"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Y llegó el día. Algunos casi lo ven como un cataclismo: contra el Rayo, el Barça no ganó la posesión del balón a su rival por primera vez en cinco años. ¿Y ahora qué hacemos? Lo que más de uno y de dos (y de cientos y miles) han estando vendiendo como un concepto absoluto, como un bien superior que tenía que dominar para siempre, se ha derrumbado, como se desploma un imperio: hoy está, mañana ya no está.
El problema arrancó cuando se confundió la parte por el todo. La posesión ha sido, es y será, sencillamente, una de las muchas herramientas que los entrenadores tienen a su alcance para lograr lo más importante: el control del partido. Puedes elegir el juego directo, la posesión, el contraataque… son sólo herramientas que tienen una sola finalidad: alcanzar el objetivo planteado. E incluso –esto a los puristas les parecerá un sacrilegio– si hay plantilla para hacerlo, un equipo las puede alternar y mezclar en un mismo partido, en función de sus intereses.
Por lo tanto, centrar el debate en una superioridad, digamos legitimadora, de la posesión respecto al contragolpe o la transición es equivocarse. Y tampoco tiene nada que ver con el virtuosismo técnico ni con la estética: un contragolpe bien ejecutado puede estar al mismo nivel de plasticidad que una posesión que incluya una circulación de balón que vaya de lado a lado del campo y acabe en gol. No importan el número de toques ni los segundos. Y se necesita un altísimo nivel técnico y mucho trabajo táctico si se quieren ejecutar a un alto nivel. Por lo tanto, lo más importante es conseguir que se juegue a lo que a ti te interesa, que impongas las reglas, que domines la situación, que hagas prevalecer el modelo de juego que quieres desarrollar.
Eso sí, lo que tienes que tener claro, y aquí está la madre del cordero, es saber a qué quieres jugar: tienes que trabajar, y la mejor manera de constatar que vas por buen camino se ve en la capacidad que tienes de hacer esto evidente en los partidos, de mostrarte como un equipo cohesionado que no emite síntomas de fragilidad ni de desequilibrio. Por ejemplo: ¿la presión alta es mejor que la presión a partir del centro del campo? Depende. Si vas a presionar al área contraria y, una vez el rival ha superado la primera línea de presión, encuentra fácilmente espacios para jugar y te hace daño, eres un equipo frágil. En este caso, échate atrás y protégete, trabaja más la presión alta en los entrenamientos y cuando la tengas perfectamente engrasada y las circunstancias lo requieran, la utilizas.
El Barcelona de Gerardo Martino está experimentando una mutación, se encuentra en fase de transición, buscando las herramientas que le irán mejor pensando en los retos que debe afrontar y en los rivales concretos. Por eso duda y ofrece resquicios y síntomas de fragilidad, con períodos de descontrol durante algunas fases del partido. Pero no es un problema de más o menos posesión, tiene que ver con la capacidad de consolidar un modelo futbolístico que te permita controlar el juego –como hizo en su momento Pep Guardiola–, que te haga reconocible, sólido y competitivo.
* Martí Ayats.
– Foto: EFE
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