Tiene el genio un atisbo de locura, de demencia, de temeridad envuelta en un halo de elegancia, congénita, impávida, cuyo destello, de intensidad variable, azota de ingravidez la mente pensante y la detiene en pleno big bang sináptico en el que el instinto cabalga desbocado dejando un rastro de esperanza perdida para el mundo terrenal.
La sonrisa delata a los genios, que callan o hablan de más, pero siempre sonríen. Sonríe Roger Federer al igual que Leo Messi y LeBron James o como hicieran no ha mucho tiempo Ayrton Senna y Diego Armando Maradona. Sonríen Michael Phelps y Usain Bolt. Y sonríe Marc Márquez. El piloto catalán cumple una de las máximas de toda carrera meteórica: precocidad. Nacido casi a la vez que Els Segadors era aprobado oficialmente como himno de su comunidad, fue quemando etapas, dejando atrás el enduro y el motocross para abrazar la velocidad. Inspiración, sudor y talento hicieron el resto, a ritmo de vuelta rápida y de la mano de Emilio Alzamora, consiguiendo ser el segundo campeón del mundo más joven de la historia, con 17 años y 264 días.
El niño menudo que subido en la moto no hincaba el pie en la tierra, que debía añadir plomo a su máquina para cumplir con el peso mínimo, fue rompiendo plusmarcas, batiendo récords, dibujando banderas a cuadros. Su mirada adolescente se agudiza en el asfalto, dejando atrás cierta timidez que muda en agresividad y osadía, afilando los colmillos de su Honda, pidiendo jugar con los mayores. Este fin de semana debutaba en Moto GP, formando parte de la realeza de las dos ruedas con apenas 20 años. Se encontró con Valentino Rossi en el camino, otro de esos que sonríen, ídolo de siempre del joven Marc y cuyas carreras profesionales se asemejan demasiado. El catalán arrancó los pósters de su mente y atacó al campeonísimo italiano, perdiendo a los puntos, ganando prestigio, llamando a la puerta.
El genio se detiene, se ausenta, reaparece, seduce y se inmola. Arde en combustión espontánea hasta que resucita con alas de ceniza, en un ciclo eterno. Pocos sabemos qué piensan los genios, qué esconden tras su aura de grandeza, pero por suerte podemos reconocer su marca y, sobre todo, verlos sonreír, que al fin y al cabo es lo que cuenta.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: Benoit Tessier (Reuters)
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