"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
El rugby necesita aperturas. La figura del ’10’ escasea. No hay estrategas capaces de elegir bien, de ordenar bolas, de reciclar balones, de alternar el juego de ocupación, cargar en la zona de conquista o abrir el juego a la mano. El apertura pasa por ser el metrónomo del grupo, el GPS del equipo. Mirando a un ’10’ sabes cómo es su equipo. Pateador, aguerrido, audaz, valiente, ofensivo… o caótico. La nómina de aperturas que han ganado los mundiales ofrecen un crisol variopinto de perfiles: táctico y pateador el neozelandés Fox en el 87, indomable Lynagh en el 91, telescópico Stransky en el 95, vertical Larkham en el 99, incomparable Wilkinson en 2003, sólido Butch en el 2007 y eventuales los aperturas All Blacks del 2011 con una plaga de lesiones que se llevó por delante a Carter, Aaron Cruden y Colin Slade, para convertir en héroe por accidente a Stephen Donald.
Francia no es ajena al problema. Lleva años sin un apertura de rango. Un país historicamente marcado por sus medio melé (Fouroux, Berbizier, Galthie, Elissalde…) ha probado de todo en los últimos tiempos, abusando de la fórmula de situar a dos medio melés retrasando a uno como ’10’: Elissalde, Parra, Yachvili, Beauxis, Michalak. O incluso adelantando centros o zagueros por necesidades del guión como Traille, Skrela o más recientemente Trihn-Duc. Jugadores más limitados tácticamente en la toma de decisiones inmediata, acostumbrados a disponer de un mayor margen de reacción, o con más capacidad para atacar que para desplegar estrategias de juego o patear de inmediato.
Francia ha contado con grandísimos aperturas como Albadalejo, Romeu, Lacroix, Mesnel, Didier Camberabero o el mago Lamaison. Jugadores de buen pie y mejor cabeza. Criados, muchos de ellos, bajo la efervescencia de las burbujas de un rugby champagne que exigía más audacia y valentía que sentido táctico o capacidad física. Más juego a la mano que trabajo con el pie. Sin embargo, los tiempos han cambiado y el XV del gallo hace años que denostó al estilo que más éxitos le ha dado. Bernard Laporte abrió esa época oscurantista y cavernaria que ha proseguido, paradójicamente, con dos iconos de los años achampañados, primero Marc Lievremont y ahora Philip Saint-André. Sin flair no hay aperturas.
En los últimos tiempos la camiseta número ’10’ de Francia ha sido vulgarizada, casi prostituida. La lista de jugadores que la han vestido, muchos de ellos inopinadamente, es extensa: Skrela, Traille, Michalak, Elissalde, Beauxis, Parra, Wisnieweski, Boyet, Peyrelongue, Laharrague, Courrent, Trihn-Duc, Talles… A dos años para la disputa del Mundial de Inglaterra, Francia sigue sin partitura de juego, algo condicionado, sin duda, por la falta de un director de orquesta. No encandila, sus tres cuartos parecen terceras (Bastareud incluso pilier) y, sin pelotas limpias que jugar, los niños ya no quieren ser aperturas. Sin champagne, la fiesta se quedó sin aperturas.
* Fermín de la Calle es periodista y especialista en Rugby.
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