"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
¿Cómo actuar cuando la historia te aplasta? ¿Qué hacer con las ideas si la vida te va en ello? Ningún astro del balón ha respondido a tan retóricas y candentes preguntas mejor que Mathias Sindelar, el Mozart del fútbol, el hombre de papel, el vienés de fama superior a Sigmund Freud al que hoy, por desgracia, apenas recuerdan más que en Austria, donde siguen guardándole auténtica veneración. Por suerte, nadie le discute el trono como mejor jugador europeo en la década de los 30 y alma, en calidad de delantero centro, del primer gran equipo de la historia, aquel Wunderteam (Equipo Maravilla) dirigido por el revolucionario técnico Hugo Meisl, el inventor de la táctica WM, precursora de cuantos después comprendieron el juego como variante de ajedrez humano. Antes de centrarnos en su trágico y digno final, cuatro pinceladas biográficas del liviano, escuchimizado ariete.
Nacido en 1903 en la región de Moravia, dentro del entonces Imperio Austro-Húngaro, la pobre familia del herrero Sindelar emigró a Viena. A los 15 años, el adolescente Matthias ya estaba enrolado en el Hertha, donde jugó algunos cursos como estrella fulgurante, antes de ser traspasado al Austria, el club más potente y con capital judío detrás. Con ellos ganó copas nacionales a mansalva. Le llamaban Der Papierene por su estampa casi transparente y esa descomunal habilidad para sortear defensas, inventar jugadas y firmar los goles de mayor belleza y complejidad posible, una obsesión de artista, tal como refrendan algunos afortunados que le vieron en acción. Repasando sus exiguas imágenes, hay algo en su estilo que recuerda al posterior de Sir Stanley Matthews. Realmente, más ligero que el viento, con una facilidad natural que le encumbró como el mejor futbolista austriaco de todos los tiempos, aún hoy, y miembro eximio entre los cien mejores de la historia, según baremo de la revista World Soccer. Se dice que los vieneses aprendieron a amar el fútbol gracias a Matthias. Hubiera obtenido fama internacional en el Mundial’34, pero las artimañas de Mussolini, con su Italia plagada de oriundos argentinos, vetaron el paso de su Wunderteam, ayudita arbitral incluida. En el 38, aún peor, y aquí arranca el grueso de nuestro relato.
Tras la experiencia de los Juegos de Berlín en el 36 -ya saben, Jesse Owens, Lutz Long y aquella épica-, Adolf Hitler tomó buena nota del alcance propagandístico del deporte y decidió aplicarse en la Alemania futbolística. Meses antes de la cita mundialista se produjo la anexión de Austria al Tercer Reich en la llamada Anschluss y los mandatarios nazis organizaron el último encuentro del Wunderteam antes de desaparecer como tal. El rival, claro, la discreta Alemania de aquellos días, que iba a resultar enormemente reforzada gracias a la contrastada calidad de los jugadores austriacos. El pomposo apelativo de esta despedida, El encuentro de los Pueblos Germánicos, se disputó el 3 de abril del 38 en un abarrotado Prater vienés. Sindelar era un antifascista convencido, próximo a las ideas socialdemócratas y enemigo a ultranza de la fusión, no ya de los países sino de los equipos. Con 35 años y rodillas muy castigadas, inventaba lesión tras lesión para no rendirse a los intereses ocupantes, pero no quiso perderse el tiro de gracia al Wunderteam del que él había sido líder y estandarte. Para empezar, exigió para su participación que Austria vistiera zamarra roja y pantalón blanco en su despedida, tal como correspondía a los colores tradicionales de su selección. Y para continuar, aunque el ambiente aconsejaba victoria nazi, se empecinó en ganar el choque. Durante el primer tiempo -y existe testimonio filmado-, se dedicó a chutar contra los postes prácticamente a voluntad y a malograr claras ocasiones de gol. El caso era acabar la jugada negando ostensiblemente con la cabeza, en gesto de comunicación no verbal diáfano para quien quisiera entender que Sindelar no maldecía sólo su mala suerte deportiva, sino que negaba razón a los ocupantes. Versión futbolística y centroeuropea de nuestro unamuniano venceréis, pero no convenceréis…
Y en la segunda mitad, cuando le apeteció y le vino en gana, un gol de su firma y otro de su íntimo amigo, Schasti Sesta, acabaron dando la victoria a la agonizante Austria. Con el 2-0, Sindelar y Sesta se plantaron ante la tribuna y empezaron a mofarse de los jerarcas que presidían la teórica pantomima. Bailaron, rieron e hicieron cuanto les vino en gana para demostrar que ellos no estaban dispuestos a pasar por el tubo del Führer. A Sindelar le molestaba la persecución antijudía porque su novia, Camilla Castagnola, de origen italiano, lo era y porque el Reich había depurado ya al Austria de Viena hasta convertirlo en institución totalmente aria.
