútbol. Los ciclos largos brillan cada vez más por su ausencia y con ello las estancias de larga duración de los técnicos en los banquillos. Y, en la inmensa mayoría de los casos, con cada entrenador se practica un nuevo tipo de fútbol. Más parecido o menos, pero casi siempre diferente. Esta diferencia obliga a los rivales a buscar nuevas fórmulas para contrarrestarlo, fórmulas que con el tiempo acaban sepultando a un equipo. Y así una y otra vez, conformando los consabidos ciclos. Hasta que llega alguien que decide (y es capaz de) introducir las suficientes variantes como para alargar el de su equipo. A falta de un profundo conocimiento sobre la fascinante figura de Sir Alex Ferguson, recordemos todo lo que hizo Guardiola para mantenerse en la cumbre.
Porque su mayor mérito no fue llevar a su equipo a lo más alto, sino ser capaz de mantenerlo. Y de ello tuvieron mucha culpa las variantes tácticas. A grandes rasgos: Ibrahimovic por Eto’o (al margen de la cuestión de feeling, suponía cambiar el perfil del 9 en lugar de fichar uno similar), del 4-3-3 al 4-2-3-1, la vuelta al 4-3-3 con Messi de falso 9, el 3-4-3, los extremos con un papel cada vez más oscuro y los interiores llegando más… No todas estas variantes mejoraron el nivel de la anterior, sino que algunas incluso lo empeoraron. Sin embargo, haber seguido haciendo lo mismo habría sido mucho peor, pues la tecla fantástica con la que se da solo lo es hasta que los rivales hallan el antídoto. Y ante ese antídoto, solo una nueva variante provocará nuevamente el tan imprescindible factor sorpresa. Este es el factor que hace que veamos en el Barça de Tito el mismo que el anterior, una continuidad muy clara. Paradójicamente por seguir innovando, en lugar de seguir igual.
Porque en el fútbol la máxima de “lo que va bien, mejor no tocarlo” se cae por su propio peso. Es necesaria una evolución constante, aunque su resultado no sea tan bueno como el anterior. Una vez te empiezan a pillar el truco, lo que iba bien ya no va bien; lo que era fantástico, repentinamente deja de serlo. Por ello, se hace cada vez más necesario cambiar incluso antes de que lo que va bien deje de funcionar. Esas innovaciones, ese reinventarse o morir, tal vez sean el factor más determinante a la hora de configurar un ciclo ganador como corto o largo.
* Rafael León Alemany.
– Foto: EFE
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