Madrid, capital de España y tierra con mucha historia, es también el epicentro del fútbol español. La ciudad en la que, cada fin de semana, siempre hay fútbol. El todopoderoso Real Madrid y el resurgido Atlético pugnan, cada vez de forma más igualada, por el trono de rey de la comunidad. Pero hay otro equipo, más débil económicamente, que se esconde al sureste de la ciudad.
Ese equipo es el Rayo Vallecano, club humilde sin pretensiones de ser como sus vecinos, pero que se divierte igual o más que ellos cuando salta al campo, aunque luego la desigualdad reine en el marcador.
A ritmo de Ska P, ese Vallecas está contigo es homenajeado cada dos semanas por una afición inquebrantable e incuestionable a partes iguales. En las buenas y en las malas, esa sociedad que une a la grada con los jugadores jamás se resquebrajará si los que visten esa raya roja se dejan hasta el último aliento sobre el verde.
Esa sensación de debilidad de equipo pequeño que tienen la inmensa mayoría de entrenadores a la hora de enfrentarse a rivales superiores desaparece en la idiosincrasia de este equipo. El fútbol es un juego en el que hay que divertirse, y eso el entrenador al que le toque dirigir en Vallecas debe tenerlo muy claro. Para perder igualmente, mejor demos espectáculo. Y entre tanto, algún que otro susto suele dar.
Hay quien critica al actual entrenador por su manera de ver el fútbol. Las mismas críticas que se cernían sobre Sandoval. Por los riesgos que puede plantear el querer quitarle la posesión al Barcelona o el atacar con descaro al Real Madrid olvidando la espalda. Los hay que le dirán que su estilo es muy estético, pero poco efectivo y que el Rayo Vallecano está en última posición. Pero el Rayito seguirá a lo suyo.. Así enamoró a España y así, de no ser por las deudas, hubiera clasificado a ese humilde club a Europa.
Porque encajar tres goles por partido tiene solución: entrenar, entrenar y entrenar. Luchar día a día por superarse y mejorar. Pero lo que no tiene arreglo es traicionar a unos principios. Eso es lo que rige la vida de Jémez, en primer lugar, y del equipo, estereotipo del míster.
Respeto a todos. pero miedo a nadie. Y desde ahí, saltar al campo con la máxima certeza de que, si las cosas no salen como tienen que salir, al menos se puede poner en dificultades al rival para que no le salgan a él tampoco. No importa ir perdiendo 0-3 contra el Real Madrid en 50 minutos. Hasta que el árbitro no se lleve el silbato a la boca, nadie se da por vencido, nadie vende su estilo de juego y nadie baja los brazos. Y si lo hacen, ahí está él, Jémez, para enseñar quién tiene el corazón más grande.
Precisamente ese partido, el que les enfrentó al equipo de Carlo Ancelotti, nos puede servir de referencia para poner de manifiesto la grandeza de este humilde club.
En el último verano, los de Paco Jémez han fichado a precio de saldo y han perdido piezas importantísimas como Piti o Javi Fuego. Bien mediante cesión, bien mediante carta de libertad. Desde Saúl o Jonathan Viera, cedidos por Atlético de Madrid y Valencia, hasta Alberto Bueno o Zé Castro. Junto a ellos, chavales de la cantera como Alberto Perea o Adrián Embarba, que han superado con nota los envites a los que se han visto sometidos.
Hay que remontarse a la temporada 2011/12 para presenciar una compra en las oficinas del club. Se trataba de Pedro Botelho, procedente del Arsenal a cambio de 340.000 euros, que volvería a Londres de inmediato.
‘’La vida pirata es la vida mejor’’. Esa es la filosofía rayista. El único club español de barrio en la Liga BBVA. Un equipo pobre, muy pobre, como hemos visto, en cuanto a dinero; pero rico, tremendamente rico en fútbol. Donde Michu y Diego Costa elevaron la voz para poner al servicio de media Europa sus credenciales de estrella. Donde Raúl Tamudo dio uno de sus últimos coletazos al fútbol, salvando de la desdicha a miles de aficionados que lloran y ríen con el Rayo como lo hacen con su familia. No abandonan, no desesperan. Sueñan.
Un club por el que han pasado futbolistas como Hugo Sánchez, Álvaro Negredo o Julen Lopetegui. Una oda al fútbol y al compromiso no puede ser cualquier cosa. Irán últimos y, probablemente, vuelvan a perder un partido en el que sean valientes, pero no les pidan que cambien. Es su filosofía, es su vida. Así han nacido y así morirán. De pie, como los grandes.
* Imanol Echegaray García.
– Foto: Chema Moya (EFE)
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