"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Esos 188 centímetros y más de 90 kilos de peso que posan sobre el césped del Ciutat de Valencia sembrando respeto en rivales y hasta en el propio compañero. Un rostro aguerrido, infatigable, del que cree que cada jugada es la última y que un partido no puede empezar sin atarse todos los botones del mono de trabajo. Porque si Sergio Ballesteros (4-9-1975, Burjassot) jugara al rugby en lugar de al fútbol, sería ese duro pilier contra el que nunca gusta chocar; si lo hiciera al baloncesto, sería el ala-pívot que te defiende marcando su aliento en tu cogote, que te ahoga, que te gana todos los rebotes. En su aro y en el tuyo.
37 años trasladados al campo en experiencia, solidez y unas gotas de un privilegiado punto de mentalidad que tienen hoy muy pocos jugadores en Primera División. El Kaiser de Burjassot pertecene a ese selecto grupo de superdotados que componían los Redondo, Hierro, Simeone o Ayala de turno, que secaban al rival incluso antes del pitido inicial, que sabían que un partido de fútbol en ocasiones dura más de 90 minutos. Ese tipo de futbolistas vitales para el éxito coral de un equipo. Sergio Ballesteros representa mejor que nadie el perfecto prototipo de antihéroe dentro del circo mediático del fútbol. Un jugador cuya capitanía va mucho más allá de un simple brazalete; el que te habla en un corner, te recrimina un piscinazo y del que escuchas sus pasos cuando te persigue en el sprint.
Empezó su carrera como empieza un obrero de esto del balompié, en el mismo vestuario en el que se encuentra hoy, pero no goleando al campeón holandés como hace días, sino codeándose por los césped pelados del Grupo III de la Segunda División B. El año de la Liga de 22, del doblete del Atlético de Madrid o el primer Barça de Robson, un cruce con el Tenerife en las primeras rondas de la Copa del Rey le cambió la suerte. Jupp Heyckens vio algo diferente en aquel robusto central de los granotas y se lo llevó con él a las islas para que diera sus primeros pasos en la élite, junto a los Juanele, Aguilera, Jokanovic, Felipe Miñambres, Chano o Pizzi (pichichi destacado durante aquella liga).
Tras cumplir el centenar de partidos en Tenerife, entre los que se incluye un año en la categoría de plata, fichó por el Rayo Vallecano, aferrándose a la Primera División. Una gran temporada en Vallecas precedió a dos estancias largas en el Villarreal, primero, y Mallorca, después, que comprendieron toda su carrera futbolística antes de la vuelta a casa. Pese a haber tenido años más irregulares o con un menor protagonismo –sobre todo en equipo mallorquín– siempre ha caminado con paso firme y en una dirección ascendente. En el 2008 aterrizaba en Valencia para ayudar a su equipo a volver a Primera División. Al Levante llegaba un nuevo Sergio Ballesteros, un central mucho más experimentado y con una sobrevalorada fama de duro.
Pero hay mucho más allá de la apariencia de veterano jugador tosco que trata de compensar sus carencias físicas con el otro fútbol. Y, por suerte, vivimos en una época en la que los roles de héroe y villano se han desdibujado y son fácilmente intercambiables. Aunque tarde, el tiempo se ha encargado de poner al central del Levante en el lugar que merece: el de líder y una de las cabezas visibles de un equipo solidario y muy dificil de franquear.
Porque detrás de ese Levante europeo y descarado donde Míchel o Martins ponen la nota de calidad, está esa experimentada y veterana línea de cuatro atrás que tiene su principal referente en Sergio Ballesteros, prolongación en el césped del entrenador y del mismísimo escudo. Querido por compañeros, admirado por rivales y aclamado entre la afición.
* David González.
– Fotos: Levante UD – EFE
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