¿Y si el desarrollo, esa estrella hacia la cual hemos querido caminar […] era solo una estrella muerta?
Edgar Morin.
¿Quién sabe del fútbol-juego? Seguramente, quien recibiendo complejidad sea capaz de dar sencillez, quien entienda que el juego vive en ese momento relacionado con uno previo y otro posteriory que ese instante es inalcanzable desde un entendimiento simplista. Y aquí me detengo en dos términos: sencillez y simplismo. Lo sencillo requiere de un profundo conocimiento, necesita de un ser que sabe, precisa de una intelectualidad, también futbolística; el simplismo está hecho de madera de atajos.
Nos rodeamos hoy de términos simplistas que rodean a personas que juegan, a personas que no son impermeables, que interactúan con una información que aleja, que agrede el manantial de la lógica del juego porque no parte sino que aparta de su esencia, que viene del análisis de lo que no volverá a ser para sustituir “las flores naturales a no pisar” de Menotti por imitaciones plastificadas para aparentar no hacer daño al cruzar el jardín, artificialidad necesaria para justificar los programas cerrados e inamovibles.
“No hay vientos que no soplen ni río que no fluya” (Norbert Elías); en el fútbol cada momento es una invención, una perturbación de un sistema complejo que adoptará una “organizacción” irrepetible, es un momento en movimiento. Por tanto quien sabe del juego se siente cómodo en la manifestación de las emergencias, en ese nivel superior resultado de las interacciones donde nadie decide, pero del que un nuevo momento para el saber jugar llega.
Hace más de veinte años decía Juan Manuel Lillo en los instantes previos a un encuentro a sus jugadores: “Recortad la distancia con la perfección”. Inexcusablemente esa frase indica que hay una Idea conocida, un guion de la acción con obligatoria moldeabilidad y apertura sistémica; y, del mismo modo, expresa algo central y dramático para los atajos, que el cómo no está en la libreta sino que está en ellos, que la inventiva del jugador es la táctica, que subyace una equivalencia envuelta en sencillez: el jugador es el epicentro del hecho futbolístico, es él quien sabe jugar.
El destructivismo mecanicista imperante implica que los jugadores resuelven en acuerdo con lo impuesto, algo que no puede producir retorno interno de goce por incursión en el propio juego, pues lo obligado vive de intervalos que rompen las estructuras (el todo) y estas no pueden ser rotas sin caer en la falsedad; el jugador necesita encontrarse en la ausencia de esos intervalos, donde siente que todo va y todo viene, donde la táctica emerge y el fútbol juego regresa a etapas pretéritas, porque si las tecnificaciones de lo que mana del propio juego se asocia con lo moderno, con el futuro, no olvidemos que este es un “espejo que huye” (Papini), que nunca se alcanza.
El juego es presente, por tanto no se puede leer, vivimos con una errónea representación de lo que es la acción organizada. Citando a Crozier y Friedberg “sobrevaloramos demasiado la racionalidad del funcionamiento de las organizaciones”. Si pensamos en el significante “organizacción”, nos sentimos acercándonos a un significado delimitado por engranajes complicados, pero bien dispuestos; sin embargo la persona, el jugador, siempre va a conservar un mínimum de libertad y no va a dejar de hacer uso de ella para “combatir el sistema” que se le presenta. El jugador está siempre construyendo una red de interacciones colectiva –la organizacción– que es su obra, manejando su libertad para perturbar el sistema atrayendo la probabilidad tanto de beneficio hacia sí (individualidad) como al mismo tiempo se ve constreñido por esa fuente de condicionantes contextuales que procurará cambiar a favor de la creación de un escenario favorable –o mejor, indispensable– para la acción estratégica conjunta (colectividad).
El juego une la libertad con la restricción, y es en ese espacio en el que se produce el saber jugar, el saber crear zonas de incertidumbre que los jugadores pueden controlar y utilizar a su favor por manejo comprendido. Cuanta más sea la zona de incertidumbre, más poder poseerán los jugadores.
Quien sabe de fútbol, quien descubre a partir del jugador y sus interacciones, de un modo contingente, la naturaleza y las reglas de las sinergias que estructuran las relaciones entre los jugadores y que, por ende, condicionará la estrategia, se remontará después a los modos de regulación mediante los cuales se articulan estas interacciones y se mantienen en operación (flujo) en un sistema de acción.
Estrategia y táctica son en relación o no son, como el jugador. El fútbol-juego pasa irremediablemente por una preparación para la convivencia de lo que se pretende con lo que se auto-organiza, de la estrategia y la táctica también como un todo inseparable, ambas causantes y causadas por la otra.
¿Y si el futuro ya fue?
* Alejandro Abilleira.
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