"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
No vi la carrera en la tele, en las voces de Gregorio Parra, José Luis González y Carlos Martín, porque pude estar en el lugar. Por suerte, asistí in situ a la mejor final de 1500 metros que se ha visto jamás. El estadio de la Cartuja era una mole marrón estuco situada a las afueras de la ciudad, un poco en ninguna parte, improvisadamente para la ocasión. No hace falta aclarar qué tiempo hacía en Sevilla aquel mes de agosto: como siempre, asfixiante. Todos los accesos se colapsaron aquella tarde del día 24 porque iba a tener lugar una de las grandes pruebas del atletismo mundial, sobre todo para la delegación española: el milqui. Los rivales eran temibles, realmente buenos y variados, pero mi hermano y yo, apenas unos niños, soñábamos con un cajón ocupado por los tres representantes nacionales: Fermín Cacho, Reyes Estévez y Andrés Díaz. Con todo, mi padre no era tan optimista. Y no tardamos en darnos cuenta de que tenía bastante razón.
La carrera arrancó a las 9 y diez de la noche, cuando el sol ya había dejado de hacernos la vida imposible. El nerviosismo había prendido del todo cuando los atletas salieron al tartán preparándose para comenzar la prueba, mientras el día agonizaba y todos esperábamos el plato fuerte de la jornada. El público no era, seguramente, un respetable muy versado en atletismo, pero todos tenían clara una idea y un referente. La idea, que aquel era unos de los momentos señalados en rojo de aquellos Mundiales de atletismo de 1999. Y el referente, lo personificaba nada menos que ese hombre menudo y nervioso de Soria, Fermín Cacho, héroe de Barcelona con su medalla de oro. Con ese recuerdo en la cabeza y la referencia clásica de Fermín, se dio el pistoletazo de salida bajo la atenta mirada de 60 mil espectadores. Era una noche de verano tibia y eléctrica.
Como siempre, se salió a empellones. Los atletas rompieron nerviosamente a trotar buscando la mejor colocación posible. Braceaban en el ecosistema natural de una prueba mestiza, el 1500, a caballo entre el fondo y la carrera, resistencia, velocidad y juego de poker todo a la vez. Pero llegados al primer 200 ya se descubrieron las cartas. Sin perder tiempo, cerca de llegar al primer paso de meta, Adil Kaouch se puso en cabeza y elevó el ritmo seriamente. ¿Quién era ese invitado sorpresa al que apenas nadie conocía? No era Hicham El Guerrouj, a quien todos esperaban, sino el otro marroquí, un joven atleta de apenas 20 años y a todas luces colaborador del campeón magrebí. Interpretaba la estrategia del equipo, claramente destinada a acelerar la carrera en favor del líder, limpiarla y seleccionarla muy severamente con un ritmo de 3:32 que eliminara figurantes y secara a los rivales. De pronto, una final mundialista comenzó a correrse a ritmo de meeting, claramente dopada por una liebre dispuesta al sacrificio. Jose Luis González señalaba nervioso en televisión: “Fíjate cómo mira al marcador (de tiempos) para ver si va cumpliendo las órdenes”. Y lo hacía. Los tiempos de paso eran impresionantes.
Sin embargo, cumplidos 600 metros de trabajo concienzudo, Kaouch no pudo sostener más el ritmo. Estábamos más allá del ecuador de la prueba y El Guerrouj se decidirá entonces a tomar el testigo y a comandar las operaciones personal y definitivamente. Hecho esto, la prueba se elevó hacia registros aún mejores. El campeón marroquí llevó al grupo bien enfilado hacia la última vuelta, todos sin rechistar, y cuando atronó la campana el ritmo de El Guerrouj ya había roto completamente el grupo. Cuatro hombres resistían y se jugarían las medallas: Hicham, el keniano Ngeny, Reyes Estévez y Fermín Cacho. Los demás estaban atrás, destruidos por una carrera devastadoramente rápida. El paso en meta fue de 2:33 y restaban 400 metros.
El Guerrouj hizo la curva en cabeza, majestuoso y sin una sola mirada hacia atrás. A la chepa llevaba a un atrevido Reyes Estévez, pelo rubio teñido y abundante, por entonces sólo 23 años, que ha cambiado con tremenda clase para pasar a Cacho y a Ngeny e irse a por la carrera. Fermín no podrá seguir el paso del trío de hombres más fuertes, que se destacarán claramente en la contrarrecta como los propietarios de las medallas. ¿Pero en qué orden? El Guerrouj tiene casi todas las respuestas: yo y después todos los demás. El latigazo de la contrarrecta es prodigioso. Cambia otra vez el ritmo, progresivamente, hasta correr sólo para sí mismo y vaciar a sus rivales. Los suelta despacio pero inevitablemente, habiendo ganado ya la carrera cuando llegan a la última curva. Por entonces, la osadía de Estévez de seguir la sombra del marroquí le ha pasado dura factura y el keniata Ngeny pasa al español. Reyes se resiste, pero parece desfondado y el adelantamiento es definitivo. Serán primero, segundo y tercero en la última recta, ya sin solución posible. Primero Hicham El Guerrouj, que ha culminado el trabajo de Kaouch con una cabalgada medida y genial, simplemente inalcanzable para los demás; segundo Noah Ngeny, con sólo 21 años y al que nadie esperaba tan arriba y tan pronto; y tercero Reyes Estévez, talento apabullante, brillante bronce pero chamuscado en su intento de gloria completa.
Vimos la carrera en la grada del primer cien, curva diestra, cerca de la raya donde empieza el 1500. La visibilidad no era la mejor pero fue más que suficiente para disfrutarlo. El momento álgido se produjo al toque de campana, cuando la prueba se disponía a decidirse. Sobre todo recuerdo el cambio de Reyes Estévez, que grité y señalé a los que tenía al lado aunque no pudieran oírme. Fue un cambio de ritmo para elegidos y en el vídeo puede apreciarse casi tan bien como en directo. El otro momento que recuerdo perfectamente fue el final, cuando El Guerrouj entró en meta dejándose ir un poco. La marca de 3:27:65 fue toda una locura para una final de Mundial, pero tenía la impresión de que había renunciado a batir su propio récord del mundo, situado en 3:26:00. Y no podía entender por qué lo hizo. Mi padre me lo aclaró con una sola palabra: “Dinero”. Con el tiempo fui comprendiendo el juego de las marcas y los premios en los distintos eventos. También recuerdo a Estévez regalando una zapatilla a la grada, y a Fermín Cacho abrazando a un excelente Andrés Díaz, brillantes cuarto y quinto puesto respectivamente. Pero supongo que sobre todo recuerdo la sensación de haber visto algo magnífico –todavía no podía saber que era histórico– y las ganas, tras la carrera, de ser atleta o algo parecido. Casi nadie lo supo y la fiebre me duró sólo algunos meses. Y acabé escribiendo estas cosas.
– 400: 54,32
– 800: 1:52:15
– 1200: 2:46:79
– 1500: 3:27:65
* Carlos Zumer es periodista.
– Foto: George Herringshaw (Sporting Heroes)
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