Dos cuartos. Hasta ahí pudo aguantar Lituania. Si es mucho o es poco es complicado de juzgar. Si tenemos en cuenta el contexto, puede parecer escaso que a poco de comenzar el tercer cuarto el partido se rompiera irremediablemente. Pero ese contexto también requiere el análisis de ambos equipos y las posibilidades reales de los mismos, y ahí es donde poco o nada se le puede criticar a la selección lituana.
Comenzó bien el equipo de Kazlauskas. A pesar del dominio americano bajos los tableros, las transiciones defensivas de Lituania obligaban a Estados Unidos a realizar jugadas estáticas, más predecibles aunque igualmente complicadas de defender debido a la excelsa capacidad anotadora que poseen.
La segunda parte fue distinta. Estados Unidos subió la intensidad ,su físico lejos de mermar parecía ir a más a medida que pasaban los minutos. Y todo ello se transformó en continuos contragolpes que le hicieron distanciarse de forma definitiva en el marcador.
Lituania, estancada en su puntuación, veía venir lo inevitable. Asumido el shock inicial y el resultado final, tuvo la capacidad de convertir en algo más fluido su juego. Estados Unidos puso rumbo a la final. Una final que les lleva esperando desde mucho antes del inicio del campeonato.
La responsabilidad de salir campeón podría ser un factor a tener en cuenta debido a la juventud de la plantilla. Un factor que por el momento no ha florecido. Si lo veremos o no en la final dependerá de la capacidad de su rival de poner en aprietos a una selección cuyos últimos cuartos parecen destinados al disfrute. Veremos, si se da el caso, qué ocurre en un final apretado.
Hay ocasiones en las que la superioridad americana genera ese sentimiento de querer que gane el contrario, que haya partido hasta el final. Pero el mérito de esta selección, año tras año, para estar en lo más alto sean cuales sean los nombres o las situaciones es incuestionable.
* Pepe Navarro Barranco.
– Foto: Jesse D. Garrabrant (NBAE/Getty Images)
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