Los nazis tomaron nota de tal ofensa. Le consideraron un elemento subversivo y peligroso, cabecilla de la resistencia contra el nacionalsocialismo. El 23 de enero del 39 descubrieron su cadáver y el de su compañera en el apartamento céntrico que hoy sigue en pie, convertido en sede editorial y lugar de peregrinaje. El diagnóstico: Intoxicación mortal por emanación de monóxido de carbono procedente de una estufa que funcionaba en pésimo estado. Pudo tratarse de un asesinato, como pudo tratarse también de suicidio. Durante décadas, nadie supo a ciencia cierta qué había provocado la muerte del Mozart del futbol. Se procedió a una investigación oficial, pero el informe desapareció, nunca fue hallado. Sí pervivió la carpeta de pesquisas de la Gestapo sobre su personalidad y en él se le catalogaba como símbolo del patriotismo austríaco y persona peligrosa para el proceso de fusión entre Berlín y Viena.
En un documental británico producido en el 2000, algunos contemporáneos de Matthias y su biógrafo, Wolfang Maderthaner, aseguran que se produjo una rápida conspiración de amigos y admiradores para conseguir que los nazis permitieran despedirle con un multitudinario funeral. Bastaba con citar como accidental la causa de su muerte en el informe forense elevado a las autoridades ocupantes.
Unas fuentes aseguran que fueron quince mil, otras elevan a 40.000 el número de asistentes a su sepelio, casi una eufemística manifestación de repudio al nazismo. Aún hoy, Viena mantiene la Sindelarstrasse en su recuerdo y en los colegios se estudia el poema que le tejiera el poeta Friedrich Torberg: “Jugaba al fútbol como ninguno, ponía gracia y fantasía, jugaba desenfadado, fácil y alegre, siempre jugaba y nunca luchaba”. Para millones de fieles seguidores de su memoria, el nazismo se empeñó en acabar, fuera por activa o pasiva, con aquel espíritu libre, amado por cualquier vienés. Impresiona el deseo por preservar su legado y por proyectar su imagen con algunas teorías bien fundamentadas. Por ejemplo, la hipótesis que sitúa el nacimiento del Fútbol Total en el Wunderteam de Meisl y Sindelar, ya que allí militó Ernst Happel, austriaco que haría carrera como entrenador en Holanda, mentor de Rinus Michels, el Ajax y la corriente conocida como La Naranja Mecánica.
Desde 1926 hasta el 37, Sindelar disputó 43 partidos con Austria, en los que firmó unos respetables 27 goles. Obviamente, la proyección internacional de los mejores futbolistas de aquellos tiempos era francamente limitada, pero aún así su fama trascendió fronteras y su apellido permaneció cincelado en mármol incluso en la autárquica España de postguerra, donde barnizaron su muerte con un carácter romántico de suicida enamorado. Hoy, gana cuerpo la idea del suicidio. A Sindelar no le quedaba fútbol y, coherente con sus ideas, era consciente de cómo se las gastaban los nazis ante disidentes y judíos. Por tanto, decidió actuar adelantándose a las cartas marcadas de su destino. Pasó la noche anterior a su muerte bebiendo con los viejos compañeros de equipo, jugando con ellos a las cartas hasta el amanecer. Después, se bebió una botella de vino en el lecho, junto a Camilla. Falleció como un héroe y fue un virtuoso del balón, convencido de que su apostolado no se resumía a los terrenos de juego. El Anschluss y el tiempo habían acabado con él. Curiosamente, persiste otro tipo de sombra sobre su biografía: para unos, Matthias Sindelar era judío. Otros le tildan de pro-judío a ultranza, sin pertenencia racial. Da igual: era un hombre fiel a sus ideas y coherente entre su teoría y su práctica. Lo que más cuesta en cualquier vida, máxime cuando te la acercan a la muerte.
* Frederic Porta es escritor y periodista. En Twitter: @fredericporta
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal