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Táctica / Análisis

Sergio Busquets, más visible que nunca

por el 7 marzo, 2013 • 12:57

Los equipos que tienen patrones colectivos tan definidos, en los que la filosofía no la determina un nuevo entrenador sino que viene impuesta de fábrica, necesitan jugadores muy específicos para cada posición. No vale cualquiera, por muy bueno que sea (Ibrahimovic, Hleb o Afellay en el recuerdo), si no es capaz de adaptarse y fortalecer la dinámica de juego. El Barça, aunque cada año cambie la decoración, siempre tiene los mismo cimientos y produce y ficha para no tener que derrumbarlos.

Para defender el área del F. C. Barcelona no basta con ser solo un portero, sino el primer jugador de campo, capaz de colocarse en la línea que marca el fuera de juego para reducir el campo a lo largo y permitir a su defensa vivir alejada del área. Los laterales necesitan ser profundos porque la tendencia de los extremos los suele llevar a zonas interiores y el equipo necesita una alternativa de pase por fuera. Generar atracción en la banda para atacar por el centro. Los centrales deben manejar la salida en conducción y tener una buena técnica en el golpeo para regalarle a su equipo la división de marcas en la presión rival y una transición ofensiva relativamente optimizada. A los interiores no les puede quemar la pelota; tienen que ser capaces de sumar esos segundos de más para girar al equipo, oxigenar el juego y hacer del rondo una forma de superación de líneas. Recibir, atraer y pasar, siempre a las espaldas de la presión rival. Uno de los extremos debe manejar la ruptura al espacio. Entre tanto juego coral siempre viene bien alguien que empuje la defensa rival hacia su propia portería. Al delantero se le exigen movimientos, limpiar la zona de acción del 10 y facilitarle la recepción de cara a gol. Y al 10, a Messi, se le pide que sea eso, Messi.

Y llegamos a nuestro hombre, el mediocentro, que también, como el resto, debe ser especial. Un equipo de fútbol es un puzle –aunque el Barça parezca un puzle en movimiento– y no puede, ni debe, condescender ante la ostentación de que una pieza no encaje. La particularidad del F. C. Barcelona es que prácticamente todos encajan con independencia del lugar que ocupen. El famoso Barça líquido (copyright © Perarnau) donde todos juegan de todo. El mediocentro en el Barça debe ser alto, contundente, bien dotado de conceptos posicionales, con buen juego aéreo, conducción de mirada lejana (ser capaz de detectar no solo al que está al lado, sino al que está a 20 metros. Si Guardiola fue tan bueno, lo era, en parte, por saber descubrir el movimiento de ruptura del delantero cuando ningún otro podía), rápido y efectivo al corte. Con criterio en la distribución, que domine el primer toque pero que también sea capaz de mantenerla, y que decida con sabiduría cuando es mejor lo uno que lo otro.

El juego del F. C. Barcelona exige, ante todo, una rotación posicional constante. Movimientos que desorganicen la presión colectiva rival y que permitan al equipo, mientras te desestabiliza, avanzar metros. El objetivo, claro está, es conseguir que la transición defensiva del contrario pierda organización, acumule fatiga física y mental –invadidos por el sentimiento de que no pueden coger la pelota– y encuentre pocas opciones de tapar todos los huecos. Que un hombre siempre reciba libre y con el camino despejado para superar las líneas no es fruto de la casualidad, sino del trabajo posicional y de la rapidez en la circulación de la pelota. A Busquets, como mediocentro, se le exige que sea juez y parte de esa rotación. Xavi, aunque cada vez menos, necesita tomar contacto con la zona donde se cocina el juego. Tiene que sentirse importante en la base de la jugada, imprimir el ritmo de circulación. Piqué, en las salidas en conducción, necesita el espacio libre del mediocentro para dividir marcas. O el propio Cesc, cada vez más en contacto con el espacio que le sitúa por detrás de la pelota, intenta imprimirle al juego verticalidad desde la base. En el criterio de Busquets está abandonar esa zona y ser un punto de apoyo, decidiendo quedarse a un lado, o avanzar en función de lo que le pida la jugada. La zona del mediocentro es de todos, incluso de Messi.

Sin embargo, cada vez es más de Busquets. El bajón físico de Xavi –que termina muchas veces trabajando el último pase desde la mediapunta– y su propia evolución como generador de ventajas han propiciado que Sergio pase de ser ayudante para convertirse en chef. La base de la jugada es más suya que nunca, y si antes era habitual verle dejando la zona libre, ahora dirigir el juego se ha convertido en costumbre. Busquets es una línea de pase constante, abierta, que permite que la circulación no se encripte en rondos interminables. El Barça ha conseguido control de la posesión mientras avanza en vertical y parte de culpa la tiene la alianza del jugador de Badía con Cesc Fábregas. A su criterio en la distribución le ha sumado el pase vertical –aumentando con ello su, hasta entonces, limitado rango de pase– que rompe la presión rival filtrando el balón entre una muralla de piernas. Le faltaba eso para llegar a ser aún más trascendente. Busquets brilla como pocos cuando sobrepasa la mitad del campo. Tiene capacidad para ser el tercer hombre, llegar desde atrás y ejecutar un disparo que es uno de esos aspectos mejorables.

A nivel defensivo es el equilibrio entre tanto baile de posiciones. De la calidad de la posesión depende la calidad de la pérdida. En la pérdida, Busquets es un salvavidas. Tiene talento para achicar el espacio y reducir el campo de influencia del rival, por pura inteligencia táctica, pero también tiene físico y piernas para robar la pelota en carrera. Sabe meterse entre centrales y facilitar las ayudas –también sabe hacerlo para fortalecer la transición ofensiva. En el recuerdo quedarán algunos partidos en los que el Barça sufría para sacarla por dentro y Sergio se incrustó entre centrales para sacar al equipo de la cueva–, aunque en el debe siempre estará la defensa de los centros laterales. Suele ceder la espalda con facilidad porque no es hábil detectando el movimiento del delantero en el balón parado –fundamental la ayuda de Mascherano–. En la presión es el todo. Es achique, es colocación donde no permita el giro y, sobre todo, maneja la presión en campo rival como ningún otro. Busquets es capaz de robar una pelota a 70 metros del área. Muy pocos mediocentros pueden decir eso.

Como diría Juanma Lillo, es difícil atribuirse en el fútbol el causa-efecto, pero Busquets ha dejado de ser una consecuencia para pasar a ser la causa. No solo es ese corrector de fallos tácticos de labor oscura que se adentraba en las sombras para hacernos creer que el Barça era como un reloj suizo, que siempre daba la hora justa. No es solo ese chico de personalidad arrolladora que hizo del primer toque –a veces cuando no procedía– un hábito de conducta. No es solo esa pared invisible que simplemente dinamizaba el triángulo de posesión culé, el continuador del juego y el apoyo. No es solo esa bomba de oxígeno que le permitía al Barça respirar sin la pelota. No solo facilita ventajas, sino que las crea. Ya no solo es el fuego que ayudaba a encender la llama del fútbol de Xavi e Iniesta. Ya no necesita volver a estar en la sombra porque brilla con luz propia. Sergio Busquets, más visible que nunca.

* Alejandro Sierra.


– Fotos: Paco Largo (Sport) – El Periódico




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